9 nov 2010

Europa sigue igual

Azul total: fanáticas de la Unión Europea.


La abnegada voluntad de recaudar fondos para el prójimo -específicamente para el prójimo común del resto de la especie- me trae hasta Europa una vez más. Y encuentro lo mismo de siempre: los españoles no tienen trabajo, los franceses no quieren trabajar y los alemanes trabajan por todos los demás.

Salí del aeropuerto y me subí a un tren. Tras unos minutos se sentó a mi lado una dama en el vestíbulo de la tercera edad. Resultó ser una profesora universitaria de matemáticas. Le dije que tenía un título académico de su especialidad, pero que desde hace años soy un IT FreeLancer porque así me va mejor. Replicó horrorizada que de esa manera también curro mucho más. Luego quiso saber de dónde venía. Contesté que de Miami, y me compadeció por tener que soportar a los reaccionarios exiliados cubanos. Agradecí el gesto y le aseguré que ella no tenía idea de cuán terribles son los cubanos en el sur de la Florida. Mi propia madre, sin ir más lejos. De inmediato pasó a contarme amenamente que llegaba de un simposio de estocástica en Tokio. Al final nos bajamos en la misma estación y ella inquirió si yo necesitaba algún tipo de ayuda. Volví a agradecer el gesto y la dejé parada en el andén mientras me alejaba. ¿Qué querría la vieja docente socialista?

Había reservado un hotel en un barrio apacible. Se llega seguro por autovía. Por metro, en cambio, hay que atravesar un brazo del gueto islámico. Uno nota que está allí al instante. Basta cualquier escena habitual. En mi caso, enseguida vi a un camello en bicicleta pedaleando tras una rubia nativa y voceando reiteradamente un expresivo vocablo no clasificado, cuya traducción más fidedigna sería algo así como vagina pro-copulativa. Unos pasos más allá, junto a un muro, había media docena de jóvenes paisanos del ciclista bebiendo cerveza. Aprecié esa interpretación flexible del Corán.

- ¿Tienes un euro, tío? –me preguntó uno de ellos.

Consideré referirme a su madre o a su hermana, pero decidí ser estrictamente diplomático.

- Tenía uno, pero se lo acabo de dar a tu novia –contesté.

El morito sonrió y me saludó cordial con la cabeza. Sus congéneres también. Sin duda alguna, los musulmanes son los mejores anfitriones de Europa.
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