El abuso y la violencia de los nuwe boers negroides contra los inmigrantes de Mozambique y Zimbabwe se han convertido en normas en la Sudáfrica del ANC. Las falaces lenguas de la izquierda internacional dicen que los pobres negros sudafricanos no tienen culpa, pues aprendieron de los blancos. Curiosamente no dicen lo mismo respecto al desmadre de criminalidad en el cono sur africano.
En estos días un nuevo escándalo por el asesinato público de un taxista mozambiqueño, vapuleado por cinco policías y arrastrado atado a un vehículo, ha desplazado incluso a la historia del famoso boer tullido que mató a su novia.
Obviamente que este nuevo apartheid no detendrá el flujo migratorio hacia la República Sudafricana. Demasiado espantosa es la situación en la mayoría de las naciones puramente africanas.
Al menos queda el consuelo de que las pandillas nigerianas de Ciudad del Cabo, Durban y Soweto sí se saben defender. La sangre yoruba tiene su cosa.
En fin, no sólo Quentin Tarantino, sino también las estadísticas demuestran que la esclavitud africana en América fue una bendición para los descendientes de los sobrevivientes.
Horrendo.
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