Videla y Pinochet: el mismo palo con zanahorias diferentes.
La muerte del general Videla fue la noticia de la semana pasada en Sudamérica. Al contrario del general Pinochet, el difunto jefe de la junta militar bonaerense no tuvo a nadie dispuesto al luto público. Y eso que se trataba de uno de los dos únicos argentinos que consiguieron una copa mundial de fútbol para su país. El otro fue Maradona. Mas lo cierto es que el general logró ser aun menos simpático que su corto y desagradable paisano. Jorge Videla también fue uno de los dos únicos argentinos vencidos en una guerra en el siglo XX. El otro fue Ernesto Guevara. Aunque el general perdió al menos contra el Reino Unido, mientras que el otro fue derrotado por Bolivia.
Pasadas tres décadas todavía algunos efectos colaterales de la dictadura de Videla se hacen notar, e incluso lejos del Río de la Plata. Por ejemplo, Máxima, la primera reina consorte argentina, que no habría podido conocer al príncipe holandés sin los pesos que se afanó su viejo como miembro civil de la junta de Videla. O las ancianas bribonas de la Plaza de Mayo, que se afanan los pesos ahora mismo.
A muchos llama la atención que el católico Videla fuera capaz de entenderse a un tiempo tanto con Augusto Pinochet como con Fidel Castro, una bipolaridad empática más propia de musulmanes chiitas. Sin embargo, la realidad es más profana: como el dinero y la mierda, los uniformes se atraen irresistiblemente. Ahora bien, hay algo que no se le puede negar a Videla: su legítimo aporte a la ciencia, concretamente, a la teoría sociopolítica argentina. Me refiero a la demostración definitiva de la Ley del Peronismo Recurrente Argentino (LEPRA). No importa que se le derribe a la fuerza, ni cuánto se asesine en su ausencia, el Peronismo siempre volverá a la Argentina.
Videla: toda
una vida fiel a los hábitos.
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