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8 ene 2010

Lecturas & Lectoras

El otro día me comentaba mi amigo Peter, no sin cierto orgullo, que su mujer suele leer un par de libros por mes. Dicho sea de paso que Peter tiene 63 años, 30 más que su esposa. Le contesté que me parecía muy bien, siempre que no leyera en la cama. Creo que Peter no me entendió -en definitiva, es británico-, pues replicó que cualquier lugar resultaba apropiado si el texto era bueno. No insistí, mas el asunto me dejó pensando. Y es que, aunque nunca sistematicé el proceso, casi siempre conseguí una buena comunicación al acercarme a una lectora. La razón es muy simple: Como la ropa, la mímica o la forma de comer, un libro dice mucho de la dama que hurga en sus páginas. Supongo que ya es hora de intentar una metodología al respecto. Y al instante me percato de que me falta paciencia para configurar categorías. Por lo pronto, veamos algunos ejemplos de cómo utilizar lo que delata una lectura sobre su lectora.

Ella busca emociones inspiradoras. Esencialmente necesita alguien que le diga qué rumbo tomar, en qué posición se ha de colocar, etc. Para llegar hasta ella hay que apelar a instintos mesiánicos. Y también tener presente algunas cosas. Por ejemplo, que el día que uno se canse las lágrimas van a alcanzar para llenar el Jordán. ¿Cómo proceder? Vaya directo hacia ella, amable y pausado, pero con mucha convicción. Siéntese a su lado y dígale, no, revélele algo positivo, pero no sea demasiado místico porque la confundirá. Use algo clásico, como aquello de que la felicidad puede estar más cerca de lo que imaginamos.

Más claro ni el agua, aquí hay una carencia cualitativa o cuantitativa, incluso si está disfrazada de curiosidad. Pero también hay un propósito. Y la disposición es la madre de las oportunidades. No sólo para los calvinistas. Lo más probable es que ella haya dejado atrás, por decisión o por desespero, muchos tipos de pudores. Eso, amigo, puede ser maravilloso. A menos que sea un escaso caso de frigidez crónica, por supuesto. ¿Cómo proceder? Sea creativo. Despierte su curiosidad. Aunque evitando el sarcasmo, por más que esa herramienta sea tan efectiva. Arranque diciendo, por ejemplo, que el libro no está mal, aunque algunas cosas no son ciertas. Y mantenga la línea. Eso es muy importante. Cualquiera que sea el dislate al que dio comienzo, sígalo hasta las últimas consecuencias. En su situación ella aprecia instintivamente la perseverancia.

No es tonta. Pensar tal cosa sería, como mínimo, exagerado. Tal vez sea joven e incauta, sí, ¿y qué? La inmadurez nunca es suficientemente pretenciosa para resistirse a un buen misterio. Es posible que éste sea su primer libro. Y está claro que en McDonald’s no permiten leer durante el trabajo. ¿Cómo proceder? Cuéntele del final alternativo de la novela. O de la parte de la trama que la autora escribió y antes de publicar descartó. Dígale que leyó el manuscrito, traspasado de mano en mano de forma secreta e ilegal. Y añada que ahí aprendió el ritual de la seducción-succión, o algo similar. Mencione, por ejemplo, los tres puntos del vampiro y prométale que se los enseñará. Aplique levemente tres dedos en su cuello. Si ella se deja, no pierda tiempo, quite los dedos y muérdala.

Es perversa. Puede que no lo sepa, pero por suerte lo es. Probablemente ella conozca bastante más teoría que uno, aunque uno haya practicado mucho más lo poco que sabe. Es inútil intentar despertar su interés resaltando lo primitivo que uno es. Ya habrá ocasión de mostrárselo en la intimidad. Pero primero hay que llegar hasta allí. Y para ello tampoco es apropiado pretender ser más de lo que uno es y, mucho menos, más de lo que ella es. ¿Cómo entonces? Trátela de igual a igual. Invítela a una copa de vino. E inmediatamente agregue que la cuenta será dividida entre los dos.

Ella es bella. Lo sabe o lo cree. Y arisca, como quien se supone especial. Pocos seres se masturban con tanta dignidad. Hasta se pinta las uñas para la ocasión. En cambio, si algo le parece extraordinario, digno de sí, se encanta y se desborda. Porque, en realidad, está un poco solita. Por tanto, con ella hay que ser muy exclusivo. No se lance a sus pies. Sólo conseguiría provocar un poco de asco. No la persiga. Puede que así llegase a conquistarla, pero eso sólo sería posible si no aparece un zorro antes. Sí, el zorro es el que funciona acá. Con ella hay que mostrarse, y no demasiado cerca. Desaparecer. Volver y decir algo interesante... a otra. A continuación apartarse. Para después regresar hasta su desierto planeta con una única coca-cola: uno mismo. Ahí ella, casi seguro, querrá beber.

