25 feb 2010

7 Instantes antes de la Primavera

Con Lula da Silva, los hermanos Castro y comparsas.







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Otro Esbirro en Miami

Dentro de un año llega a Miami Filiberto Hernández Luis, el jefe de la prisión Kilo 8, después de desertar en Venezuela porque lo querían poner a dirigir un campo de re-educación política en el interior del estado de Amazonas. A la semana aparece en el programa de TV María Elvira Live.

María Elvira: ¿Ud. no cree que lo que se le hizo a Orlando Zapata Tamayo fue inhumano?

Filiberto: Estoy completamente de acuerdo...

María Elvira: Entonces, ¿por qué lo hizo?

Filiberto: No, yo no le hice nada, era él quien no quería comer...

María Elvira: ¿Y las golpizas? ¿Ud. no mandaba a propinar golpes a los presos de conciencia?

Filiberto: No, yo de golpizas no sé nada. Eso quiero dejarlo bien claro.

María Elvira: ¿Ud. no supo de la terrible paliza que Orlando Zapata Tamayo recibió el 26 de octubre del 2009?

Filiberto: Me entero ahora. Eso era cosa de los guardias...

María Elvira: Pero Ud. era director, el jefe allí...

Filiberto: Cierto, pero yo no podía estar en todas partes. Mire, yo tenía mucha carga de trabajo, yo organizaba la educación de los reclusos, yo era responsable de la seguridad, yo tenía que velar por el mantenimiento de los equipos... también debía garantizar la comida, de no ser por mí los presos hubieran pasado hambre sin huelga...

María Elvira: ¿Qué pasaba con la comida en Kilo 8?

Filiberto: Escaseaba. No llegaba de Camagüey. Y cuando llegaba, se perdía. Yo hacía un gran esfuerzo para conseguir comida, y resulta que aquel prisionero no quería comer... No había gratitud, eso era un poco irritante, la verdad…

María Elvira: Y entonces Ud. le quitó el agua...

Filiberto: No, yo no, fueron órdenes superiores, y yo tenía que obedecer esas órdenes...

María Elvira: ¿Ordenes? ¿De quién eran esas órdenes?

Filiberto: De... de la máxima instancia...

María Elvira: ¿De Fidel Castro?

Filiberto: Bueno... de una instancia más abajo...

María Elvira: ¿De Raúl Castro?

Filiberto: De la oficina de Raúl, sí.

María Elvira: ¿Y Ud. no podía hacerse el de la vista gorda con el agua para aquel pobre hombre, que se estaba muriendo de hambre?

Filiberto: No, porque la mitad de los presos son chivatos... y los guardias, todos...

María Elvira: ¿Ud. está diciendo que la mitad de los presos de Kilo 8 son chivatos?

Filiberto: Bueno, yo no manejo cifras exactas, yo era sólo un funcionario de la prisión, pero sí se sabe que hay presos que trabajan para el DSE.

María Elvira: Y Ud. tenía miedo de que lo delatasen, si no mostraba mano dura con Orlando Zapata Tamayo en su huelga de hambre...

Filiberto: Exacto, María Elvira, yo vivía con ese miedo, yo también soy una víctima del régimen castrista.

In Memoriam Orlando Zapata Tamayo, 1967-2010

Intercambio Revolucionario en Cancún



24 feb 2010

Last Man Standing

Cancún, 2010

El resto: cerdos, buitres, papagayos, dos perras y un gorila.

22 feb 2010

¡Ay, Dalai...!

...or visiting the black coward in the White House.

20 feb 2010

Complicado

Brandenburgo es uno de los estados orientales de Alemania, proveniente del activo de quiebra de la RDA. Tiene frontera al este con Polonia y rodea al estado-capital Berlín, aunque no lo incluye. Obviamente, también es uno de los estados más pobres del país. Se calcula que en condiciones óptimas 1 año de comunismo se repara en 2,5 años de economía de mercado. La RDA duró 40 años, de ahí que se necesitará apenas 1 siglo para recomponer totalmente a Brandenburgo.

