31 jul 2008

El Mercader de Lobetal 3



Separamos suficiente ropa para llevar a Cuba, y el lunes comenzamos a distribuir el resto en las tiendas de Compra & Venta de la periferia. Le pusimos precios moderados a nuestra mercancía para hallar compradores a corto plazo. Funcionó. En menos de dos semanas se vendió todo. Sacamos, tras extraer los costos, casi exactamente 13.500 marcos. Nos repartimos 4.000 por cabeza, y guardamos el resto como capital de inversión para la siguiente operación tras las vacaciones. El momento era una fiesta. El futuro, muy prometedor. Planeamos como surtir los Compra & Venta de varias regiones vecinas. Rotativamente, para no llamar la atención. Mes tras mes. Cientos de miles de marcos. ¡Nos forraríamos!

Las vacaciones serían estupendas, y el retorno a la RDA también. Sólo me faltaba comprar la grabadora para mi hermano. Me encaminé otra vez al café de los libios.

- ¡Coño, Hassán, ¿cómo que 13 a 1?! No hace ni un mes me cambiaste 8 a 1...

- Sí, pero ahora está 13 a 1! Puedes preguntar a otros aquí. ¿Ves ese amigo allí? El también está cambiando 13 a 1. ¿Quieres comprobarlo? ¡Hey, Munir...!

- Está bien, te creo, déjalo -lo interrumpí-. Dime una cosa, Hassán, ¿ese Munir no estuvo preso?

- ¡Eh! ¿Y tú como lo sabes? -se asombró Hassán.

- Bueno, yo también tengo mis fuentes -me aventuré a decir, cuando en realidad sólo me había burlado de la cara de maleante de Munir.

- ¡Ah! Pero, sabes, fue un malentendido, y se aclaró todo.

- Sí, desde luego -contesté, mientras pensaba para mis adentros: «Munir realmente no estaba templándose el alazán favorito de Muammar al-Gaddafi, sino que sólo resbaló y...» Pero Hassán continuó:

- Su padre cayó en sospecha, y, lógicamente, internaron a toda la familia. Pero luego se aclaró todo, y los soltaron.

- Sí, apenas le quedó esa cicatriz en la cara -comenté, ya intencionalmente creativo.

Hassán se rió.

- Bueno, puedo cambiarte 12 a 1.

- Eso está bien, pero no tan bien como 9 a 1 -asentí-. Y ¿cómo fue que Munir consiguió la beca de la Jamahiriya para venir a estudiar aquí?

- Sin problemas, ahora su familia es confiable, ya están probados.

- Entiendo. Y ¿qué fue de Abú Munir? -indagué, con sano interés, por la salud del progenitor de Munir.

- Pues le va muy bien. Bueno, ya no está al frente de la Shabiyah Tripolitania, pero pertenece al Congreso Popular.

- ¡Qué bien! Y Abú Hassán, ¿él cómo está? -pregunté, pues ya que supe del uno, lo cortés era preguntar por el otro.

- ¿Mi padre? -respondió Hassán-. Mi padre está bien.

- ¿Y qué hace ahora?

- ...está al frente de la Shabiyah Tripolitania...

- ¡Pues enhorabuena, amigo mío! -exclamé sonriente-. Y lo nuestro, ¿10 a 1 entonces?

- Bueno, puedo cambiarte 11 a 1, pero sólo porque eres un amigo.

- De acuerdo, amigo.


Recibí 200 DM a cambio de 2.200 marcos RDA. Crucé la calle hasta el Intershop, y compré por 350 DM una Panasonic double-deck stereo con equalizer y bocinas separables. Made in Japan. Calidad Matsushita: Todavía hoy funciona. Fue la primera adquisición respetable en mi vida.

Cuando entraba al albergue, con la grabadora al hombro, me di de bruces con el Jefe del Colectivo de estudiantes cubanos.

- ¡Coñooo! ¿De dónde sacaste eso? -gritó.

- Se la compré a un alemán -declaré sonriente.

- ¿Cuánto te costó? Déjame verla, chico.

- 3400 estacas -contesté con sinceridad-. Y si quieres verla, ven pa'l comedor de mi piso. Pero trae dos Pilsener y el cassette de Dire Straits, que esta tarde celebramos a James Watt.

- Coño, sí, cumple 80 por lo que veo...

Volamos a Cuba, y el verano se fue volando. Al despedirme anuncié que no regresaría a Cuba.

- Pero aquí está tu familia... -dijo mi madre con lágrimas en los ojos.

- Lo que yo necesito ahora es otra cosa -riposté.

- ¿Qué? -preguntó ansiosa, pensando seguramente en cómo resolverlo.

- Libertad -contesté.

Aún recogería un título y una pequeña fortuna antes de escapar -pensaba yo. Sin embargo, de vuelta en la RDA algo había cambiado. El sistema empezaba a descomponerse. La atmósfera social era muy diferente. También entre los estudiantes cubanos. De repente el business programado pasó a segundo plano. Había una encantadora emocionalidad política. Y nos involucramos, naturalmente. Tuve el placer de decir impune en una asamblea de muchas decenas de estudiantes cubanos que "Fidel Castro es un tirano sangriento", entre otras cosas.

