7 jul 2012

Cuban Marines

Esta foto magistralmente coloreada proviene de la Colección Theodore Roosevelt del Harvard College (ver en Memorandum Vitae) y es el testimonio gráfico más impresionante que he visto del Ejercito Libertador cubano: negros y mulatos aindiados descalzos y en harapos con machetes y mosquetones de bucaneros.

Ante semejantes especímenes habría bastado una mínima dosis de sensibilidad para que los marinos del norte recordasen las andrajosas tropas de George Washington, aunque lo más probable es que sólo se creyeran en una especie de safari militar.

Tras la rendición de Santiago de Cuba, el comandante del cuerpo expedicionario americano, William Shafter –impetuoso y necio como el general gringo promedio desde Custer hasta MacArthur–, prohibió la entrada de los cubanos en la ciudad y mantuvo a las autoridades españolas en sus cargos. Eso dio lugar a la famosa queja epistolar del general cubano Calixto García.

[…] 
Circula el rumor que, por lo absurdo, no es digno de crédito general, de que la orden de impedir a mi Ejército la entrada en Santiago de Cuba ha obedecido al temor de la venganza y represalias contra los españoles. Permítame Ud. que proteste contra la más ligera sombra de semejante pensamiento, porque no somos un pueblo salvaje que desconoce los principios de la guerra civilizada: formamos un ejército pobre y harapiento, tan pobre y harapiento como lo fue el ejército de vuestros antepasados en su guerra noble por la independencia de los Estados Unidos de América; pero, a semejanza de los héroes de Saratoga y de Yorktown, respetamos demasiado nuestra causa para mancharla con la barbarie y la cobardía. 
[…] 

Tras esa carta García renunció patéticamente a su mando. En su lugar el difunto Antonio Maceo habría ordenado entrar en Santiago.

Pero nada de eso había sucedido cuando se tomaron estas fotografías, que muestran los primeros marines cubanos mucho antes de que diversos exiliados sirvieran formalmente en la infantería de marina estadounidense.
 

Los navíos americanos los recogieron más allá de Chivirico, donde las estribaciones de la Sierra Maestra se unen con el mar, 50 km al oeste de Santiago de Cuba. Y los desembarcaron en Daiquirí, 30km al este de la ciudad, como tropas auxiliares de los más de 20.000 soldados de la infantería invasora que marchaban sobre la principal plaza militar española en la parte oriental de la isla. 

El 1ro de Julio de 1898 alcanzaron las líneas fortificadas de las lomas de San Juan y El Caney, posiciones avanzadas de la defensa ibérica. En lugar de pasar entre ambas para caer sobre la ciudad, dejando que los cubanos se ocupasen luego del asunto con nocturnidad y alevosía, el general Shafter decidió tomarlas por asalto. Además, inicialmente no consideró necesario involucrar a los improvisados marines cubanos con sus vetustos fusiles y miserable apariencia. Fue un doble error. Las trincheras de piedra de San Juan y El Caney, escasamente dotadas en conjunto con 1.500 españoles, contenían una mezcla fatal. Por un lado predominaban los reclutas frescos, vírgenes del desmoralizador efecto del despiadado conflicto antillano. Sabido era en Cuba desde la primera guerra que el pundonor de los quintos era enorme hasta chocar con el horror del machete. Por otro lado, los oficiales eran todos veteranos, envilecidos por los años expuestos a las tretas intransigentes de los insurrectos cubanos. 

Tras inexplicables demoras y previas escaramuzas, los americanos treparon con gallardía las lomas de San Juan, como si tuvieran delante a los mexicanos de Santa Anna o a los pobres cadetes de Chapultepec. Resultó en una matanza que diezmó a los atacantes en pocas horas. Al final la superioridad numérica y artillera americana causó estragos entre los defensores. Y entonces, como los sobrevivientes –ya sin municiones– calaron las bayonetas sin intención de rendirse, el sádico Shafter les lanzó las fieras de las fotografías.
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