12 may 2013

Madres







No celebro el día de ningún espécimen, desde el ridículo día de los negros hasta el absurdo día de la mujer. Pero hay una excepción: el día de las madres. La maternidad es definitivamente el acto biológico supremo. Hace años leí las memorias de un médico de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, donde explicaba que la inmensa mayoría de los soldados moribundos que trató de auxiliar llamaban a sus madres. Prácticamente todos, menos unos cuantos alemanes que llamaban al Führer.

Así pues, la madre es la única figura venerable entre los caracteres comunes de la especie. Por eso, sin ir más lejos, está claro que las Damas de Blanco cometieron un serio error táctico no denominándose Madres de Blanco. Incluso para los comunistas es un poquito más complicado maltratar a una madre. Ahí están, por ejemplo, aquellas ancianas bellacas en Buenos Aires desapareciendo a los pesos y defendiendo a los terroristas impunemente gracias al título de madres.

De hecho se trata de una credencial tan codiciable que fue pionera de la corrección política en el siglo pasado. Recuerdo que de niños a la tía Gloria, que nunca tuvo hijos, también le mandábamos una postal y, si la veíamos ese día, la felicitábamos y le decíamos que ella era como una madre. Una farsa. Tía Gloria era buena persona, pero jamás la patearon desde adentro. Curiosamente, tal vez al final el día de las madres sea víctima de la propia corrección política. En la medida que el igualitarismo avance y los matrimonios homosexuales con bienestar adopten niños desafortunados puede que en occidente se neutralice el género materno pues, en definitiva, para romperse el culo no hace falta parir.

En lo que me incumbe, una década tras escapar del ingenio inmundo donde me dio a luz mi progenitora conseguí sacarla de allí. Desde entonces han transcurrido 3 lustros y aquí sigue, saludable, y testigo de las maternidades de cuatro nietos. Para un cimarrón no parece poca fortuna. ¡Felicidades, mamá!

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