No obstante, todavía hicimos una segunda y final visita a Lobetal, para descubrir que a esas alturas todas las donaciones de ropa a la Iglesia Evangélica de la RFA eran destinadas a los nuevos campamentos de fugitivos de aquel paraíso socialista de los obreros y campesinos alemanes llamado RDA.

El mercader de Lobetal también se marcharía. Definitivamente.

30 jul 2008

El Mercader de Lobetal 2



Era el 28 de mayo. En la misma noche de aquel domingo me entrevisté con un inversionista. Necesitaba un socio con capital. Se trataba de otro cubano.

- ¿Qué me dices? El sábado que viene es nuestra oportunidad. Yo sé dónde y cómo, y tú pones el dinero -propuse.

- Bueno, sí, pero ¿tú no vas a poner nada? –objetó un poco confuso.

- ¡Yo pongo el know-how, chico! Además, no tengo cash.

- Cambia los marcos duros que tú tienes -sugirió descaradamente.

- No, eso es muy peligroso –expuse persuasivo-. Comprar las divisas es más fácil, porque el vendedor es camello. Pero al revés es más jodido. El comprador suele ser alemán, y puede echarte pa'lante. Un cambista camello sería inmune a la denuncia, pero como cubiche te pueden clavar. Y, en definitiva, con 700 u 800 cañas, que tú aportes, alcanza perfectamente.

Supe por su expresión que no lo estaba convenciendo. Tenía que dorar esa píldora.

- Mira, viejo, del dinero que saquemos primero te separamos lo que invertiste, y con el resto vamos a la mitad.

- OK, pero el dinero es de mi novia y mío, así que vamos a repartir entre tres -me soltó de sopetón.

- No, no, espérate, así no es la cosa -repuse, aún ecuánime-. El orígen de tu inversión no es problema mío. Con los beneficios vamos a la mitad. Y, claro, tu parte la repartes como te convenga.

- ¡No jodas, Luis! Tú no vas a poner nada, y ese dinero es de ella y mío. La ganancia la dividimos entre tres -afirmó categórico.

- ¡Pero ¿qué coño es esto?! ¿La mafia? ¿El matriarcado? –pregunté irritado.

Me miró furioso. Era evidente que no le había gustado la objetividad de mis últimos argumentos.

- Si no te cuadra, hazlo tú solo -masculló con rabia.

- ¡Ya qué! Ahora que te lo dije, te vas a poner a averiguar –confesé con serena tristeza-. Acabarías yéndote de lengua...

- ¿Oye, Luis, a ti qué cojones te pasa?! –bramó.

- ¡No me eches cojones! –exclamé con dignidad-. Recuerda que tú eres guantanamero. ¡Date tu lugar, coño! ¡Subordínate! –añadí, para mostrar luego una sonrisa sardónica en aras de mantener la armonía.

Sin embargo, el socio parecía a punto de tirarme un puñetazo. Por lo que, sin dejar de medirlo para anticipar el golpe, continué:

- Vaya, está bien. Vamos a dividir entre tres. Eso sí, si tu mujer quiere ganar, también tiene que cargar.

Cinco días más tarde partimos los tres con poco más de 900 marcos. Nos subimos en el último tren y nos bajamos en la última estación. Exploramos sus alrededores. Eran las 12:30 AM, y había luna llena. Una especie de camino vecinal atravesaba un bosque y prometía llegar hasta Lobetal. Por ahí nos lanzamos.

Fue un trayecto fascinante. Aquella luna melancólica arrancaba sombras disímiles de los árboles grises. El silencio era casi completo. Al parecer ninguno de los internos del Asilo de Lobetal se había escapado esa noche. Apenas algún buho, algún murciélago o alguna ráfaga de viento fresco surgía, a veces, entre los árboles. Ese entorno nos indujo a deliberar sobre la vida de los nativos en tiempos remotos. Cuan inspiradora sería aquella naturaleza para los sacrificios humanos, la mala leche en la Gau, las cacerías de brujas, o las marchas antorchadas de los camisas pardas nazis. En fin, Germania. ¡Quinctilius Varus, qué hiciste!

Encontramos el lugar sin mayores percances. Y nos dispusimos a pasar la noche a la intemperie. No éramos los únicos. De varias direcciones fueron llegando hasta una docena más de comerciantes. Todos a pie. Todos extranjeros. Rusos y polacos. Eran tan infelices los alemanes. Bueno, la mitad.

Más entrada la noche bajó la temperatura de forma muy antipática. Los rusos sacaron sus botellas de vodka. Y, sin pensarlo, compartieron con los polacos y con nosotros. Así eran los rusos, nos ofrecían vodka y tanques de petroleo (a los cubanos) o vodka y tanques de guerra (a los polacos).

