7 jul 2008

El Protector De Los Cerdos XIX


Un indio diferente

La flota castellana se disponía a abandonar Isla Mujeres con proa hacia el norte de Yucatán, cuando Juan de Escalante anunció una emergencia en su bergantín mediante una salva de cañón. Poco después un mensajero en un bote informó al generalísimo de que la nave de Escalante hacía agua.

- ¡Hostia, que se nos jode el casabe! –exclamó el caudillo consternado.

- Os lo advertí, excelencia –reconvino fray Simón-. Poner todo el pan casabe en un solo barco fue una imprudencia.

- Regresaremos a Santa Cruz –decidió Cortés-. Hay que carenar ese barco.

El retorno a Cozumel fue rápido. Afortunadamente sólo se perdió medio quintal de casabe. No se echó a perder. Sencillamente se perdió de la bodega del bergantín, junto con una pinta de aceite de oliva y algo de sal.

La reparación de la nave demoró varios días. Una vez que todo estuvo listo para zarpar, Cortés mandó a embarcar la tropa, y llamó a sus oficiales a una reunión en el templo de Ixchel. Luego, a sugerencia de Cabezuela, se procedió a celebrar una misa por el éxito de la expedición.

Rezando estaban, cuando Portocarrero, que se entretenía oteando el horizonte dada la prohibición de blasfemar en misa, divisó una canoa dirigiéndose rauda a Cozumel.

- ¡Virgen de los demonios, esos indios sí que reman, y a las buenas! –exclamó el extremeño.

- ¿Cuál virgen? –preguntó Alvarado separando las manos y siguiendo la mirada de su vecino.

- ¿Están buenas, eh? –inquirió Ordás levantándose a mirar.

- ¿Dónde, dónde? –dijeron varias voces, mientras se perdía la posición oratoria general.

- ¡Caballeros, por Dios, no abandonéis la misa! –exclamó fray Olmedo visiblemente enojado.

- ¡Pero dónde diablos os habéis creído que estáis! –gritó Cortés enfurecido-. Por mi conciencia, os juro que…

Prontamente se reaunudó la ceremonia. Finalizada la misma el caudillo ordenó a Andrés de Tapia dirigirse a la playa para averiguar qué traía la piragua.

Tapia bajó con su escolta. Ya en la costa, mandó a sus hombres a señalizar intenciones de paz hacia la canoa próxima. Sus tripulantes, cinco indios en taparrabos, saltaron de la embarcación. Avanzaban vacilantes entre las débiles olas.

- Tintorero, ¿acaso no me habéis escuchado? Bajad esa ballesta ahora mismo –masculló don Andrés, y agregó para los restantes soldados-. Sonreíd, joder, imaginaos que son indias.

La sonrisa colectiva de la tropa hispana hizo retroceder instintivamente a los desarropados indígenas. Uno, sin embargo, continuó adelantándose, y entonces gritó:

- Señores, ¿sois cristianos y cuyos vasallos?

Las palabras castellanas de torpe acento desconcertaron a los conquistadores. Angel Tintorero fue el primero en reaccionar.

- Sí, cristianos somos, y vasallos del rey de Castilla –aseguró con firmeza.

Aquel nativo semidesnudo cayó de rodillas llorando y rezando a un tiempo.

Los castellanos se acercaron. Comprobaron, con cierta dificultad, que realmente se trataba de un europeo curtido por la vida agreste. Era un individuo de contextura mediana, de tez morena, aún más bronceada por el sol. Llevaba el cabello al estilo maya: rapado en todos sus bordes, y con el largo resto atado atrás.

Tapia se agachó y le puso una mano en el hombro.

- ¡Nada temáis, buen cristiano! Decid: ¿quién sois? –inquirío el oficial.

- Soy fray Gerónimo de Aguilar, de la Orden de los Hermanos Menores[32], oriundo de Ecija, y náufrago de la Santa María del capitán Valdivia[33] –anunció el hombre respirando agitado.

La emoción del náufrago era contagiosa. Con gran regocijo los soldados lo abrazaron y cumplimentaron. Tapia mandó a Tintorero corriendo a dar la buena nueva al caudillo, que ya descendía del templo.

- Venid, hermano, y traed a vuestros indios con vos –reclamó don Andrés, y seguidamente se volvió hacia sus guardias-. ¡50 maravedíes a que don Hernando no distingue al franciscano entre los salvajes!

