Yo tenía 11 años cuando descubrí la otra música: rock, blues, pop, soul, beat, funk.
En la Radio oficial de entonces apenas se escuchaban los géneros que venían del Norte enemigo. Sólo algunas pocas emisiones medio vanguardistas conseguían con dificultad algo de espacio radial. A finales de los 70 eso empezó a cambiar poco a poco, pero hasta ahí la música importada que más se difundía era pop español, cosas como Formula V y Eva María se fue con su bikini de rayas, que uno se preguntaba: pero este imbécil que hace cantando, por qué no se va también pa’ la playa detrás de Eva María y su bikini?! No sé por qué, pero siempre me imaginé que Eva María estaba muy buena.
En mi familia no había cheos, mis primos mayores eran todos pepillos. Pero en su vida habían escuchado un disco de blues o rock progresivo, sino sólo astillas de gaita: Mustang, Barrabás, Brincos, Diablos, Angeles, y por ahí.
Yo estaba en una escuela seminternado y allí tenía un amigo llamado Vladimir. El Bla. Un negro tinto con muchos dientes blanquísimos, que resplandecían entre dos gruesos labios liláceos cuando reía por una boca que iba de oreja a oreja. Se reía mucho. El Bla tenía un hermano mayor que era corredor de 400 m con vallas en el equipo nacional de atletismo. Fue Campeón centroamericano y del Caribe. Se parecía al Bla y cuando salía de la ultima curva y entraba en los 80 metros finales, donde cada pierna lleva atado un invisible saco de arena, y cada valla parece 30 cm más alta, y los pulmones se niegan a seguir con tan poco aire, en ese tramo del dolor, el tipo abría la boca buscando más oxígeno, y entonces salían a relucir todos aquellos dientes, mientras entre el público cundían el asombro y la admiración:
-¡Mira eso, los demás van reventándose y el negro va riendose como si nada!
Gracias a que ese hermano viajaba a competencias en el extranjero, en casa del Bla había un LP de los Beatles, un LP de James Brown y un LP de Barry White. Representaban una especie de Trinidad en su templo sonoro de marca Sanyo. La primera vez que fui a casa del Bla nos escapamos de la escuela al mediodía para que me enseñara esas tres reliquias de las que tanto hablaba. Aún retengo en la memoria el espectacular momento cuando empezó a sonar el tocadiscos. Era el álbum Revolver. Fue como llegar virgen ante las huríes del Profeta.
Por cierto, el Bla se acreditaba a sí mismo otro mérito: era el único de nosotros que había presenciado un acto sexual, como testigo incógnito de un lance carnal entre su hermano y la novia. Pero, pese a la vehemencia con la que el Bla sostenía su testimonio, los otros no estabamos muy convencidos, pues la descripción gráfico-anatómica de los hechos exigía un miembro de por lo menos unos 40 cm con la forma de una herradura. Algo así como la herradura para un elefante adulto. Esas condiciones –argumentábamos en contra en el Casino Atlético– conducirían no sólo al derribo, sinó también al arrastre de las vallas, con lo cual es imposible ser campeón. LQQD.
Los otros miembros del Casino eran Francisco La Pulga, Boris La Baba, y Leonardo El Gordo. Teníamos toda la tarde hasta las 4:30 PM, sin clases, para pasarla en el seminternado. Era entonces cuando funcionaba el Casino, que tenía dos actividades básicas: el Juego y el boxeo. El Juego lo inventamos nosotros, y el boxeo fue su consecuencia directa. El Juego era genial, se basaba en unos atlas alemanes formidables que habían en la escuela –de ahí el nombre de Atlético–. Escogíamos un continente y echábamos a suerte los turnos. Luego cada uno en su turno, con el atlas abierto en la parte política, escogía un país. Una y otra vez hasta que se acababan las naciones. Luego íbamos a la parte económica y contábamos los recursos de los países de cada cual. Quien tuviera más de un recurso –petroleo, uranio, hierro, etc- recibía un punto. Al final cada cual podía golpear a todo aquel que tuviera menos puntos que él. O sea, sólo aquel con el mayor número de puntos se quedaba sin ser golpeado. No sé como será ahora, pero para nosotros entonces era fundamental no quedarse da’o. Golpes permitidos eran un piñazo en el hombro o un yiti –un repellón con los dedos en la coronilla del cráneo usando mucho impulso y velocidad–. Nos convertimos en un grupo de expertos en recursos minerales del mundo entero. Como ocurría a menudo que alguno consideraba que el golpe recibido había sido muy fuerte y eso resultaba en una pelea, introducimos el boxeo como actividad oficial al final del juego. Hacíamos un minitorneo de boxeo incorporando tambien a Ariel El Loco, que peleaba bien, pero era incapaz de distinguir a China de Cabo Verde.
En el verano de ese año, en la playa, descubrí a Miriam, que era de mi edad, bella e increiblemente bien educada –aristocrática pese al sol y al socialismo-. Su padre, que tenía toda una colección de discos de rock, me permitía estar continuamente en la vecindad de su hija, pues yo ya era todo un iniciado en los ritos de la música moderna.
Esto pinta mucho más largo. Te salvas que ando de carrera por estos días. Si logro un tiempecito, te lo decoro con buena música...
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