Después conseguimos forzar la puerta trasera de un Trabant Kombi estacionado entre las barracas. Era una especie de station wagon enano de fabricación germano-oriental. Nos metimos a dormir en su interior. Inicialmente mi socio quería romper el cristal de una puerta. Me opuse por razones éticas. Alguien podría herirse con los vidrios en los asientos. Por eso trasteamos la cerradura de la puerta trasera con un pedazo de cabilla, hasta que cedió. Dejé que mi socio lo hiciera para compensarlo por no permitirle romper el cristal. Me limité a supervisar la labor. Fue rápido. Y dos rusos, que observaban interesados, también se metieron en el Trabant. Te dan vodka, y luego se meten en tu casa. Así son los rusos.

Antes de las 7 estábamos en una fila organizada, y con resaca colectiva. De pronto llegaron 8 automóviles. Casi todos eran de la marca Wartburg, el mejor tipo de pésimo vehículo local. Resultaron ser negociantes alemanes. Se colocaron en la fila, y comenzaron a refunfuñar:

- ¡Extranjeros descarados!

- ¡Hasta duermen aquí para entrar primero!

Los rusos y polacos no entendían. Nosotros, en cambio, les respondimos adecuadamente:

- ¡Partida de vagos, levantaos más temprano y no habléis tanta mierda!

Fue en ese instante cuando los eslavos percibieron que aquel diálogo matutino no era mera cortesía. Y prorrumpieron en improperios cosacos. Inmediatamente los alemanes se quedaron tranquilitos. Ya lo había visto otras veces, las amenazas en ruso surtían ese efecto en los alemanes orientales. Una especie de efecto RCA Victor. Sí, la voz del amo.

Poco después abrieron las puertas del barracón comercial. Había tres filas de mesas con grandes cajones encima. Estaban repletos de buena ropa. Entramos cual jauría. Los tres cubanos nos avalanzamos primero sobre los cajones de jeans. Agarramos con las seis manos ejemplares nuevos y cargados de etiquetas. No lo podíamos creer: Levi's, Lee, Wrangler y hasta un Calvin Klein, que casi me arrebata un polaco. A diez marquitos cada uno.

Compramos de todo. Gastamos prácticamente todo el dinero que traíamos. El mejor shopping que haya hecho jamás. No lo he superado todavía en más de 18 años en la sociedad de consumo. Luego regresamos, pero nos quedamos merodeando en la estación central para hacer tiempo y llegar de noche al albergue. No queríamos ser vistos con aquellos sacos enormes.

[Continuará...]

29 jul 2008

El Mercader de Lobetal



Estudiaba en la RDA, y en aquel verano de 1989 me tocaban vacaciones en Cuba. Le había prometido a mi hermano llevarle una grabadora japonesa. Algo grande. Para nivel cubano incluso grandioso. Y yo suelo cumplir mi palabra. Siempre y cuando no haya cambiado de opinión.

Mayo se aproximaba a su fin. Tenía ahorrados 1.200 marcos de la RDA. Una grabadora grande en el Intershop –la cadena estatal de comercio minorista en divisas– costaba, como mínimo, 300 marcos de la RFA. Fui al café de los estudiantes libios a ver como estaba el trueque. Me dijeron que 8 a 1 al momento, pero que en la medida que se acercaba el verano el marco federal siempre subía de valor. Mahoma prohibió la usura, pero no dejó nada dicho sobre las tasas de cambio. Así que cambié lo que tenía. El usual ritual. Bajar al baño junto con el camello. Hacer como que meas, si hay algún alemán. Intercambiar las sumas. Contar lo recibido. Subir. Y deshacerte de cualquier alemán preguntando por cambio a la salida del baño. Eran tan infelices los alemanes del este.

- La mitad -decía Hassán, el cambista-, la otra mitad son chivatos de la Stasi.

- ¿Y vosotros, no tenéis chivatos en Libia? -pregunté con mal fingida inocencia.

- Sí, claro, pero en Libia es más lucrativo ser chivato –contestó amable–. Además, casi siempre se denuncia por motivos personales. Es más sano que aquí.

Ahora poseía 150 marcos duros. El 50% del valor necesario. Podía pedir prestado, desde luego. 100 marcos blandos, 200, 300 tal vez, pero no llegaría a otros 1.200. Y ciertamente tampoco me ilusionaba la idea de pasarme meses o años pagando deudas.

La opción criminal también cruzó en forma algo etérea por mi cabeza. Todos los estudiantes extranjeros cobrábamos el estipendio en la misma caja de la universidad. El día correspondiente llegaba un funcionario con una maleta de dinero. A veces eran dos. Siempre entraban por la misma puerta del inmueble, que tenía otras tres salidas. Una de ellas era apenas accesible a pie o en bicicleta. Y desde allí se podían alcanzar cómodamente zonas densamente pobladas de estudiantes para sumergirse en el anonimato. El problema era la consabida cuota de resolución de crímenes de la Volkspolizei: 98%. En robo de bancos, 100%. Realmente no era factible, pero un hombre debe considerar todas sus posibilidades. Aunque no le sirva de nada. ¿Nada? No, siempre hay opciones. Si bien nunca alcanzan para todo el mundo, sino apenas para quien las conoce. El que no sabe, ese es el que no puede.

