Veo las
imágenes de las protestas en Venezuela y lo que veo son niños y niñas.
Carajitos que tenían 5 o 7 años cuando Venezuela se enfermó. En Kíev son
hombres los que enfrentan al colonialismo ruso: albañiles, doctores, mecánicos,
ingenieros, y hasta corredores de la bolsa, que han dejado el trabajo para
defender el futuro de sus hijos. Lo mismo pasó en El Cairo. ¿Pero dónde están los
padres y tíos de esos estudiantes venezolanos? Le pregunto a mis panas en Miami
qué dicen sus parientes por teléfono desde Venezuela. Y me contestan. Los
adultos dicen que están desinformados, que todos los medios están bloqueados y
que no saben lo que pasa en el país. Los jóvenes, en cambio, dicen que seguirán
saliendo a la calle aunque les cueste la vida. Y entonces me doy cuenta por qué
Venezuela se pudrió. Venezuela se jodió porque una generación de pendejos se la
entregó al chavismo, a ese castrismo bananero. Por qué serían tan pendejos, me
digo. Y entonces recuerdo una charla que tuve con unos micro empresarios
colombianos a principios de siglo. Eran unos modestos y emprendedores sujetos
de Antioquia y Pereira, que me contaron que desde generaciones los hombres de
sus familias se iniciaban en los negocios marchándose a Venezuela, porque era
fácil hacer una platica entre los indolentes venecos subsidiados. La arepita,
el pollito y la cervecita barata son peores que cualquier propaganda. Mas
ahora estos niños, que han crecido comiendo sardinas, porque a menudo no había
pollo, y limpiándose el culo sin papel sanitario, han desarrollado otro carácter. El
primer veneco decente, prácticamente.
Ojalá que no se rajen, porque se les
viene encima mucho más sacrificio. Y es que, si se rajan, que no les quepa duda
que los castristas montarán la segunda lobotomización general de Venezuela en
las universidades, como fue la primera en los cuarteles después del 2002.