Lo bueno es que el tiempo trabaja incansablemente a favor. Empero no hay que quedarse con los brazos cruzados mirando el reloj. En 20 años la RFA ha invertido casi 38.000 millones de euros en la infraestructura y el desarrollo de Brandenburgo, así como en la subvención y la manutención de sus habitantes. Como quiera que sea, se trata de algunos de los últimos ejemplares de la especie aria.

Ese dinero federal proviene de un impuesto adicional llamado Recargo de Solidaridad que pagan todos los alemanes. Consiste tan sólo en un travieso 5,5% sobre el ingreso personal o de sociedad. Y en cada rincón de Brandenburgo hay una carretera nueva y un castillo viejo que se han beneficiado de la ayuda federal. Por ejemplo, en Flecken Zechlin, un nido de 500 almas en el extremo norte del estado.

En la vecindad de Flecken Zechlin con el dinero público se financió la carretera L15 y la renovación del castillo de Rheinsberg, famoso ejemplar del rococó prusiano. Honestamente, el castillo quedó bastante bonito.

No obstante, falta mucho por hacer. Aún hay muchos problemas sociales e infraestructurales en Brandenburgo. Sin ir más lejos, en Flecken Zechlin sigue siendo complicado algo tan simple como ir de Repente a Kagar.


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19 feb 2010

La Pregunta de Marco Rubio

"Sólo recuerden y pregúntense a sí mismos: ¿Cuándo fue la última vez que escucharon noticias sobre un bote cargado de refugiados americanos arribando a las costas de otro país?"
Marco Rubio, candidato al senado, 2010

Y ésta es mi sincera respuesta: Bueno, Marco, la última vez... no, realmente, no la recuerdo; pero la próxima sí la sé: de aquí a 5 o 6 años, antes de que acabe el segundo mandato de la cotorra hawaiiana.
The Prophet Hussein and Christ: no clash of civilizations.

Green Toys

Los juguetes ecológicamente correctos han conseguido entrar en el mercado estadounidense. Es el tercero que conquistan, tras el mercado neolítico y el mercado europeo. Aunque hay sus diferencias. Los ecologistas europeos también son pacifistas. No fabricarían un juguete ecológico belicista, por muy blanda que sea la madera. De los juguetes neolíticos mejor no hablar, pues en la edad de piedra se perdieron más vidas jugando con flechas que en algunas guerras modernas.
En todo caso y volviendo al asunto, estas pistolas de palo me recuerdan el párvulo arsenal de mi barrio en plena carencia socialista tercermundista. Porque en mi época sí se jugaba a la guerra, los pistoleros, los vaqueros o los gánsteres. Yo tenía una pistola de metal, herencia de mi padre, y un fusil de plástico, fruto del cambalache. Para jugar cada cual traía su arma, por supuesto. Y era dramático: los que venían con semejante armamento de leña mostraban pudor, sobrecogimiento, inhibición a la hora del combate. Eso contradecía todo lo que nos enseñaban en la escuela acerca del heroísmo de los guerreros de la patria: siempre en desventaja técnica, mas con la moral muy alta. Pero no, no era lo mismo hacer sonar el percutor de una ametralladora de plástico: ratatatatá, que imitar con la boca el disparo de una pistola de palo: tuf, tuf. En fin, en mi barrio las guerras siempre las ganábamos los malos.

18 feb 2010

Pasajes de la Vida de un Poeta IV


Ante la luz del alba
mi sueño se esfumó;
dejó un grato temblor
y la cama mojada.

¿Qué fue lo que soñé?,
¿con quién mi noche retozaba?

Una sospecha vaga,
un leve instinto, un rumor,
de pronto me abordó:
¡aún por mí esperaba!

Venturoso, al lecho retorné;
mis párpados, dos cúpulas selladas.
Asonancias, Santiago Alfonso Fácquer, 1866

IV El Padrino de Mamá

En Sevilla, frente a la Plaza de Pilatos, había una fonda llamada la La Gloria de América. En los últimos años del reinado de Fernando VII y durante el gobierno de la regenta María Cristina allí se reunían los veteranos de las guerras hispanoamericanas. Por esa razón el inclemente vulgo andaluz solía llamar al local La Cantina de Ayacucho.

