17 oct 2008

Confusión & Simetría


Ignorando el paisaje alpino, un grupo competía por alcanzar la cima. Mountain biking en el sur de Baviera puede ser atractivo, pero realmente no era mi elección para esa tarde del encuentro corporativo. Había escogido rafting, y lo cancelaron -al igual que canyoning- por peligro de crecida. Había llovido en las zonas superiores, y del lado suizo también. La otra opción era el senderismo. Allá estaban la mayoría de los colegas, y casi todas las mujeres. No puedo negar mis orígenes, caminar en rebaño me resulta indecoroso.

Incrementé el ritmo. Era una tontería, desde luego. Más tracción y menos propulsión. Sin levantarme del sillín los fui superando uno a uno. Cuando llegué a la cumbre, les sacaba tres metros a los dos siguientes, y diez al resto de la vanguardia. Esperamos a que llegaran todos. Después vino la bajada, no tan larga, y otra subida. Y de nuevo la competencia. Llegué tercero, aunque me paré sobre los pedales. Aquellos dos consiguieron cinco metros de ventaja.

Una nueva ascensión fue todavía más aburrida y con idéntico resultado, si bien esta vez se me adelantaron unos diez metros.

El guía nos condujo por un atajo en el bosque hasta reincorporarnos al camino. La siguiente elevación parecía más empinada. No estábamos ni en la mitad, y los dos viciosos parecían inalcanzables. Perdí el interés. ¿Qué hago yo aquí? Mejor era volver hasta el hotel para seguir el rastro de los caminantes. Con la bicicleta no sería difícil. Dejé pasar a todos para ser más discreto. Di media vuelta, y descendí la pendiente. Me adentré en el fangoso sendero entre los árboles. Al salir por el otro extremo vi a una ciclista solitaria en el camino. Era Zdenka, la checa coja de finanzas. Bueno, en realidad no era coja, sino que una de sus piernas lucía ligeramente más flaca que la otra. Me detuve a su lado.

- ¿Regresaste por mí? –me preguntó a bocajarro.

- Sí, claro –respondí con prontitud ante sus ojos verdes radiantes.

- Gracias -dijo con un suspiro que me hizo pensar que había calculado mal el riesgo.

- ¿Estás bien? ¿Qué te pasó? ¿Te perdiste? –traté de reinterpretar la situación.

Me miraba sonriente con un aspecto muy emocional. Tenía un colmillo superior más largo que el otro.

- Me quedé atrás –contestó en una acción secundante de su mirada a mis ojos-. Y después no sabía por dónde os habíais ido.

Pensé en explicarle lo del atajo. No llegué a empezar.

- No sabía que yo te importaba… –murmuró con voz ahogada.

- Ahora… lo sabes… -repetí como un cretino hinoptizado.


Apoyado contra la cerca de piedra del rústico mirador detrás del hotel contemplaba el espectacular panorama. Varias vacas pastaban indolentes en una colina más abajo. Con la misma cadencia había pedaleado de vuelta al hotel junto a la checa. Y con igual ánimo tragaba ahora mi cerveza de trigo. Ella también bebía. A mi lado. De espaldas al muro.

- … cuando te veía pasar –la escuché decir.

Me hablaba, al parecer. No dije nada, Zdenka siguió:

- ¿Recuerdas el proyecto de AMP que comenzamos?

- Sí, aquel que cancelaron tras pocas semanas –asentí.

- Me había alegrado tanto de que coincidiéramos alguna vez –agregó con una melancolía conmovedora.

Casi le pregunto: ¿Y tú estabas allí?, pero hice un esfuerzo.

- Claro, fue mala suerte -comenté.

- Nunca imaginé que tú también sintieras algo por mí… -continuó Zdenka.

Venía otra vez con ese brillo raro en los ojos. Quise poner mi mano cordial en su hombro y decir algo amable. Era la última línea de defensa. Tras esa, sólo mi inerme patrimonio. Pero su frágil figura se enroscó en mi brazo como un gato benévolo. En el segundo que quedamos nariz con nariz entendí que era inevitable. Y fue sorprendente, además. Su boca grande era suave. El colmillo mayor me hizo gratas cosquillas en la lengua. Entonces tomé la iniciativa. Puse la jarra en el muro. Para besarla mejor agarré su cabeza con ambas manos. La llave inglesa: una mano en la nuca y otra en la mandíbula. Se entusiasmó y, aún temblando, me subió una pierna sobre el muslo.

Su cuarto estaba en el ático del hotel. La ventana abierta en el techo mostraba el cielo nublado. Una pared era recta y la otra inclinada. Como los pezones de Zdenka. El que apuntaba hacia afuera era el del pecho derecho, algo mayor que el izquierdo, aunque pequeños los dos. Sabían, eso sí, exactamente igual.

Sin embargo, entre las piernas era perfecta. Con una quilla armoniosa en toda su longitud. Como en un barco vikingo.

12 comentarios:

  1. Ten cuidado con los colmilos, compa, que los parientes y "parientas" de Dracula andan disfrazados.

    Saludos desde Londres.

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  2. London Bro,
    un colmillo sin filo y bien usado tiene sus ventajas, créeme.
    Saludos

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  3. mi brohter, cuando nos tiras las descripciones estas, siempre acabo echando humo... mira que estoy en la pincha y me voy a salar, con y sin colmillooooo....

    nada, como te iba diciendo "Dios bien puede estAr entre las piernas".

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  4. Pues a mi me ha encantado la foto...la segunda! :-)
    Un beso

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  5. Bellísimo, muy tierno, y trés drôle, cómico. Excelente.

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  6. Estos relatos eróticos tuyos son siempre de una belleza tan resonante.

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  7. Asere,
    has dado con la ubicación definitiva de Dios! Esa teología sí me convence.

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  8. Catikísima,
    pues me lo sospechaba...
    Beso

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  9. Zoé & Isis (¡vaya comunión de calidades!),
    muchas gracias -que más sobraría.

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  10. Hola,desde el imparcial llegue a tu blog...me encanto!!!.Pasare por aqui siempre que pueda.
    Saludos,

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  11. Alina,
    bienvenida! Celebro que te guste el blog... pero tu mamá sabe que estás en el internet?

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  12. jajaja,muy buen chiste...no,no sabe,hace mucho me perdio la pista.

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