24 sept 2007

Las Bolas



Fue un fenómeno infantil en los 70. Las bolas eran chinas y generalmente se podían comprar en cualquier época del año. Apenas recuerdo tres juguetes no racionados: bolas, yaquis y un espantoso camión volqueta de plástico Made In Cuba. Más que eso sólo había en los seis días de Julio destinados a vender 3 juguetes a cada niño.

Siempre se jugó a las bolas como a otras veinte cosas más. Canicas las llamaban nuestros abuelos. Pero a mediado de los 70, de pronto, las bolas adquirieron una connotación extraordinaria. Fue un arrebato colectivo. Todo el mundo jugaba a las bolas en todo lugar y a toda hora posible. Se iba a la escuela con un puñado de bolas en la maleta para jugar entre clases, en el receso y a la salida. Se jugaba en los patios, en las calles, en los parques. Los niños enfermos jugaban entre los bancos de la salas de espera de las clínicas, olvidando la gastroenteritis o el asma. Los mejores jugadores se citaban a duelos directos, a torneos de barrio y entre barrios. Esos grandes juegos, pero también los de menor nivel, atraían a numerosos curiosos y a observadores expertos. Habían jugadores muy buenos que deambulaban solitarios de parque en parque y de barrio en barrio retando a jugar a los locales. En público naturalmente que sólo se jugaba al duro: los que ganaban se quedaba con las bolas de los perdedores. Las bolas chinas pasaron a ser la divisa, el valor de cambio y el bien universal. Todo se cambiaba contra bolas. Para hacer un negocio grande se definía el monto de la transacción en bolas. De manera que si un tipo quería cambiar el grueso anillo de oro con sello masónico de su abuelo por un excelente fusil de juguete Made In Hong Kong, que disparaba balas de plástico arrojando incluso el casquillo al recargar, pues tenía que entregar junto con el anillo 300 bolas adicionales para obtener el fusil. En fin, el valor social de cada individuo lo definían sus bolas...

Los grandes jugadores amasaban enormes fortunas: sacos de bolas. Para pertenecer a la clase media había que poseer por lo menos una lata de dos galones llena de bolas. Yo era malo jugando, y por tanto muy pobre. En mis mejores momentos solo llenaba una media de bolas. Y no me refiero a media lata sino a una media o calcetín. Luego iba a jugar y las perdía casi todas. Pero fue una etapa muy instructiva. Reinaba la paz social, pues los más humildes no tenían que envidiarle las bolas a los otros. Podían ganárselas jugando mejor. Y como imperaba el culto a la habilidad en el juego, los menos capaces respetaban y admiraban la prosperidad ajena.

El comienzo del fin de esta próspera etapa llegó, como suele ocurrir, con un hecho violento. Generalmente resulta ser una revolución política o una catástrofe natural. En este caso fue una paliza doméstica. El mejor jugador del que yo tuve noticia vivía en nuestra calle -situada en una loma- tres casas más arriba. Se llamaba Reinaldo, estaba en sexto grado y era un negrito al que no se le conocía por ninguna otra razón que por jugar a las bolas magistralmente. Fuera de eso era muy tranquilo e introvertido. En su casa, sin embargo, imperaban el terror y la guerra civil.
Era muy ostensible el antagonismo entre las tres hermanas mayores del Rey y su madre. Y esta señora tenía la mano bien caliente. Las palizas que les propinaba a las hermanas del Rey eran conocidas en toda la manzana, pues iban acompañada de alaridos, gritos e insultos a toda voz antes, durante y después del castigo, vociferados tanto por el verdugo, como por las condenadas. Los insultos se caracterizaban por estar compuestos en gran medida de malas palabras. Mi hermano y yo, cuando se producía una de esas palizas, es decir, casi todos los días, escogíamos sendos epítetos y nos concentrábamos en contar las veces que eran usados. Quien al final tenía más, ganaba. Era un juego muy emocionante. A veces pasaba que tras varios minutos de silencio uno se creía vencedor, por ejemplo 17 pingas contra 16 cojones. De pronto había un epílogo en el drama familiar en la casa del Rey. Gritaban un par de cojones más, y cambiaban los resultados del juego.

Pues bien, el Rey escasas veces era el protagonista de aquellas acciones punitivas, pero en una de esas pocas ocasiones sucedió la tragedia. Mi hermano y yo escuchamos aquella terrible frase y olvidamos la cuenta de malas palabras:

- Te pasa to' el día jugando a la bola'e mieida esa... e má, te la buá botai, cojone! Aora mimo te la buá botai!