Mas lo cierto es que uno solo de los parroquianos habituales había participado en la célebre batalla: el alicantino José Manuel Carratalá. Curiosamente este general en Perú era conocido como el Carnicero, a pesar de que su familia en España se dedicaba a fabricar turrones.

Carratalá era absolutista y muy católico. Hay testimonios de que cuando hizo quemar el rebelde pueblo de Cangallo, y posteriormente arar y sembrar sal sobre sus ruinas, se persignó tres veces y no soltó el rosario hasta que se concluyó la labor. Era el único en el estado mayor del virrey José de la Serna que no era masón. De manera que para la decisiva batalla de Ayacucho en diciembre de 1824 se le asignó el mando de la división de reserva, ubicada en el fondo de la retaguardia española.

En realidad, los oficiales liberales en torno a de la Serna y su lugarteniente francés Joseph Canterac no entendían por qué Carratalá no se había unido a la sedición absolutista del general vizcaíno Pedro Olañeta, quien en enero había desatado una guerra civil entre los realistas. Por suerte, también los patriotas peruanos crearon dos gobiernos diferentes y empezaron a luchar entre sí. Además, en febrero los piqueteros argentinos del ya ausente general San Martín se sublevaron en El Callao reclamando mejor comida y más paga. Los revolucionarios rioplatenses, guiados por varios sargentos, izaron la bandera española tras fusilar a varios oficiales y al único negro de la tropa, del que se sospechaba que podría ser desleal a los traidores.

Los jefes liberales no lo sabían, pero Carratalá y Olañeta se detestaban mutuamente.

El valenciano era de buena familia. Cuando estudiaba leyes en una de las mejores universidades del reino solía sentarse cada domingo en el mismo banco de la Catedral Magistral de Alcalá que Calderón de la Barca dos siglos atrás. Un día en medio de la misa se aparecieron los franceses en el templo. Era un escuadrón de cuirassieres a caballo. Luego cundió el pánico entre los unos y se desató el vandalismo en los otros. El caballo bayo de un singular y bisoño corneta, sin coraza y de casaca gualda, depositó una plasta sobre el banco de Calderón. Entonces Carratalá se convirtió en militar. Alcanzó los galones de coronel bajo Wellington.

Por su parte, el vasco en su infancia se alimentaba principalmente de las cabezas de pescado que le regalaban a su madre en el mercado del pueblo. A los 17 años se fue a América, donde se dedicó al contrabando con éxito. Se incorporó a las fuerzas realistas el día que una banda de desafectos a la corona le desvalijó un cargamento de tabaco.

Pese a tan disímiles trayectorias, la verdadera raíz de la cizaña había que buscarla en Jujuy. Las esposas de ambos oficiales españoles provenían de aquella provincia argentina, donde las respectivas haciendas familiares colindaban. La mujer de Carratalá era más rica; la de Olañeta, más bella. Se odiaban. Sin embargo, los generales no sólo eran fieles a sus cónyuges jujeñas, sino también al rey. Después de la caída definitiva del virreinato Olañeta todavía resistió desesperadamente varios meses en el Alto Perú, hasta que tres potosinos de su tropa lo agarraron por sorpresa junto a un barranco y lo lanzaron al vacío. En Ayacucho Carratalá desobedeció las órdenes de Canterac y cargó furioso contra los insurgentes, desarmando lo pactado entre los masones, peninsulares y criollos. Otras unidades lo siguieron y la farsa de inocuas maniobras se convirtió en un sangriento combate, pero el resultado fue el mismo: el fin del absolutismo al menos en América. El fiel Carratalá tuvo la fatalidad de chocar de plano con el regimiento La Barra, el favorito del general Antonio José de Sucre, formado por mercenarios ingleses y alemanes, los únicos que no rompían filas para recargar los mosquetes. Encima, Canterac le había colocado en la división de reserva a todos los peruanos presentes en Ayacucho: dos batallones de indios quechuas, armados de quena, poncho y boleadora. Así no podía ganar. Quedó claro rápidamente, al notar que se acababan las piedras y que nadie había informado de que en esa parte de la puna no abundaba el guijarro. Aquello pronto adquirió matices de masacre. Especialmente cuando surgió por el flanco izquierdo la disciplinada caballería de la Gran Colombia, dirigida por el enérgico general William Miller. Carratalá se rindió, a la evidencia primero y a los independentistas después. Lamentablemente, los realistas quechuas restantes no obedecieron la orden de entregarse porque no entendían español y habían perdido al traductor.

