Cuando los 3 carteles colombianos Medellín, Cali y Norte del Valle fueron desmantelados a lo largo de los años 90s y 00s con el esfuerzo mancomunado de colombianos y americanos, no se produjo una democratización de la cocaína ni mucho menos, por más que se incorporasen o florecieran diversos minoristas y transportistas del oro blanco sudamericano. En realidad los 3 tristes tigres fueron sustituídos por un lobo feroz: las FARC, que pasaron a controlar el 70% de la producción de cocaína. Esto fue posible porque el debilitamiento del último cartel en el valle del Cauca coincidió en el tiempo con otro factor: el advenimiento del chavismo en Venezuela. Junto con un santuario para las hostigadas huestes guerrilleras en tiempos de Uribe, el régimen bolivariano ofreció una nueva ruta de narcotráfico, a la par que segura con una tarifa bolivariana no mucho más costosa que los sobornos en Colombia. Este nuevo escenario en pocos años permitió a las FARC la acumulación de capital necesaria para pactar con Santos, el sucesor de Uribe, y pasar a la legalidad con perspectiva de éxito político, el cual por la vía armada ya estaba anulado completamente. Recordemos que dada la creciente estupidez global con apenas 7 millones dólares se puede montar un Podemos en cualquier parte y obtener en poco tiempo el 20% del voto popular. Otra cosa aparte es que una buena porción del narcocapital amasado por las FARC haya sido depositado en Cuba a cambio de mediación. Por algo Lucky Luciano nunca le dio a guardar plata a Al Capone. Igual los planes revolucionarios nunca son perfectos. Por otro lado, la nueva narco-ruta de Maracaibo también fue decisiva para el chavismo, pues su operación por razones logísticas y legales sólo podía ser ejecutada por los militares venezolanos, lo que por fuerza dejaba en manos de estos la mayor parte de la tarifa bolivariana pagada por los colombianos, sentando así la columna financiera necesaria para sostener la fidelidad de los milicos al régimen. Hasta entonces la coerción de la seguridad cubana era un buen palo, pero faltaba la zanahoria. La mutación de las FARC a partido político produjo un narcovacío demasiado tentador para que quedarse abierto. Es así que un grupo de veteranos narcoguerrilleros optó por la disidencia y la conservación de las narcotradiciones revolucionarias: las FARCRIM, que son hoy día el mayor cartel de Sudamérica y las herederas de la producción de coca de las FARC, de sus estructuras comerciales mayoristas y de la narco-ruta venezolana. Desde luego, sigue funcionando la ruta del Pacífico, la cual ha desarrollado una gran afición por las lanchas rápidas entre los afrocolombianos, pero el grueso de la cocaína colombiana sale por el Golfo de Maracaibo hacia México, Centroamérica y el Caribe para ser transferida a los consumidores norteamericanos, que eran y son la raíz del mal. Esa ruta tampoco es exclusiva, pues entretanto se ha establecido una producción autónoma de coca venezolana en Apure que también necesita salida a los mercados del norte.
La caída del chavismo provocaría la escasez repentina de cocaína de Los Angeles a New York, con la consecuente subida de precios, la aparición de más sintéticos, y mayor criminalidad en general. Pero esa caída, a corto plazo y sin injerencia externa, sólo sería posible si la oposición pacta narcocontinuidad con el Ejército Bolivariano.
25 ene 2019
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