Yo no sabía. De manera que procuré enterarme. Cierto compañero me explicó gentilmente como robar botellas de licor en un almacén para venderlas con descuento a bebedores habituales. Hice unos cálculos, pero no rendía. Eso era todo, o sea, igual nada. Entonces me acordé de un contacto que me había dado mi madre. Era un representante de la Central de Trabajadores Cubanos, que fungía de responsable de los obreros antillanos en la RDA, llamados cooperantes socialistas, o simplemente ninjas. Aquel individuo era el jonín, el jefe de los ninjas. Lo llamé. Me pareció que intentaba zafarse, pero al final aceptó que lo visitara en su casa.


El jonín vivía en un apartamento en Marzahn, una especie de reparto Alamar sin fango y con calefacción en Berlín Oriental. El edificio era un prefabricado estilo Chapucinski común y corriente. Por dentro, sin embargo, estaba estelarmente surtido. Sin duda que mi óptica de entonces llevaba lentes más simples. Aún así, el tipo se había instalado de una forma que imponía respeto.

En la tarde de un domingo nos tomamos unas cervezas. Le expliqué que andaba buscando dinero.

- Eso no es un gran problema. Hay varias posibilidades. Déjame pensar y te mostraré alguna que esté a tu alcance –contestó.

Fuimos a dar una vuelta en carro. El tipo usaba un Lada, aunque sin placa diplomática. Debía ser prestado u organizado de otra manera. No pregunté, por supuesto. En la RDA ese automóvil soviético era un auténtico lujo. Uno como aquel, con asientos de cuero y reproductor de cassettes, era tan difícil de ver como una fluctuación cuántica. Salimos de Berlín hacia el noreste. Y como a unos 15 o 20 kilómetros llegamos a un lugar apartado llamado Lobetal. Unos edificios grises y unas barracas amarillas se erigían en medio de arboledas y algunas áreas de cultivo. Nos detuvimos.

- Mira -me dijo el jonín-, eso es un asilo para retrasados mentales.

Por alguna razón recordé cierta gente de mi facultad.

- Pertenece a la iglesia protestante -continuó mi anfitrión-, y se financia con donaciones desde la RFA. Esas donaciones no son sólo dinero, sinó también ropa. Es ropa de uso, pero en buena medida está nueva: No la usaron o la donan nueva, cuando no la pueden vender. En fin, buena ropa occidental. La venden en esa barraca ahí enfrente para recaudarle fondos al hospicio. A precio fijo. Cada camisa o blusa a 5 marcos, cada camiseta a 2, cada pantalón a 10, etc.

Lo vi claro inmediatamente. Por un jean occidental de marca pagaban hasta 200 marcos en una tienda de Compra & Venta. Por una blusa 40 o 50. Por un suéter...

- ¡Coño, y para llevar a Cuba también! -reflexioné en voz alta.

- Pero fíjate, eso se hace una vez al mes nada más. El primer sábado de cada mes. Abren a las 7 de la mañana y cierran a las 12 del día. Quien llega primero se lleva lo mejor. Tienes que estar aquí antes de que abran.

- ¿A qué estamos hoy? -pregunté.

- No te mandes a correr -me interrumpió el jonín-. Aunque es obvio, igual te advierto que la discreción es imprescindible.

- En todos los sentidos -aseguré-. ¿No hay una parada de guagua o de tren por aquí?

- Aquí mismo no, pero hay un tren urbano de Berlín que tiene su última estación unos 4 km al sur de aquí. Lo malo es que el primer tren del sábado llega a eso de las 9 de la mañana. Búscate un carro -sentenció.

Igual podía haber dicho que me buscara un helicóptero, o una locomotora, o un dromedario.

[Continuará...]

21 jul 2008

Estampa 85 de Luis Carbonell



Luis Mariano Carbonell Pullés nació en Santiago de Cuba el 26 de julio de 1923. Después de seis hijas, sus padres, Luis y Amelia, querían un macho varón masculino. Escogieron mal la fecha. El carnaval santiaguero no suele ser propicio a los propósitos audaces. Treinta años después tampoco lo era.

Carbonell sigue vivo, aunque muy enfermo. La probabilidad de que cumpla 90 es escasa. Por tanto, hay que honrar su extraordinario arte ahora. Y es que se trata de uno de los artistas más sui generis que ha dado el Caribe. Realmente original. Insustituible.

Era vástago de una familia mestiza de clase media, o lo que es lo mismo, de mulatos con aspiraciones. Dos de sus hermanas se hicieron profesoras universitarias ya en los años 40. Su madre era una reconocida maestra que escribía poemas. Doña Amelia le enseñó a recitar, y quería que su hijo estudiara medicina o derecho. No obstante, como era natural en su grupo social, puso al pequeño a recibir clases privadas de violín y de inglés. El idioma fue un éxito, pero pronto quedó claro que el instrumento no se le daba tan bien. Así que lo cambiaron para la profesora de piano Josefina Farret, una recia catalana que era tan buena como impetuosa con sus pupilos. Josefina comprendió en breve que con Luis Mariano tendría que concentrarse en el piano.

