21 abr 2018

El Pizarro Negro



Mamadú nació en una aldea fula al noroeste del Senegal en el siglo XVI. En 1538, cuando tenía 10 años, su padre fue asesinado con una roca de un golpe en la nuca. Poco después su tío, para quedarse con la viuda y las sobrinas, vendió a Mamadú a unos traficantes portugueses en la costa. Y aquí comienza uno de los capítulos más gloriosos de la historia afroamericana.

Aunque por entonces ya funcionaba un incipiente tráfico de esclavos hacia el Nuevo Mundo, el principal mercado para los negreros lusos era todavía el Viejo Mundo, y en particular Andalucía. Las plantaciones del sur de España se veían forzadas a usar esclavos africanos dado que muchos moriscos se habían marchado y que los cristianos locales no eran afines al trabajo.

Mamadú fue a parar a Sevilla. Su comprador se llamaba Alonso de Illescas y era un comerciante manchego que se había establecido junto al Guadalquivir para negociar productos con Las Indias. Don Alonso hizo bautizar al pequeño sirviente como Enriquillo y pronto le tomó cariño al despierto y meticuloso negrito, quien a su vez de forma rápida y autónoma aprendió castellano e incluso a contar hasta cien. Pese a las diferencias de clase y de piel, Enriquillo veía en el comerciante español una especie de padre. Como solía ser bastante común entre propietarios castellanos, el amo se ocupó de que su esclavo doméstico recibiera cierta educación, incluyendo el uso de las armas europeas y la interpretación musical con la vihuela y el carrillón. Ya a partir de los 14 o 15 años Enriquillo era alquilado regularmente para tocar el carrillón en la misa del Omnium Sanctorum sevillano. El chaval acompañaba el "Jesus, Dulcis Memoria" con un ligero tumbado fula de campanas tan contagioso que abarrotaba la iglesia y la plaza a costa de otros templos.

Al cumplir los 21 años, Enriquito pidió a su amo ser rebautizado como Alonso de Illescas, lo cual fue consentido con regocijo por el patrón.

Hacia 1550 don Alonso era consciente de que el lino, que vendía a 8 maravedíes el palmo para los clientes sevillanos y a 18 para los mercaderes indianos, se revendía en Lima a 50 y en El Cuzco incluso a 60, por lo que decidió abrir una filial de la Casa Illescas en el Virreinato del Perú. Sin embargo, en los años siguientes esa ventaja comercial no arrojó frutos con el margen esperado. En palabras del negro Alonso: „Lojindio ta jugar fula, Vuesa Mercé“. En 1553 la Casa Illescas envió una misión de audición interna que puso rumbo a Las Indias con numerosas mercancías. Entre los elegidos para el servicio estaba el negro Alonso.

La expedición alcanzó Nombre De Dios y atravesó en mulas el camino real hasta Panamá sin contratiempos. En contraste, el trayecto por el Pacífico resultó un desastre. El barco contratado había partido con sobrepeso por la carga comercial y con escasas provisiones para hacerle espacio. En octubre, cerca del Cabo San Francisco casi sobre la línea del Ecuador, la nave de los Illescas fue víctima de la inclemencia del tiempo: no avanzaba por la inconveniencia del viento y la ausencia de corriente marina. Agotadas las provisiones, se ordenó desembarcar a casi toda la tripulación para descansar los blancos mientras los negros buscaban alimentos y agua potable, con tan mala suerte de que a las pocas horas se desató un mal tiempo que arrojó a la embarcación contra el acantilado costero, haciéndola encallar destrozada. Los españoles en tierra firme acudieron al acantilado tratando de recuperar las mercancías y socorrer a los náufragos. Entonces, una vez que a un fornido mandingo llamado Antón le dio por estrangular al capataz hispano, a los 23 africanos se les ofreció la inesperada oportunidad de escapar, o no les quedó más remedio.

Los esclavos fugitivos eran 17 hombres y 6 mujeres. Llevaban algunas armas de fuego, así como espadas y picas ibéricas, pero aun así no tenían condiciones para sobrevivir a largo plazo en una selva desconocida.

Los españoles, por su parte, una vez comprobado que los negros también en la selva corrían más rápido, emprendieron una penosa marcha por la costa de regreso al Puerto Viejo de Panamá. Perecieron en su totalidad.

