4 mar 2008
Aliento & Alimento
- Claro que dudé, no es para menos. Fue muy fuerte tu invitación -me dijo alisándose el cabello.
Bebió un poco de agua e hizo ademán de agarrar otra vez la carta del restaurante.
- ¿Fuerte? -indagué afable-. Esto es tan sólo una cena: un asado, un vinito...
- Lo que sucede es que, no te olvides, éste es un país donde sólo existe el "sálvese quien pueda", y toda la gente es muy ventajera. Y aquel que no lo era, también se transformó. Por lo tanto, todos tratan de sacar ventajas de todo. Nadie da nada, nadie entrega algo de corazón, nadie hace gestos solidarios hoy en día. Y mucho menos un hombre, por ejemplo, te paga ni siquiera una gaseosa.
Recordé Buenos Aires, y asentí. Los tipos en los bares porteños se tomaban 3 horas para engullir una cerveza. Y al pasar las pibas, miraban hacia otro lado. Para no tener que invitarlas. No por maricas, no, pues a las mujeres acompañadas las examinaban tan indiscretamente que daban ganas de insultarlos. Desde luego, no lo hice. En definitiva, un argentino frustrado apenas va y se pajea, mientras que un árabe reprimido se consuela mucho más explosivamente. Por eso lo dejé así.
No sé por qué me había imaginado que en el interior sería diferente. Mas ahora en Santiago del Estero, probablemente la provincia más pobre de Argentina, me daba de bruces con lo mismo. Si bien los santiagueños no miraban tan descaradamente a las féminas del prójimo. Tal vez por ser tierra caliente, donde cualquier Martín te saca un fierro por un "quitame esas pajas, che" -supuse.
La miré a los ojos.
- Mi interpretación de tu gesto fue desde una visión netamente argentina: todos te quieren joder...
De cierta manera me sentí aludido, y no quise engañarla.
- Bueno, no soy mejor que los otros, te lo advierto -aclaré con algo parecido a una sonrisa.
- ¿Es que no me entendés? En los últimos años, cuando salí con algún hombre, nunca, jamás me pagaron ni un café. Estoy acostumbrada a pagarme todo yo.
No era tan fea, de verdad que no. Quise decírselo para animarla, mas me contuve. Ciertamente le sobraba una pizca de nariz, sí, pero estaba bien.
- Me sorprende el tono pesimista de tus palabras -le dije, y me sorprendí del tono de las mías-. Eres una mujer inteligente y hermosa, en el esplendor de la vida, respetada profesionalmente como psicóloga en el mejor hospital de la ciudad...
El camarero interrumpió con el vino. Brindamos por lo último que le había dicho.
- Gracias, Luis, no sabés el bien que me hacés. Me paso el día viendo casos terribles. Yo atiendo sobre todo oncología, ¿no te lo dije antes? Realmente ya casi me acostumbré. Y encima este desastre económico.
- ¿Te ha afectado mucho? -quise saber.
- Mirá, antes ganaba 900 dólares con la obra social pagada por el hospital junto a una serie de beneficios que ya no los tengo. Hoy, con la devaluación del peso, gano 250 dólares, y la mitad de la obra social la pago yo, porque de lo contrario tendría apenas la cobertura del Estado, que es como no tener nada. Así uno olvida, no valora lo que sí tiene, por ejemplo, la salud.
- Y la belleza, doctora -respondí afectuoso-. Lo mejor que tienes, lo que realmente cuenta, está en tu propia persona. En tu físico y en tu mente. Y eso no se ha devaluado ni un centavo, por el contrario.
- Gracias, de veras que ya no sabía lo que es... no me sentía tan bien desde hace años...
- Te prometo que te sentirás aún mejor, mucho mejor -añadí con sincera convicción tomando su mano.
No me molestó tener que soltarla para hacerle sitio a la carne. Ahora había tiempo, y teníamos hambre.
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En Cuba los vi meterse una coca cola entre tres, pero -que conste- por entonces nosotros en la isla no teníamos ni para comprar una de esas, además a su favor puedo decir, que siempre tuvieron la gentileza de brindarme un buchito.
ResponderEliminar¿Y... vos queres?
No, gracias... que te aprobé-che.
Nos vemos, tony.
Como?, la " perdonaste"?, o este cuento tiene segunda parte?
ResponderEliminarLo que en la pampa parece ser resultado de la crisis del bolsillo, en Gotham se ha hecho común por aquello de la igualdad. Aquí los tipos invitan las muchachas a café y al final les piden los dos fulas para pagar la cuenta. A mí que me digan cheo, pero yo sigo abriendo puertas, acomodando sillas, pagando la cena y cediendo el asiento, aunque salude a la niña con un “que bolá asere?!”…Así es más rico, y como me dijo el viejo que debía ser.
ResponderEliminarTony,
ResponderEliminarno querías coca, o no querías baba?
Saludos
Grieguita,
ResponderEliminarperdón? Qué es eso? No me digas que a ti te gusta todo a la carrera...
Saludos
Estoy contigo, JuanCa. Ese igualitarismo es una enfermedad psiquiátrica. Para mí, si no hay diferencias, la vida no vale la pena.
ResponderEliminarNo, Pipo... claro que no.... ;-)
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