Y así fue. El aplicado chico progresó con las teclas y ya en 1938 entró a trabajar en la radio local. En 1944 se había convertido en un personaje imprescindible en la CMKC santiaguera. No sólo declamaba de una manera cada vez mejor elaborada, sino que concebía y dirigía programas. Y, además, acompañaba al piano a cuanto cantante pasara por la emisora. Fue ahí donde convenció a un tímido muchacho llamado Pacho Alonso para que cantara boleros. Eso le trajo a Pacho una mala fama que no perdió ni cuando nació Pachito, pero le dio a Cuba uno de sus mejores boleristas. También tuvo la oportunidad de conocer y acompañar a estrellas nacionales de visita en la ciudad oriental. Por ejemplo, a Rita Montaner y a Esther Borja.

Sin embargo, a los 22 años Luis Mariano se percató de que los límites del progreso en Santiago de Cuba se alcanzan rápido. Los estaba pisando en ese mismo instante. Decidió emigrar a La Habana. Fue en ese momento cuando Sissi, un amigo que había sido corista en Broadway, le aconsejó probar suerte en Nueva York, aprovechando su dominio del inglés. «En La Habana -le dijo- sólo serás otro mulato oriental sin pedigrí.» Carbonell se marchó a los EE.UU.

En aquel 1946 neoyorquino, trabajando en una joyería, el joven inmigrante se reencontró con Esther Borja, quien inmediatamente asumió generosa el rol de protectora, y lo presentó a Ernesto Lecuona. El compositor, a su vez, lo conectó con la diva boricua Diosa Costello. Para un artista latino en Nueva York eso significaba entonces lo mismo que conocer a Lucky Luciano para un mafioso. Diosa lo colocó en un casino, o sea, en El Teatro Hispano en 116th Street & 5th Avenue, donde Luis Mariano Carbonell descargó con enorme éxito su expresiva poesía afroantillana, mientras en la tramoya se manejaba la bolita del Bronx. Tan buena acogida le trajo incluso la presentación en un programa de poesía que organizó la NBC para emular el éxito de la CBS con "El Show de Eusebia Cosme." La negra Eusebia, también santiaguera, era pianista, actriz, narradora, locutora, y la única declamadora de poesía afroantillana con fama internacional hasta aquel día. En realidad era más. Era la creadora del género. Eusebia asistió al programa de la NBC con Carbonell, y al salir de allí resolvió concentrarse en su matrimonio con Freddy, su cónyugue americano, y dejar la recitación. Volvería al escenario en 1955, tras la muerte de Freddy, pero únicamente de actriz. Luis Carbonell de la NBC fue para el Carnegie Hall.

A finales de 1948 el declamador, ya consagrado en América, pensó que era la hora de regresar a Cuba. Más de dos años de teatro en New York le habían permitido perfeccionar su disciplina hasta niveles insospechados, incorporándole técnicas y elementos histriónicos ajenos al medio radial anterior. Creyó que podría entrar en La Habana por la puerta grande. Llegó, y no había puerta. Ni grande, ni chiquita. Sólo había puestos en la policía. Pero, desde luego, a Luis Mariano le faltaba vocación.

Nuevamente su gran amiga y hada madrina Esther Borja se encargó de abrirle una ventana. Lo instaló en su propia casa, y luego lo llevó a un homenaje que le hacían a René Cabel, el tenor de las Antillas. Cabel era un tipo muy querido, y toda la farándula, artistas y mecenas, vino al evento en el Auditórium. Esther habló con el presentador del espectáculo, José Antonio Alonso, el anfitrión de "La Gran Corte del Arte", para que colara a Carbonell en el programa.

Carbonell se quedó horas junto al escenario esperando a que lo llamaran. José Antonio lo ignoró. Hasta que Esther subió a presionarlo otra vez. «Mira –respondió Alonso-, no lo voy a llamar porque aquí recitaron ya cuatro primeros actores y no pasó nada.» «A ti eso no te importa –insistió Borja-. Llámalo de todas maneras.»

A la una de la mañana, tras cuatro horas de show, Alonso por fin anunció a Carbonell. El mulato subió y recitó Rumba de la negra Pancha de José Antonio Portuondo. Los aplausos echaron abajo el teatro. El público, que había aplaudido tranquilo una pieza de cada artista, aclamó a Carbonell tras cada uno de los cuatro números que declamó esa madrugada.

Inmediatamente empezaron a caerle contratos. Uno de esos lo llevó a la residencia del multimillonario Ernesto Sarrá, coincidiendo con el payaso argentino Pepe Biondi. El sudamericano había estado en el homenaje a Cabel y reconoció a Carbonell. Lo abordó y le dijo: «Che, vos no recitás, vos pintás el poema, vos hacés una acuarela de poesía.»