Corrimo asia la calle y bimo a... perdón, corrimos hacia la calle y vimos a la madre del Rey en la puerta de su casa cargando un saco de bolas y al Rey llorando y forcejeando con ella. No éramos los únicos testigos, otra media docena de menores de edad se habían arrojado a la calle también. Horrorizados comprendimos lo que iba a pasar. Observamos incrédulos como aquella mujer abrió el saco y lo vertió en la cuneta. Las bolas corrían cuesta abajo, y nos lanzamos a salvarlas. Pero nuestras manos y bolsillos apenas alcanzaban para una pequeña parte de aquel diluvio de cristal, y ya la negra venía con el segundo saco... y el tercero... Por un momento levanté la vista y observé al Rey junto al marco de la puerta. Ya no se resistía ni lloraba. Miraba en silencio lo que pasaba. Ese día murió su alma. Quizá hoy día sea un asesino, un loco peligroso o un policía de tránsito.

Fue una infamia. Seis sacos de bolas. La mayor fortuna fruto del mayor esfuerzo del mayor talento. Estuvimos horas buscando y pescando bolas. En cada ranura del pavimento. En las zanjas calle abajo. En los portales. Juntamos lo reunido por todos, apenas lata y media, y se lo llevamos al Rey. Luego de días todavía aparecían bolas aquí y allá. Después de aquello en el barrio ya nada fue igual. Jugar a las bolas perdió rápidamente su atractivo. Estuvimos incluso casi una semana sin contar las malas palabras.

16 comentarios:

  1. Sabrosa crónica!!! Yo siempre tuve muy mal quimbe. Por aire las tiraba un poco mejor que por el piso: el pulgar siempre me falló...

    terminé con las niñas jugando a los yaquis, como le pasaba a muchos fracasados en el mundo de las canicas...

    Saludos... llegué hasta aquí desde lo del Caminante

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  2. Cold&Cool Greetings, Freezzer!
    (Ya conocía tu blog, por el circuito enrisco-caminante-garrincha-ge-sosa-varela.)

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  3. Estás calando güicho. Afloja el sentimiento, que se me estruja el esternón. Buen pulso macho, se te da mejor la radio novela que la Gran Madre Patria. El cubano nació con una crónica debajo'el brazo.

    En mi zona le decíamos chinatas. Para que después digan que el pinareño es bobo. ¿Donde han visto mejor derivación lingüística del Made in China? Una joya de la sabiduría popular...

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  4. ah! te descubri... ya te leere.. y veo que el general tambien anda por aqui.... mmmmm... debe estar bueno este blog, le caigo mas tarde!

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  5. Jajaja. A mi un día así mismo me votaron los cassettes, por hacerme el loco con la musiquita y la guitarrita...
    -¡Camilito coño! Como sigas haciendo ruido te vas de cabeza pa’ Capdevila.-

    Una vez también le descargué un post a eso del Básico-No básico y Dirigido.
    Saludos, tony

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  6. Asere, lástima por los cassettes, pero lo importante es que no acabaste ni loco ni policía!

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  7. Medea... y mira que me había camuflageado bien, pero que va, a buena escudriñadora sobran los escondites...

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  8. Danke, Caminante, y tienes razón, la crónica criolla es patrimonio nacional.

    Eso de chinatas me gusta. Nunca creí en el mito de los pinareños, aunque sin duda hay historias dignas de estudio, como aquella piñata de cumpleaños llena de botellas de refresco de naranjita...

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  9. Si, en mi tierra ( no me refiero a Corinto) le decian chinatas, y tambien recuerdo pinnatas con chinatas dentro, y bucaritos con malanguitas en el agua repletos de chinatas compartidas con larvas de aede aegypti, me imagino.

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  10. En los años sesenta también se jugaba a las bolas y se fabricaban tira chapas. Quimbe y cuarta, al ñate, sobre todo. Me recuerdo: primera, pie y sola.

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  11. yo tenia bolas pero no para jugar, me las encontraba en el parque de frente a mi casa y las guardaba para mi, algunas eran lindas, tenian como el mundo adentro, en miniatura.
    esta comico lo de la piñata llena de refrescos naranjitas, esa no me la sabia.
    gracias Güicho, nos seguimos viendo!

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  12. Muy buen relato sobre las bolas. Y El Rey inconsolable después del desastre. Me remosntaste a mi pueblo natal, Cárdenas, donde a final de los 60 las bolas eran una fiebre.

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  13. Gracias, Rafael, me pregunto si se jugará a las bolas hoy día aún. (En definitiva no hay play stations en la isla.)

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  14. hola he visto tu blog y me ha surgido la idea de organizar un campeonato de bolas en españa ,utilizare parte de tus reflexiones para animar a la genta espero no te moleste muy bueno tu blog felicidades

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