- Vale, me apunto con 20 –afirmó Pero el desorejado[34].

- E io con il resto –añadió Doménico el genovés[35].

Ambos grupos se encontraron en un pequeño claro de la arboleda que separaba la playa de la aldea de Chamaco.

- ¿Dónde está el náufrago castellano? –preguntó impaciente el caudillo, pues no veía ningún cristiano desconocido entre los presentes.

Gerónimo de Aguilar se había colocado en las habituales cuclillas, al igual que sus acompañantes indígenas.

- ¡Arriba, Perillo y Dominguete, vengan esos maravedíes! –exclamó el capitán Tapia.

- Me cago en la leche –se lamentó el primer aludido.

- Figlio di putana –imprecó el otro.

- Por mi conciencia, ¿de qué puñeta habláis? –se exasperó Hernán Cortés-. ¿Dónde está Gerónimo de Aguilar?

- Ese soy yo –dijo un indio.

Recuperado de la sorpresa, el caudillo mandó traer unos calzones, una camisa y un jubón para el pobre Aguilar. El propio fray Cabezuela sacó de su zurrón las alpargatas de reserva, y las donó al hermano Gerónimo. Juan de Escalante le regaló su montera para que cubriera la deformada cabellera.

Comiendo y bebiendo en el patio del cacique cozumeleño, Gerónimo de Aguilar contó su asombrosa historia.



[32] Los frailes franciscanos de la Ordo Fratrum Minorum, fundada por San Francisco de Asís en 1209, fueron pioneros en la evangelización de América, al igual que los padres dominicos de la Ordo Praedicatorum, así como, en menor medida, los también mendicantes hermanos agustinos de la Ordo Sancti Augustini y los penitentes monjes jerónimos de la Ordo Sancti Hieronymi.

[33] Otro caso homónino entre conquistadores. Este Pedro Juan de Valdivia no debe ser confundido con su tocayo Pedro de Valdivia, conquistador de Chile. Tampoco estaban emparentados. Y tuvieron destinos muy diferentes: Pedro Juan, modesto capitán de barco, fue atrapado en 1511 por los mayas cocomes tras una breve escaramuza. Los cocomes lo sacrificaron sin mucha ceremonia, y se lo comieron junto a tres de sus hombres. Pedro, Capitán General de Chile, fue capturado en 1553 por los araucanos de Lautaro en la sangrienta batalla de Tucapel. Durante tres día los mapuches le aplicaron atroces tormentos. Como colofón, usando afiladas conchas de almejas, le quitaron la carne de los antebrazos y se la comieron a la brasa delante de sus ojos. Luego siguieron con las pantorrillas y parte de brazos y muslos del desesperado conquistador. Finalmente, su antiguo paje Lautaro le sacó el corazón a carne viva y lo degustó crudo, compartiéndolo con otros toquis (caciques). Aunque el moribundo resto de Valdivia sólo llegó a vislumbrar el mordisco inicial de Lautaro. Su cráneo fue conservado como trofeo. Tres generaciones de toquis lo usaron para beber chicha, hasta que en 1608, como gesto de paz, el cacique Pelantaro lo entregó a los españoles junto a otra vasija de chicha: la calavera del gobernador Martín García Óñez de Loyola, caído en la batalla de Curalaba en 1598.

[34] La usanza castellana de cortar nariz y/u orejas de los condenados por hurto o estafa trajo numerosos mutilados a las Indias. Entre los hombres de Cortés habían varias decenas de ellos.

[35] La tropa conquistadora no se componía exclusivamente de ibéricos. Dos docenas de italianos, principalmente genoveses, integraban las tripulaciones de los barcos de Cortés, algo muy usual en la marinería de las naciones mediterráneas. También algunos marineros franceses y varios griegos participaron en la conquista de México.

4 comentarios:

  1. De ampanga que después de tres dias de tormentos tenga uno que prersenciar como se lo comen poco a poco!
    Saludos,
    Al Godar

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  2. Al,
    sin duda alguna, el suplicio de Valdivia fue uno de los más coloridos de la Conquista.

    A los niños chilenos les enseñan en la escuela que los mapuches mataron a don Pedro apenas de un garrotazo. Lo único que falta es decir que primero le pusieron anestesia. Sólo los que llegan a la enseñanza superior se enteran de la terapia completa.

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