En 1825, finalizado su corto cautiverio, don José Carratalá se embarcó con su familia rumbo a España. Iba decidido a emprender la carrera política. Se instaló en Sevilla y comenzó su proyecto electoral por el primero y más lógico paso: hacerse de un nombre en las tabernas.

La elección de la ciudad hispalense no había sido casual. Desde hacía casi una década la emprendedora familia Carratalá poseía un almacén de azúcar y una manufactura de golosinas junto al Guadalquivir. Por supuesto, no habían podido fabricar turrones para no quebrar el juramento del gremio de dulceros de Alicante, lo que habría significado el fin del negocio matriz. Preparaban, en cambio, yema de San Leandro, tocino del cielo y bienmesabe de la Madre de Dios, haciendo las delicias de los clientes sevillanos y provocando la indignación de las hermanas agustinas del Convento de San Leandro, los pasteleros jerezanos y las hermanas clarisas del Convento de Clausura de Belén, que en ese orden reivindicaban la receta exclusiva de cada uno de los tres dulces. Doña María Eugenia Carratalá llevaba la empresa con muy acertada mano, aunque formalmente estuviera al frente su melancólico marido, don Vicente. A ese cuñado don José no lo conocía como pariente, sino como compañero de armas. En la década anterior habían servido juntos en Venezuela, a las órdenes del Pacificador Morillo.

Don Vicente y doña María Eugenia no sólo afirmaron que tendrían el mayor placer en apoyar la carrera política de don José Manuel, sino que le rogaron que fuese el nuevo padrino de la hija de ambos. El padrino original, un amigo de don Vicente de la tertulia lírica, se había arrojado del Puente de Barcas algunos meses atrás. El tío aceptó emocionado apadrinar a la sobrina. A sus cinco años Lucía Sotolongo Carratalá era un encanto. Y seguía siéndolo tres lustros más tarde al desposar a Eulalio Fácquer Mier.

Don José Carratalá llegó a senador por la provincia de Sevilla.

13 feb 2010

Shock


Me desperté en un sofá con la ropa puesta y ajada. Medio dormido llegué hasta el lavabo y me miré en el pequeño espejo del gabinete. Primero pensé que eran las legañas, pero no, soy bizco. No reconocí mi rostro en absoluto. ¿Quién soy? Me hurgué en los bolsillos por si llevaba algún carnet. Encontré un pasaporte. Soy argentino... ¡Dios mío!

Salí del baño anonadado y me senté en una silla. Era una silla de ruedas. Además de bizco y argentino, soy deficiente físico. “Esto no puede ser…” –pensé, presa total del desconcierto. Una exclamación interrumpió mi desconsuelo:

- ¡Querido...! –clamaba una voz masculina a mis espaldas.

Evidentemente se trataba de... ¿mi novio? O sea, que soy gay.

- ¿Cariño, dónde pusiste la jeringuilla? –preguntó.

Me encogí de hombros.

- Si no aparece, prepárate: te voy a poner morado –prometió mi novio y se alejó irritado.

Entonces… también soy drogadicto. Y víctima de violencia doméstica. “Bisojo, argentino, tullido, maricón, drogata, apaleado… es para halarse los pelos” –me dije, y me llevé las manos al cuero cabelludo. Sólo había cuero. Soy calvo.

Sonó el teléfono. Lo levanté con recelo. Alguien se identificó como mi hermano e inmediatamente me soltó una descarga:

- Desde que fallecieron papá y mamá lo único que hacés es drogarte y holgazanear todo el puto día. ¡Hacé alguna cosa útil, buscá un laburo!