El destino de los africanos en la jungla de Esmeraldas fue mucho mejor. Para elegir un jefe acudieron al tradicional rito mandé y se sacaron los miembros. Antón salió mayimbe. Pronto arribaron a una aldea de indios pidis. Ante la imponente presencia de los africanos los guerreros indígenas mostraron su agilidad, dejando atrás pertenencias y familias. Los negros se dieron banquete con la comida y las indias. A los pocos días los bravos guerreros pidis recapacitaron y cayeron por sorpresa sobre la aldea. Pero fueron vapuleados por los negros, y optaron por someterse. A cambio de la paz los negros permitieron a los pidis regresar para trabajar la tierra y construirse nuevas chozas, y hasta les devolvieron las indias más viejas. Para sellar esa bonita amistad, acordaron asaltar juntos a los vecinos indios campas, que resultaron ser más duros de roer y rechazaron el ataque matando a 6 negros y a buen número de sus vasallos indios.

Esa vulnerabilidad africana ante los campas despertó la ilusión de los pidis, que se sublevaron para recuperar su independencia. Esta vez los negros no tuvieron clemencia. Los castigos de los negros a los vencidos fueron tan bestiales: desollados, sodomizados, castrados y descuartizados, que hasta los campas mandaron un tributo en especie en señal de no beligerancia. Por toda respuesta Antón envió a uno de los pidis abusados portando una caja llena de arcilla con la huella de su órgano viril. Ambyah, el cacique de los campas, ofreció de inmediato una alianza. Hacia 1558 una coalición afro-esmeraldina empezó a conquistar la región, pero un buen día el mayimbe Antón pereció en combate contra los feroces indios niguas al ser golpeado por un proyectil de piedra en la nuca. Tras la batalla Alonso con una roca en la mano se proclamó cacique sin apelar al rito mandé. No hubo discusiones. Ya sólo quedaban 11 negros y 3 negras, pero la habilidad negociadora de Alonso mantuvo el orden en Esmeraldas y convenció de una alianza a los niguas, que pronto empezaron a apreciar los beneficios de tener indios esclavos. A los celosos campas Alonso también los supo manejar. Hacia 1560 la coalición fue consagrada definitivamente. Alonso recibió a los dos caciques rivales y, tras los saludos y regalos de rigor, con una mano en el hombro de cada jefe indio proclamó:“¡Mi ambia y mi nagüe!”

En 1570 Alonso de Illescas era el amo de toda Esmeraldas, aniquilando incluso una expedición reductora española al mando de Martín de Carranza, cuyos pocos sobrevivientes 
así como algunos náufragos fueron incorporados al gran palenque de Alonso de Illescas. Uno de ellos, el fraile trinitario Alonso de Espinosa contaría luego en sus memorias de la habilidad de Alonso como gobernante, de su innumerable descendencia y de las concubinas indias del mayimbe en número fijo de 14, de las que cambiaba por una más nueva a la que cumpliese 14 años.

En 1577 la Audiencia de Quito llegó a enviar una embajada amistosa encabezada por Cabello Balboa para negociar el reconocimiento de la soberanía de la corona sobre Esmeraldas. A cambio se le ofrecía a Alonso de Illescas un generoso paquete de privilegios que incluía la libertad, el perdón del rey, el título de Don, la conversión de sus dotes de esclavos indios en reducciones legales, y la investidura como gobernador de la Bahía de San Mateo. Alonso prometió obediencia al rey, pero pidió 14 mujeres españolas para su palenque. Antes de que pudiera llegarse a un acuerdo hubo noticias de otra rebelión de esclavos indios y Alonso partió a reprimirla. Con Cabello de vuelta en Quito la audiencia desestimó la última demanda de Illescas. No se volvería a negociar con el mayimbe, quien fallecería hacia 1590. En cambio, sería su hijo Don Sebastián quien consumaría en 1600 el pacto con la corona bajo similares condiciones a las ofrecidas antes a su padre.

El ocaso del palenque de Illescas comenzaría a partir de 1640 con el advenimiento desde el norte de otra banda de fieros cimarrones, los mangaches, que dieron cuenta de los reblandecidos zambos de Esmeraldas.

En 1997 en Ecuador Alonso de Illescas fue proclamado Héroe de la Libertad por los cholos descendientes de los indios que esclavizó.
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