21 sept 2008

Inoportuno



El viejo llavín cedió de mala gana. Estuve especialmente torpe porque también sostenía la recia chaqueta de cuero en la otra mano. Me la había quitado para escalar los cinco pisos sin ascensor en el vetusto edificio. Sólo al tercer intento recordé el truco de presionar hacia arriba. En un par de meses se olvidan muchas cosas. El instinto, en cambio, es más fiel que la memoria. Tan pronto entré, percibí que había algo diferente. Cerré la puerta, y colgué la chaqueta en el recibidor. Junto a un sobretodo masculino. La intuición chocó con la evidencia. De haberlo sabido podía haberme ahorrado el viaje. Pero ya estaba aquí. Y debían haberme escuchado.

Le eché un rápido vistazo al sobretodo. No era muy grande. ¿Quién dice que la premeditación y la espontaneidad son antagónicas? Me desabroché un poco la camisa, y me dirigí con paso firme hacia el dormitorio.

Cuando moví el picaporte, el tipo se había puesto en pie e intentaba entrar en sus calzoncillos sin soltar el resto de la ropa. Empujé la puerta abierta con fuerza. Golpeó contra la pared. El sujeto perdió el equilibrio y se tuvo que sentar en la cama para no caer.

- ¡Levántate! –bramé.

Se incorporó cubriéndose con la ropa. Parecía un funcionario del gobierno, o algo así.

- Yo… realmente no sabía… –balbuceó.

- Son trescientos –le espeté avanzando sobre su desnudez.

- ¿Qué…? –preguntó atolondrado.

- Es lo que cuesta esta vagabunda –exclamé-. Pero, si no puedes pagar, resolveremos de otra manera.

Hurgó entre sus trapos buscando la billetera. No estuvo errado el cálculo. Tenía los trescientos marcos. Le sobró poco. Me los tendió con mano insegura. Pero no temblaba. Al parecer, iba ganando alguna confianza al asumirse, de cierta manera, consumidor.

Agarré el dinero.

- Sal de mi casa –lo conminé, mientras contaba los billetes.

Dudó un instante mirando su bulto indumentario.

- Vístete afuera –añadí apartándome-. ¿O quieres que te ayude a salir?

Se escurrió como una exhalación.

- ¡Y cierra la puerta al salir! –le grité.

Tiró la puerta. Con excesiva virilidad para mi gusto.



Guardé el dinero y observé a Katja. Se recostaba de la cabecera de la cama. La sábana apenas la cubría hasta la cintura. Involuntariamente me quedé enganchado en sus tetas rosadas. Me distrajo su voz.

- ¿Por qué serás tan hijoputa?

- ¿Qué? –me indigné-. ¡No pretenderás que comparta mi cama y mi mujer con un pelafustán!

- Esta no es tu cama, y yo no soy tu mujer –me corrigió.

- Eso lo veremos –rebatí tirando del extremo de la sábana.

Aguantó su cobertura con bastante energía.

- No soy tu mujer –dijo-. Simplemente cometí el error de dejarte una llave de mi apartamento.

- ¿Y por qué ibas a quitármela? Tú y yo nunca terminamos… -alegué sentándome en el borde del lecho, al alcance de sus protuberancias.

- ¿Terminar qué? –adujo con un raro cinismo que sonaba a reproche-. ¿Cuántos meses llevas en Francia? Y cuando estás cerca, ¿cuántas veces te veo? ¡Mejor lárgate... y devuélveme la llave!

Hirió mi amor propio.

- ¿Conque no hay nada entre nosotros? –repuse-. OK, comprobémoslo. Si mi cepillo de dientes y mi desodorante no están en el baño, me iré a un hotel.

- Pensaba arrojarlos a la basura cualquier día de estos –murmuró.

- Bueno, pues me iré al hotel –sentencié-. En definitiva, tengo con qué pagarlo –agregué palpándome el bolsillo.

Hubo un segundo de silencio. Luego ella hizo una mueca y dijo:

- Todavía no lo puedo creer…

- ¿Qué, que yo esté de vuelta? –indagué sonriendo.

- Que le hayas cobrado por mí a ese idiota… y que ese idiota te haya pagado… -aclaró más para sí que para mí.

- ¿Dónde lo recogiste? –quise saber-. ¿En la calle?

Adiviné su deseo de arrojarme una almohada o golpearme. No lo hizo. Sabía que entonces me quedaría con su almohada, con sus manos, con sus tetas y con ella toda.

- Es un colega del instituto –rezongó negando con la cabeza, indecisa entre la queja y el lamento.

- Bien, entonces te lo encontrarás nuevamente, no lo perdiste por mi culpa –declaré con burdo alivio.

Intentó odiarme, mas le faltó convicción para lograrlo.

- Dime una cosa, ¿usáis condón? –pregunté para cambiar de tema.

- Claro, yo me sé cuidar, animal –protestó-. Y, además, eso no es de tu incumbencia.

- Precisamente -refuté-, no lo decía por ti, sino por mí.

Antes de que me pudiera replicar nuevamente, me levanté y, en tanto ella me contemplaba sorprendida, caminé alrededor escudriñando. Sobre la cama, en la mesilla, por el piso. No vi nada parecido a un preservativo. Volví a sentarme en el mismo sitio.

- Déjame adivinar, ¿el tipo se lo tragó cuando me escuchó llegar? -dije.

Sonrió. Meneó la cabeza, y respondió:

- Hoy no habíamos llegado tan lejos.

- Lo siento… -confesé-. Si lo hubiera sabido… Oye, él no se estará pajeando ahora en la escalera, ¿verdad?

No intentó mover la cabeza para reprimir la sonrisa.

- No lo creo, tampoco eres tan atractivo como para eso –contestó regodeándose en el fustazo.

Esa tendría consecuencias. Katja lo sabía. La miré a los ojos.

- Te doy 300 marcos si me dejas quedarme contigo esta noche –propuse.

- ¡Cerdo! –me injurió y agarró la almohada a su derecha.

Cuando la soltó, yo estaba entre sus pechos y la almohada. Su brazó derecho se cerró sobre mi hombro izquierdo. Hasta el día siguiente no vi donde cayó la almohada. Justo al lado de la cama.


5 comentarios:

  1. OK, pero estaban o no estaban el cepillo y el desodorante?
    Cinismo suena mejor que sinismo.
    Yo creo que esas historias se pueden vender bien con la condición que digas que son pura fantasía. Me imagino que no seas muy escrupuloso en eso.
    Saludos,
    Al Godar

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  2. Si que estaban, Al.

    Gracias, aunque no siempre es asi: hay algunas chinas que se las traen...

    Chico, para venderlas vale cualquier cosa, lo mismo se las endoso a mi abuelo que al alcohol con glucosa...

    Saludos

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  3. Redondita, redondita (la anécdota, digo). Muy buena.

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  4. Güicho, por dios, que me estás realmente tentando a sacar el látigo. "que lo mismo se las endoso a mi abuelo... etc"
    Tchas! tchas!
    Bueno, es de suponer que el silencio del principio por parte de la chica es debido al estupor y a la incredulidad más que a la perspectiva de las ganancias y de tus fuertes músculos. ; )
    En serio, la verdad es que pienso como al godar, eres muy bueno escribiendo. ¿Para cuándo esa novela? El consejo que te daría, aparte de la fantasía, es que te pusieras un pseudónimo, como Güicho, por ejemplo.
    Un saludo.

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