Hay dos posibilidades extremas, y nada de por medio. O ella es un agujero negro, donde desaparece todo placer. O, con el aporte de uno, puede ocurrir un Big Bang emocional. ¿Cómo proceder? Aquí se necesitan pocos y sencillos recursos. Mirarla a los ojos y, sobre todo, estar cerca para que trabajen las feromonas. Así que no abuse del desodorante. Hable con ella. De lo que sea, menos de ciencia. Tampoco hay que alardear de ignorante. Simplemente háblele. No importa si son incoherencias. Ella lo hará peor. Converse, y deje que ella lo huela. Y en cuanto se relaje, búsquele la boca. Si no funciona, en efecto, es un agujero negro.

Se trata de una loca en potencia. En todo caso, está más allá de cualquier recato. Resulta perfecta para revolcarse unas horas, unos días o, incluso, unas vacaciones. El hotel no es importante, los condones sí. Eso es una ventaja, pues los preservativos suelen ser más baratos que una habitación. Aunque ella no le pondría reparo a un hotel que cueste lo mismo. ¿Cómo proceder? No necesita hablar, sino seguir apenas tres pasos. Tóquese el bulto hasta conseguir alguna consistencia. No importa si ella lo ve. Sería hasta mejor. Luego aproxímese. De frente, de lado, da igual. Y afínquele el bacalao.

4 sept 2008

Señales


Los hombres no saben interpretar las señales corporales femeninas. Así reza un consabido cliché. Y es cierto. Para la mayoría de los caballeros, en todo caso.

Se trata de una deficiencia que conduce a continuos malentendidos, que a su vez pueden desembocar en una bofetada o en un tribunal. No pretendo reparar ese defecto de mis congéneres, pero tal vez pueda ilustrar un poco la situación, y contribuir así a una mayor prudencia en el prójimo. Aclaro que no soy un profesional de los signos, pero más de tres décadas de atenta observación de las féminas me aportaron cierta pericia, que me ha permitido evitar muchas equivocaciones. Sobre todo últimamente.

La principal regla que el gentil varón debe seguir ante una aparición femenina es muy simple: La primera impresión es falsa. Sea cual sea. A menos que el sujeto sepa descifrar las señas. Veámoslo mejor con un ejemplo. Si en una playa Ud. se encuentra con esas dos lindas muchachas de la imagen superior, seguramente dirigirá su atención, sus pasos y sus palabras hacia aquella de la izquierda. Probablemente, de 10 individuos 11 se comportarían así. Pero en ese caso, amigo mío, Ud. está cometiendo un craso error: No ha reconocido las señales.

¿Cuáles? Se las mostraré.

Comencemos por la bella beduina del burkini azul.
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¿Acaso ve mejor ahora? Su sonrisa es súmamente acogedora. Y su mirada causaría la envidia de las seductoras huríes del profeta. El alma se le endurece a cualquiera que se zambulla en esos ojos. O sea, el arma. Luego, la posición de su cabecita, esa leve rotación e inclinación, es un convite atrevido que parece decir: “¡Mójame, Mohamed!” (“Salpícame” –para quienes vieron una redundancia.) Sin embargo, las manos en la cintura exceden nuestras mayores expectativas. Esos dedos abiertos y arqueados nos indican que la camellita lo mismo quiere dar que agarrar. El que no lo vea, sencillamente no se la merece. Y por último, ahí tenemos el pie zalameramente levantado y con los dedos contraídos, la predisposición total para la algazara prenupcial.

Por el otro lado tenemos a la joven nórdica en su bikini negro. (Marca WickedWeasel –los recomiendo.)
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¿Puede ver las señales? El rictus de su boca amaga un inicio de sonrisa, pero no logra ocultar la dureza de su carácter. La mirada fija es francamente hostil, casi amenazadora. Sus brazos cruzados indican que no tiene la menor voluntad de contacto. Y los puños cerrados dicen claramente que aproximarse a ella es peligroso. Encima, la postura adelantada y abierta de su pierna derecha nos reta directamente. Esos signos nos espetan: “¡Tú, atrévete a venir, y te humillaré!”

Entonces, amigo lector, ha comprendido su error de selección. Nunca ignore las señales. Así que, volviendo a la situación inicial, vaya Ud. por la chica de azul. A la otra desdéñela. Déjela para los que tenemos experiencia y podemos lidiar con los signos.


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