Es decir, estoy en paro. Y encima soy huérfano. Intenté explicar que es muy difícil hallar trabajo siendo bizco, argentino, lisiado, toxicómano, homosexual, víctima de maltrato casero, calvo, huérfano y vago; mas no lo conseguí. Se me trabó la lengua a la segunda palabra. Soy gago. Quedé trastornado y colgué el teléfono.

Me acerqué a la ventana con lágrimas en los ojos. ¡Cielo santo! Un mar de barracas llegaba hasta donde permitía ver el smog. ¡Vivo en un barrio de chabolas, una maldita favela! Me dio un mareo seguido de escalofríos. Fui al guardarropa a buscar algo para abrigarme. Abrí una gaveta y lo primero que vi fue una camiseta del Che Guevara. ¡Mal rayo me parta!

Y en eso entró mi novio y chilló:

- Arréglate ya, cariño, que vamos a llegar tarde a la convención municipal del PSOE.

Me desmayé.

    Ventaja

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    12 feb 2010

    Pasajes de la Vida de un Poeta III


    Lo sabía, sí, lo intuía:
    es falsa, soberbia y ambiciosa,
    la vanidad la consume,
    entre oropeles vanos
    en su alma jamás floreció una rosa.

    Lo intuía, no, lo sabía:
    es aún más hermosa, divina, sin ropa.
    Asonancias, Santiago Alfonso Fácquer, 1866

    III Nació Papá

    Eulalio Fácquer Mier vio la luz en un pueblito de la Sierra de Aracena llamado Santa Olalla del Cala. Fue un parto prematuro que también pudo resultar tragedia. No lo fue gracias a la bondad de los santaolalleros, generosos porquerizos de ascendencia gallega y asturiana.

    En 1809 aquel rincón de la cordillera onubense –que aún se conocía como la Banda Gallega por los colonos milicianos que siglos atrás trajo la corona desde el norte para defender La Raya ante las incursiones portuguesas– había sido escenario del duro enfrentamiento entre los restos de la real infantería de marina, veteranos de Trafalgar devenidos cazadores montañeses por bélica necesidad, y la Guardia Real de José Bonaparte, a las órdenes del mariscal Jourdan. Vizcaínos y gaditanos en alpargatas frente a franceses y napolitanos con charreteras doradas. Fue una lucha tan desigual como desesperada: 3.000 trabucos de abordaje contra 8.000 longues carabines. Sin embargo, los españoles sólo pudieron ser vencidos cuando les cayó por detrás la Legión Irlandesa con 1.500 granaderos –en su mayoría polacos ex reclutas forzados del ejército prusiano– enardecidos por la usual doble ración de alcohol. Muchos de los marinos que consiguieron escapar fueron escondidos por los pobladores hasta que lograron unirse a las tropas del general de la Cuesta en el flanco occidental del ejército de Wellington.

    Un lustro más tarde la llegada de un soldado británico con una moza en avanzada gestación despertó similares instintos en Santa Olalla. Se les proporcionó comida y albergue a los extenuados viajeros. Nadie preguntó demasiado. Incluso la cuadrilla local de mangas verdes de la Santa Hermandad se hicieron de la vista gorda. El joven párroco del pueblo casó a Cántor Fácquer con Isabel Mier Fernández en medio de las contracciones del parto. No obstante, antes insistió en rebautizar al presbiteriano escocés como católico. El cura anterior no era tan flexible. Se demostró cuando los franceses lo arrojaron del campanario.

    A la criatura sus padres le pusieron por nombre Eulalio, en agradecimiento a la benevolencia de los lugareños. No era para menos, y Olalla es la forma gallega de Eulalia. Corría el mes de julio, así que se quedaron en la aldea hasta la feria de agosto. Para reponerse y por la expectativa de probar el delicioso cerdo ibérico.

    11 feb 2010

    Pasajes de la Vida de un Poeta II


    Volví a mi casa devastado…
    agonizaba la última ilusión.
    ¡Qué ciego fui!
    Me lo ha dicho un amigo,
    sincero y sereno,
    que a él tampoco le has cobrado.
    ¡Y lo creí!
    Asonancias, Santiago Alfonso Fácquer, 1866

    II El Otro Abuelo

    Desde que desembarcó en Maracaibo en 1814 el joven brigadier Vicente Sotolongo y Solís había hecho una carrera meteórica en el Batallón Numancia. En 1819 era el jefe de la caballería realista del Pacificador Morillo. Hasta que el 2 de abril encabezó la carga española en la Batalla de Las Queseras del Medio.

