3 ene 2013

Les misEUROables


Un resumen crítico sobre las improductivas naciones de Europa meridional: Francia, Italia, España, Portugal y Grecia en el marco de la moneda común: el Euro. 

 I  EUROrígenes 

Habría que remontarse a la Guerra de los 30 Años para entender las raíces del antagonismo entre las dos naciones herederas del Imperio de Carlomagno. Francia y Alemania, sin embargo, se comenzaron a odiar de verdad tras la desilusión alemana con Napoleón y la posterior devastadora carga prusiana contra la retaguardia de aquel en Waterloo. En los siguientes 130 años ese odio fue el nutriente conflictivo continental. Con tres platos fuertes: la derrota de Francia en 1871 con la consecuente unificación imperial germana alrededor del estandarte prusiano; el humillante Tratado de Versalles tras la Primera Guerra Mundial con la pérdida de Alsacia y Lorena, las desproporcionadas reparaciones y la ocupación francesa de la orilla oeste del Rin; y por último la invasión alemana de Francia en la Segunda Guerra Mundial con el traumático pánico colaboracionista de la mayoría de los franceses. 

La derrota alemana en la Segunda Guerra Mundial fue a manos ajenas: eslavas y anglosajonas, por lo que no tuvo efecto terapéutico alguno en Francia. Durante toda la conflagración la Grande Nation no había sido otra cosa que un grande péon del ocupante bárbaro. Ese complejo arrojó frutos tan diversos como dramáticos: el exitoso esfuerzo por la bomba atómica, la traición hacia los colaboracionistas argelinos, el celo independentista frente a la OTAN, pero sobre todo la amarga reconciliación con el rival alemán. 

“Si no puedes con tu enemigo, pues entonces únete a él” –reza un sabio adagio tribal que resulta empático para el amerindio o el turcomano, pero no para el celta. A menos que sea un protestante escocés. Tanto más mérito tiene, por tanto, la voluntad integradora que la élite francesa asumió al descubrir a mediado de los años 50 que Alemania, vencida y destruida una década atrás, ya los superaba ampliamente en todos los renglones económicos a pesar de haber quedado reducida a sus dos tercios más occidentales: la RFA. 

No menos profundo era el complejo germano. De culpa en este caso. Los espantosos crímenes alemanes durante la guerra marcaron el carácter nacional por un mínimo de 5 generaciones. No era para menos, desde luego. Pero no se trataba de la mera atrocidad de la barbarie nacionalsocialista, sino de dos fechorías no menos horrendas desde el punto de vista psicosocial: haberse mantenido firmes junto al Führer hasta el desastroso final y no haber castigado a los (más) culpables en un engañoso rapto de auto conservación. 

Fue así que dos contrincantes trastornados finalmente se encontraron en Europa y decidieron, si no copular, al menos cohabitar. Resultó el inicio de un proceso que desembocó en la Unión Europea, aunque en privado el uno siguió pensando que el otro era un tosco y el otro continuó creyendo que el uno era un débil. 

No obstante, con la integración franco-alemana la contradicción intrínseca no disminuyó. La enorme productividad y seriedad fiscal de los alemanes había convertido al marco en la única moneda fuerte de Europa. Una moneda fuerte tiene una gran ventaja: créditos blandos. Y si el que más produce también dispone de más capital, su ventaja crece. Casi tanto como la envidia del vecino. Al lastimado orgullo galo le quedaba un consuelo: el patronazgo político sobre los teutones. Como aliado formal en la coalición que venció y ocupó a Alemania, potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, Francia hacía de tutor y vocero público de su socio avergonzado y mucho más rico. 

Y entonces llegó Gorbachov. El diletante líder bolchevique apartó la espuela cosaca del flanco derecho alemán y arrojó a los parientes cautivos de la ribera este del Elba a los fornidos brazos de Germania. Fue terrible para Francia. El vecino de la casa grande, el carro nuevo y la esposa bonita había heredado la cabaña de atrás con todo el terreno del fondo. En esa hora desesperada los franceses se inventaron el Euro. A cambio de crecer aún más anexándose a la RDA y sus 16 millones de habitantes Alemania debía compartir su poderoso crédito con Francia. Los alemanes creyeron que aceptando se limpiarían definitivamente de su ignominioso pasado. Y los elementos secundarios de Comunidad Europea aplaudieron la idea. Los sensatos, como Holanda, con sana inocencia. Los irresponsables, como Italia, con franca alegría. 

 [Continuará…]

3 comentarios:

  1. Güicho, primero: espero la continuación. Segundo, muy bueno, y estoy de acuerdo. Desde luego que todo comienza con la Guerra de los 30 años, el tratado de Westfalia. Y cuando los prusianos invadieron Francia en 1871, por cada localidad o ciudad que tomaban, decían el nombre de una en Prusia que Napoléon había tomado en 1806. En el campo de batalla de Jena, un monumento apunta a la victoria prusiana de1871. Es que el traumatismo de Jena no fue fácil, y si uno se pone a ver, hasta dio como resultado el nazismo.
    Creo que la raíz del asunto podría remontarse a mucho más atrás: cuando los francos "traicionan" a las otras tribus germánicas, se ponen a "colaborar" con los romanos y para colmo, adoptan la lengua romana. Fue la única tribu que hizo esto, y el resto no se lo perdonó. Saludos,

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  2. Si todos los cubanos tuvieran tu lucidez, otro gallo cantaria.

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