Poco después Luis Mariano Carbonell debutó en el cine-teatro Warner de la CMQ, llamado luego Radiocentro hasta que la intervención comunista de las propiedades de los Mestre Espinosa le trajo una denominación más agreste: Yara. Fue en CMQ donde le quitaron definitivamente el Mariano de su nombre artístico. En enero de 1949 se inauguraba un nuevo programa radial patrocinado por Bacardí. Y aunque Goar Mestre, el director de CMQ, pensaba que Carbonell era más bien un artista de cabaret, lo contrató a prueba por un mes. Se quedó los 8 años que el popularísimo "De Fiesta con Bacardí" se mantuvo en el aire. Aquello resultó un fenómeno, el ron era gratis para la audiencia en vivo, creando una euforia que parecía transmitirse por las ondas radiales. Esa fue su consagración definitiva como el acuarelista de la poesía antillana.



En CMQ Luis Carbonell puso de moda la Estampa. Una especie de monólogo-sketch costumbrista, donde el artista podía personificar a varios personajes bufos modulando hasta 4 voces diferentes de cada sexo. Fue un invento de Felix B. Caignet, el padre de la radionovela y telenovela latinoamericanas. Este otro oriental le escribió a Carbonell las primeras estampas: Coctel de son, Soy bongosero y Me voy de flirt. Otros autores, como Enrique Martínez, Rafael Sanabria, José Miguel Botardi o Enrique Núñez Rodríguez, se embullaron también. Mas fue el humorista villareño Alvaro de Villa quien le hizo una estampa que causó verdadero furor: Mi Habana.



Luego el camagüeyano Jorge González Allué, el compositor de Amorosa guajira, le daría la estampa más emblemática: Los 15 de Florita.



Como hoy la mala política cubana, antes el buen arte nacional provocaba émulos en el vecindario latinoamericano. Entre otros, el boricua Fortunato Vizcarrondo se le apareció con Y tu abuela ¿a'onde etá?



Carbonell también estuvo en 1950 entre los primeros artistas en aparecer en la televisión cubana, integrando el espectáculo inicial transmitido por Canal 4 Union Radio TV desde el Teatro Alcázar. Además participó en las transmisiones experimentales del Canal 6 CMQ TV.

Empedernido perfeccionista y con una capacidad creativa en plena explosión, a partir de 1956 el acuarelista desarrolló la estampa hasta un nuevo género: el Teatro Unipersonal Criollo. Durante 8 meses el Teatro Hubert de Blanck fue escenario de un verdadero derroche artístico: Luis Carbonell fusionando pequeñas piezas narrativas de Félix Pita Rodríguez, Onelio Jorge Cardoso y Virgilio Piñera con técnica declamatoria, reducidos efectos de escena y un mínimo acompañamiento musical. La plasticidad de su voz, desplegada sobre múltiples personajes, hacía el resto. Carbonell llegó a desdoblarse en 17 personajes distintos en una sola pieza de 4 horas. Inigualable.

No obstante, los poemas y estampas no pasaron a un segundo plano. El maestro pasó a integrar sus textos hablados con acompañamiento músical rítmico. Clave y percusión básicamente. Algo que 30 años después llamarían rap. La diferencia es la dicción, la articulación y el humor, es decir, la inteligencia. Carbonell resulta un stradivarius al lado de los violines plásticos del rap.

Su repertorio lírico incluyó lo mejor de la poesía negra y mulata -mucha de la cual consiguió revalorarse gracias a la interpretación del acuarelista- de autores como Nicolas Guillén, el venezolano Aquiles Nazoa, Arturo Liendo, Emilio Ballagas, el brasileño Jorge de Lima, José Zacarías Tallet, Regino Pedroso, Agustín Acosta, el puertoriqueño Luis Palés Matos, o el dominicano José Antonio Alix.

Aunque sí recitó al más afín Federico García Lorca, también dominaba a su antojo a Luis de Góngora y a Lope de Vega. Y en el más rancio español castizo. Nunca quiso declamarlos en público.

Tras la implantación de la dictadura castrista Luis Carbonell no abandonó la isla. La que sí desapareció fue la creatividad. Empezó a repetirse. Pero eso le llega a todo el mundo en algún momento… en algún momento… en algún momento, no importa dónde.

En todo caso, su carrera aún continuó largos años en un nicho artístico tan único como personal. Paralelamente comenzó a dedicarse a la docencia de canto y declamación. Igualmente trabajó como repertorista y asesor artístico de diferentes entidades de la música cubana, como Los Cañas, Pablo Milanés, Facundo Rivero, Las D’Aida, el Cuarteto del Rey, el Trío Antillano, Liuba María Hevia o Paulito F.G. Algo que había hecho antes con Pacho Alonso, Orlando de la Rosa, Esther Borja y Linda Mirabal.

No hay muchos discos de Luis Carbonell. La expansión audiomediática lo alcanzó en pleno socialismo cubano: planeamiento cultural con mucho racionamiento artístico, abundante escasez de recursos y absoluta ausencia de iniciativa privada.

Disponibles hay apenas dos o tres CDs de la compañía dominicana Kubaney, y algún compilatorio de la EGREM. Una tenue ignominia para semejante dimensión cultural.

Aquí están las Estampas de Luis Carbonell: Parte 1 & Parte 2

Formato: mp3, 256 kbit/s.