    Al frente de 1000 dragones, húsares, lanceros e infantes montados el animoso oficial manchego hizo huir a los 150 llaneros de José Antonio Páez, un antiguo aliado de la corona que se había pasado a los independentistas. Cuando la victoria española parecía al alcance de la mano, el caudillo Páez profirió su famoso grito de “¡Vuélvanse, carajo!”, provocando con ello que los llaneros detuvieran su huida y arremetieran con indescriptible ferocidad contra sus perseguidores. Don Vicente no quiso ser menos y también gritó: “¡Volveos, joder!”

    La desbandada realista desembocó en un desastre. El general Morillo temió ser arrasado por su propia caballería en aquel pánico retroceso y ordenó a la infantería disparar a los jinetes compatriotas. Pocos se salvaron de la matanza. Esa noche la estrella militar del Pacificador Morillo se empezó a apagar. En cambio, el Libertador Bolívar, testigo del combate desde la ribera opuesta del Arauca, tuvo un ataque de euforia. Por su parte, Vicente Sotolongo, herido de bala en un hombro y de lanza en un glúteo, fue degradado a sargento.

    Un año después hacía la guardia junto a la Torre del Oro, mirando las aguas del Guadalquivir correr tan pasajeras como su gloria.

    Fue el primer antepasado de Santiago Alfonso Fácquer en comprar un libro de poesía.

    9 feb 2010

    Pasajes de la Vida de un Poeta I

    Este es el único retrato que se ha conservado del poeta sevillano Santi Fácquer. Se encuentra en el Museo del Prado. En un depósito del sótano, pues ningún director se ha decidido a exponerlo. Probablemente ninguno ha reparado en su existencia al revisar el inventario. Y es injusto.

    ¿Eres poeta?, preguntas y me miras
    con lascivo impudor.
    Mi vista no resiste y cae
    en tu corpiño azul.
    ¿Que si soy poeta? Sí… soy poeta,
    ternero o lo que quieras tú.
    Asonancias, Santiago Alfonso Fácquer, 1866


    I El Abuelo

    Santiago Alfonso Fácquer Sotolongo nació en Sevilla en 1840. Era nieto de un célebre soldado británico: Cant Facker, un tirador escocés de la 3ra división de infantería, bajo el comando de Sir Edward Pakenham, en el ejército de Wellington.

    Fue ese abuelo quien en 1812 durante la Batalla de los Arapiles acertó a darle al mariscal Marmont. La bala le partió un brazo y dos costillas al apuesto jefe francés, que se retiró entonces a su tienda durante más de una hora para ser atendido, dejando toda la iniciativa y la suerte del combate en manos de Wellington. Y éste supo aprovecharlo a la perfección. La victoria inglesa significó para las tropas napoleónicas la expulsión definitiva de Andalucía, la evacuación temporal de Madrid y la pérdida de 14.000 hombres. En comparación, Lord Wellington tuvo apenas 5.000 bajas, en desproporcionada medida portugueses debido a su consabida lentitud para recargar los mosquetes.

    El abuelo de Fácquer también fue una de esas bajas. En la parte final de la batalla fue atropellado accidentalmente por los lanceros charros de Julián Sánchez, que por orden de Wellington habían salido a todo galope desde la retaguardia para rematar las diezmadas líneas francesas, ya en lenta retirada. Al infortunado infante se le encontró tan maltrecho que se desestimó la posibilidad de transportarlo con el ejército. Fue entregado al cuidado de las monjas dominicas de Salamanca, sin esperanzas reales de que se recompusiera y reincorporase alguna vez.

    Le tomó casi 2 años, pero se recompuso. Sin embargo, no se reincorporó jamás. En lugar de ello, el héroe escocés huyó con una novicia hacia el sur.
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