10 mar 2008
Mamita Llorona II
Apenas salió a la puerta supe que nos entenderíamos. Era bonita. Era informal. Y era una renegada. Bronceada de solario. Con el cabello castaño pálido teñido de negro carbonero. Las pestañas y las cejas igualmente. Tan sólo no había oscurecido los ojos. Eran verdes.
La cena fue algo que pretendía ser asiático. Había montado la mesa con velas y servilletas al centro del amplio loft que habitaba en el ático de una casa antigua. Estaba decorado en un estilo heterogéneo-exótico. Un sombrero vietnamita aquí, una máscara africana allá, un trapo de percal mexicano más acá. El incienso nos acompañó toda la velada.
Hablamos de mil cosas bebiendo vino barato búlgaro sentados en el suelo. Empezamos justo al lado de la mesa. Frente a frente. Con dos copas. Y acabamos recostados de la cama. Hombro con hombro. Compartiendo el pico de la botella.
Hacía calor, y la estufa antediluviana no se dejaba regular. Me despojé del pullover. E inmediatamente ella se quitó su suéter. No hay nada tan bello como la solidaridad. Yo tenía una camiseta debajo. Ella, sus erguidos pechos cónicos de areola cupular. Me fui de bruces sobre ambos. Sentí sus dedos acariciando mi cabeza. Luego descubrí sus ojos y su boca brillando húmedos, y decidí besarla también.
Se le salieron dos lágrimas cuando la penetré. Aunque, en realidad, fue ella misma quien se enristró, subiéndose suspirante sobre mí. Lo hizo con elegancia. Después arqueaba gratamente su cuerpo compacto entre sonidos parecidos a sollozos. Daba igual. A los conos, en cambio, con sus cúpulas convertidas en arietes, era imposible desestimarlos.
En algún momento percibí el crescendo. Quise mirarla a los ojos en cuanto sentí crisparse sus manos a la par que lanzaba aullidos roncos. No los abrió. Le corrían lágrimas por el rostro. Rugía tan hermosa. Se volvió imprescindible sostener firme su cuerpo. Le saqué el dedo del ano para agarrar su cintura con las dos manos. Su tono se hizo más agudo. Y vi emanar sus lágrimas. Fluían. Anegaban sus mejillas y sus pechos. Atrapé una gota sobre un pezón. Y, sí, tenía el simple y genuino sabor salado de las lágrimas.
Entonces abrió los ojos, y me dijo, aún convulsa, la única frase que recuerdo de ella:
- Yo soy así...
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Imagino que no se ta haya ocurrido tratar de cambiarla. No?
ResponderEliminarDéjala asi mismo!
Buen ejercicio.
Saludos,
Al Godar
macho, ¿nos puedes mandar su e-mail para probar por nosotros mismo porque ella es así?
ResponderEliminarA ver, Guicho... supongo que no le habras creido... o te impresiono el performance a lo Sarah Bernardt?
ResponderEliminarMan,
ResponderEliminarDéjame andar contigo compadre!
me recuerdo aquel poema de pionero...vale la pena morir para vivir como tú vives o algo así ... Además con la mounstra que pusiste ahí arriba cantando vaya, que le entre al cuento con tremendo embullo. ¡Que descorche!
Nos vemos , man.
Al,
ResponderEliminarque puntería la tuya! Eso mismo y en ese orden pensé.
Miqui,
ResponderEliminarno chance, aquello fue en 1996, por el ritmo en que iba ya debe haberse deshidratado.
Grieguita,
ResponderEliminarno sólo me creí la perfomance, sino que hasta le otorgué el Oscar. Muchacha, y cómo se aferraba a la estatuilla!
Asere,
ResponderEliminarviste qué monstrua, no?
Compadre, me recordaste a Blagói, un socio búlgaro que era un fenómeno. Alguna vez tendré que hacer un post sobre ese tipo, el más feo y cogedor que uno pueda imaginarse. Si te lo encuentras en los Cárpatos, creerías estar ante el sobrino de Drácula. Pero andar con él era coger cajita al seguro. Vaya, como el pez timonel del tiburón blanco.
Blagói hablaba búlgaro, ruso, alemán e inglés. Los dos últimos con la misma filigrana fonética y gramática que un cosaco recién escapado de Saporozhe. Y no tenía un fula. Pero las mujeres se le rendían de una forma impresionante. Era algo químico.
Su táctica era muy simple. Blagói se acercaba a la chica y mascullaba algunas palabras sin sentido. Si ella no huía en el primer momento, estaba perdida. Casi ninguna huía así. Aunque ya hubiera decidido alejarse, primero trataba de entender lo que Blagói había dicho. Para entonces ya el efecto blagóievo estaba surtiendo. Entonces el búlgaro pasaba al manoseo -era bastante tosco, por cierto-. La presa, pasiva, adoptaba una mirada de "ay, pero no me lo creo que me estoy dejando por este animal..." No había pánico, sinó incredulidad. Luego llegaba una especie de resignación positiva. Y cuando la dosis blagoieva ya había alcanzado un nivel bien alto, ella caía como en un trance psicodélico. Y ahí el predador balcánico se la llevaba para chuparle la sangre, digo, para chuparle la... bueno, da igual. La cosa es que ni antes ni después me topé con un tipo así.
Y por qué lloraría? de alegría, supongo, eh? Qué tal la expresión de la casa? contenta, verdad?
ResponderEliminar;)
Guicho... el Blagoi me suena a maestro zen... jajaja!
ResponderEliminarMmm genial el relato.. Los centros cerebrales perciben el estado de ánimo y esta información viaja por el sistema nervioso parasimpático, que controla, entre muchas, las secreciones corporales y esa parte me apasiona, el llanto me a cautivado desborda erotismo...
ResponderEliminarEstuve fuera por eso no te he escrito aunque reconozco me asusto un poco el ultimo Email ;-)
Aguaya,
ResponderEliminarmi hipótesis, que no pasó de tal en ausencia de estudios clínicos, fue que se trataba de una anomalía eyaculativa ocular... ;-)
Grieguita,
ResponderEliminarbueno, yo no sabría comparar, pero espero que la hayas pasado bien con el budismo... ;-)
:) :) :)
ResponderEliminar"Eyacular hasta por los ojos"... Interesante hipótesis!!!
Caramelo,
ResponderEliminarmuy dulce de tu parte, gracias ;-)