9 jul 2008

Objeto



No dormí mucho, pero me desperté de un golpe. No por la luz matutina, sino por el peso de Nina. Ella estaba sobre mí. Yo, dentro de ella. Desenredé mi pierna derecha del cobertor para no ser potro cojo, y apreté con fuerza sus nalgas.

Cuando acabamos, me limpié con la sábana. Sus líquidos vaginales casi llegaban a mi ombligo. Desistí, y fui al baño.

- Buenos días –dije regresando al cuarto.

Suspiró. O tal vez fue un resuello.

- Disculpa que te haya despertado –reclamó.

- No fue nada, apenas una cabalgata matutina –contesté sincero.

- Es que por la mañana no puedo salir de la cama, si no me meto algo antes –explicó–. Y como tenías la tienda de campaña montada...

- Lógico –asentí, me senté en la cama, y añadí–. ¿Qué hubieras hecho de estar sola?

- Hay otros objetos.

- Claro, aunque espero ser más convincente que mi colega banana –convine mordaz.

- De los vegetales prefiero el pepino –anunció con una naturalidad casi vegetariana.

- Ciertamente me parece mejor que el tomate –reflexioné en voz alta-. Si bien la banana seguramente...

- No, ya cometí ese error –me interrumpió–. Hasta que se me reventó una adentro.

- ¡Coño!

- Sí, me llevé un sustillo –agregó–. Tuve que ir al ginecólogo, y resultó un poquito engorroso...

- ¿Para el ginecólogo? –indagué.

Soltó una carcajada.

- También –concedió.

Sonreí, y destapé su cuerpo.

- Lo mejor es el plástico –murmuró mirando de reojo la gaveta de la mesilla de noche.

Abrí el mueble. Había tres consoladores de diferentes formas y colores. Súbitamente la miré, y tomé uno de los dildos. Pero no llegué a elaborar la frase. Lo solté, porque la oí decir:

- Ese es el de mi marido...

7 jul 2008

El Protector De Los Cerdos XIX


Un indio diferente

La flota castellana se disponía a abandonar Isla Mujeres con proa hacia el norte de Yucatán, cuando Juan de Escalante anunció una emergencia en su bergantín mediante una salva de cañón. Poco después un mensajero en un bote informó al generalísimo de que la nave de Escalante hacía agua.

- ¡Hostia, que se nos jode el casabe! –exclamó el caudillo consternado.

- Os lo advertí, excelencia –reconvino fray Simón-. Poner todo el pan casabe en un solo barco fue una imprudencia.

- Regresaremos a Santa Cruz –decidió Cortés-. Hay que carenar ese barco.

El retorno a Cozumel fue rápido. Afortunadamente sólo se perdió medio quintal de casabe. No se echó a perder. Sencillamente se perdió de la bodega del bergantín, junto con una pinta de aceite de oliva y algo de sal.

La reparación de la nave demoró varios días. Una vez que todo estuvo listo para zarpar, Cortés mandó a embarcar la tropa, y llamó a sus oficiales a una reunión en el templo de Ixchel. Luego, a sugerencia de Cabezuela, se procedió a celebrar una misa por el éxito de la expedición.

Rezando estaban, cuando Portocarrero, que se entretenía oteando el horizonte dada la prohibición de blasfemar en misa, divisó una canoa dirigiéndose rauda a Cozumel.

- ¡Virgen de los demonios, esos indios sí que reman, y a las buenas! –exclamó el extremeño.

- ¿Cuál virgen? –preguntó Alvarado separando las manos y siguiendo la mirada de su vecino.

- ¿Están buenas, eh? –inquirió Ordás levantándose a mirar.

- ¿Dónde, dónde? –dijeron varias voces, mientras se perdía la posición oratoria general.

- ¡Caballeros, por Dios, no abandonéis la misa! –exclamó fray Olmedo visiblemente enojado.

- ¡Pero dónde diablos os habéis creído que estáis! –gritó Cortés enfurecido-. Por mi conciencia, os juro que…

Prontamente se reaunudó la ceremonia. Finalizada la misma el caudillo ordenó a Andrés de Tapia dirigirse a la playa para averiguar qué traía la piragua.

Tapia bajó con su escolta. Ya en la costa, mandó a sus hombres a señalizar intenciones de paz hacia la canoa próxima. Sus tripulantes, cinco indios en taparrabos, saltaron de la embarcación. Avanzaban vacilantes entre las débiles olas.

- Tintorero, ¿acaso no me habéis escuchado? Bajad esa ballesta ahora mismo –masculló don Andrés, y agregó para los restantes soldados-. Sonreíd, joder, imaginaos que son indias.

La sonrisa colectiva de la tropa hispana hizo retroceder instintivamente a los desarropados indígenas. Uno, sin embargo, continuó adelantándose, y entonces gritó:

- Señores, ¿sois cristianos y cuyos vasallos?

Las palabras castellanas de torpe acento desconcertaron a los conquistadores. Angel Tintorero fue el primero en reaccionar.

- Sí, cristianos somos, y vasallos del rey de Castilla –aseguró con firmeza.

Aquel nativo semidesnudo cayó de rodillas llorando y rezando a un tiempo.

Los castellanos se acercaron. Comprobaron, con cierta dificultad, que realmente se trataba de un europeo curtido por la vida agreste. Era un individuo de contextura mediana, de tez morena, aún más bronceada por el sol. Llevaba el cabello al estilo maya: rapado en todos sus bordes, y con el largo resto atado atrás.

Tapia se agachó y le puso una mano en el hombro.

- ¡Nada temáis, buen cristiano! Decid: ¿quién sois? –inquirío el oficial.

- Soy fray Gerónimo de Aguilar, de la Orden de los Hermanos Menores[32], oriundo de Ecija, y náufrago de la Santa María del capitán Valdivia[33] –anunció el hombre respirando agitado.

La emoción del náufrago era contagiosa. Con gran regocijo los soldados lo abrazaron y cumplimentaron. Tapia mandó a Tintorero corriendo a dar la buena nueva al caudillo, que ya descendía del templo.

- Venid, hermano, y traed a vuestros indios con vos –reclamó don Andrés, y seguidamente se volvió hacia sus guardias-. ¡50 maravedíes a que don Hernando no distingue al franciscano entre los salvajes!

- Vale, me apunto con 20 –afirmó Pero el desorejado[34].

- E io con il resto –añadió Doménico el genovés[35].

Ambos grupos se encontraron en un pequeño claro de la arboleda que separaba la playa de la aldea de Chamaco.

- ¿Dónde está el náufrago castellano? –preguntó impaciente el caudillo, pues no veía ningún cristiano desconocido entre los presentes.

Gerónimo de Aguilar se había colocado en las habituales cuclillas, al igual que sus acompañantes indígenas.

- ¡Arriba, Perillo y Dominguete, vengan esos maravedíes! –exclamó el capitán Tapia.

- Me cago en la leche –se lamentó el primer aludido.

- Figlio di putana –imprecó el otro.

- Por mi conciencia, ¿de qué puñeta habláis? –se exasperó Hernán Cortés-. ¿Dónde está Gerónimo de Aguilar?

- Ese soy yo –dijo un indio.

Recuperado de la sorpresa, el caudillo mandó traer unos calzones, una camisa y un jubón para el pobre Aguilar. El propio fray Cabezuela sacó de su zurrón las alpargatas de reserva, y las donó al hermano Gerónimo. Juan de Escalante le regaló su montera para que cubriera la deformada cabellera.

Comiendo y bebiendo en el patio del cacique cozumeleño, Gerónimo de Aguilar contó su asombrosa historia.



[32] Los frailes franciscanos de la Ordo Fratrum Minorum, fundada por San Francisco de Asís en 1209, fueron pioneros en la evangelización de América, al igual que los padres dominicos de la Ordo Praedicatorum, así como, en menor medida, los también mendicantes hermanos agustinos de la Ordo Sancti Augustini y los penitentes monjes jerónimos de la Ordo Sancti Hieronymi.

[33] Otro caso homónino entre conquistadores. Este Pedro Juan de Valdivia no debe ser confundido con su tocayo Pedro de Valdivia, conquistador de Chile. Tampoco estaban emparentados. Y tuvieron destinos muy diferentes: Pedro Juan, modesto capitán de barco, fue atrapado en 1511 por los mayas cocomes tras una breve escaramuza. Los cocomes lo sacrificaron sin mucha ceremonia, y se lo comieron junto a tres de sus hombres. Pedro, Capitán General de Chile, fue capturado en 1553 por los araucanos de Lautaro en la sangrienta batalla de Tucapel. Durante tres día los mapuches le aplicaron atroces tormentos. Como colofón, usando afiladas conchas de almejas, le quitaron la carne de los antebrazos y se la comieron a la brasa delante de sus ojos. Luego siguieron con las pantorrillas y parte de brazos y muslos del desesperado conquistador. Finalmente, su antiguo paje Lautaro le sacó el corazón a carne viva y lo degustó crudo, compartiéndolo con otros toquis (caciques). Aunque el moribundo resto de Valdivia sólo llegó a vislumbrar el mordisco inicial de Lautaro. Su cráneo fue conservado como trofeo. Tres generaciones de toquis lo usaron para beber chicha, hasta que en 1608, como gesto de paz, el cacique Pelantaro lo entregó a los españoles junto a otra vasija de chicha: la calavera del gobernador Martín García Óñez de Loyola, caído en la batalla de Curalaba en 1598.

[34] La usanza castellana de cortar nariz y/u orejas de los condenados por hurto o estafa trajo numerosos mutilados a las Indias. Entre los hombres de Cortés habían varias decenas de ellos.

[35] La tropa conquistadora no se componía exclusivamente de ibéricos. Dos docenas de italianos, principalmente genoveses, integraban las tripulaciones de los barcos de Cortés, algo muy usual en la marinería de las naciones mediterráneas. También algunos marineros franceses y varios griegos participaron en la conquista de México.
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