27 feb 2011

La Revuelta Egipcia: Teoría & Práctica


Para entender la caída de Hosni Mubarak en Egipto se necesita primeramente algo de teoría.

I Los libros del profesor Sharp

Gene Sharp tiene 83 años y desde hace más de 4 décadas se dedica a propagar estrategias subversivas pacíficas. Es considerado certeramente el Maquiavelo de la no violencia. Una de sus obras, escrita para la oposición birmana en 1992 y titulada From dictatorship to democracy: A conceptual framework for liberation, ha sido el manual absoluto de las revoluciones en el siglo XXI. Para todos los movimientos organizadores de disturbios exitosos -Otpor en Serbia 2000, Kmara en Georgia 2003, Pora en Ucrania 2004, KelKel en Kirguistán 2005 o 6 de Abril en Egipto 2011- este libro ha resultado poco menos que un Nuevo Testamento. En El Cairo, por cierto, se repartieron las copias del manual con el nombre anglosajón del autor traducido directamente al árabe: Profesor Dharib

Ya en 1989 para desordenar a la RDA los disidentes de la decisiva IFM –una de las dos únicas entidades opositoras no teledirigidas por la Stasi– se orientaron por The Politics of Nonviolent Action de 1973, algo así como el Viejo Testamento de Gene Sharp. Por su parte, los separatistas lituanos usarían en 1991 Civilian-Based Defense: A Post-Military Weapons System, otro manual de Gene Sharp recién publicado en 1990, para resistir la embestida de Moscú.

Uno de los discípulos aventajados de Gene Sharp es el serbio Srdja Popovic, otrora figura de Otpor. Durante los últimos años las conferencias de Popovic sobre resistencia civil en la Universidad de Belgrado han sido visitadas por una nutrida audiencia, compuesta casi toda por estudiantes árabes. 

¿Qué predica Gene Sharp? En esencia son unas pocas estrategias: la protesta no violenta; la desobediencia civil; la persuasión continua; las huelgas; el boicot comercial; el enfrentamiento pacífico a los órganos represivos; y la no colaboración con las autoridades y las organizaciones de la dictadura. Las tácticas, por el contrario, son muchas. La friolera de 198 métodos aparece en su Nuevo Testamento subversivo. Para el ex profesor de Harvard las rebeliones populares deben ser preparadas antes de que aparezca un detonador. Y hay varios principios que no pueden abandonarse: la no violencia, la disciplina táctica y el plan original. La violencia conduce a la masacre y el fracaso, como en Tiananmen. La indisciplina implica la derrota prematura. Y si se muda espontáneamente la ruta prefijada -por ejemplo, ante un cambio o una maniobra de la dictadura- la protesta no conseguirá triunfar.


II El dilema de Tullock

Si un politólogo de Ohio es el arquitecto de las revoluciones modernas, para entender la estática de sus estructuras sociales es preciso acudir a un economista de Illinois de 89 años llamado Gordon Tullock.

Co-fundador de la Teoría de la Opción Pública, el profesor Tullock escribió en 1971 un texto titulado The Paradox of Revolution. Se trata de uno de los estudios más precisos sobre algo tan inexacto como la conducta humana. Tullock sería aquel ingeniero que, calculadora en mano, explicaría al arquitecto Sharp que la cúpula elíptica que diseñó sobre elegantes columnas se vendrá abajo antes de terminarla.

Tullock demuestra -digámoslo sin rodeos- que entre más inteligente es el pueblo menos rápido se acaba la dictadura. Dentro de esa lógica la tiranía no se tambalea mientras la necedad popular no alcanza un peso crítico, que en el actual caso árabe ha llegado con la temeridad juvenil de la mitad de la población. En todo caso, cuán terribles sean la pobreza y la opresión no juega ningún papel para el estallido social.

Dando por sentado el descontento general, la ecuación de Tullock es de una evidencia elemental. Para el éxito de una revuelta popular son necesarios cientos de miles o millones de personas. Si se llegan a reunir tantos, no tiene peso que yo participe o no. En cambio, si participo pero no llegamos a ser suficientes -con el consecuente descalabro-, entonces sufriré severas consecuencias. Luego, es obvio que la única elección inteligente para mí es no participar.

Por suerte, en esa fórmula hay una variable atenuante de la irracionalidad revolucionaria: la convicción de que lo pagaré caro si fracasamos. Es decir, si en el pueblo no abundan los necios, la única forma de estimular la dinámica subversiva es alterando esa variable. Hay que rebajar la expectativa de castigo.

Veámoslo más de cerca. La expectativa se compone de dos factores: la severidad del castigo y la probabilidad de recibirlo. La severidad suele ser casi constante. No puede disminuir de otra forma que por decreto del propio régimen, o sea, mediante una inopinada gorbacheada. La probabilidad, por su parte, es muy difícil de calcular. Es, además, una cuestión altamente subjetiva. De hecho, no se trata tanto de que sea menos alta o más baja, sino de que sea calculable de alguna manera. Entre más incierta, tanto más tremenda y aterrorizante. De ahí que las dictaduras de milicos sean tan frágiles y las dictaduras de chivatos sean tan sólidas. El número de uniformes, toletes y pistolas se puede contar. Empero, el número de lenguas denunciantes es incalculable, tiende paranoicamente al infinito, y en la práctica convierte a la expectativa de castigo en un valor fijo mayor.

Cada dictadura que pretenda durar está obligada a reclutar el máximo de chivatos.

Lo repito: la red de vigilancia en esencia lo que hace es impedir que el sujeto con potencial disidente pueda definir su expectativa de castigo. Así el individuo razonablemente prudente no se mueve. No obstante, hay una forma de contrarrestar ese efecto: el tumulto. Aquí entra a colación la sicología de las proporciones, un tema que se ha estudiado muy bien en los estadios de fútbol. Si se juntan 100 chivatos con 10 opositores en un ambiente caldeado, habrá una golpiza garantizada para los segundos. Si los disidentes son 1.000, entonces los 100 chivatos se limitarán a tomar nota. Si son 10.000 los opositores, los 100 chivatos se concentrarán en no hacerse notar. Si los disidentes son 100.000, una parte de los chivatos gritarán contra la dictadura. Una muestra idónea de lo aquí expuesto ocurrió en Bucarest el 21 de diciembre de 1989 frente a la sede del CC del Partido Comunista Rumano. Con mucho bulto y descontento un bien ejecutado desorden disminuye la expectativa colectiva de castigo hasta niveles subversivos. Personalmente pude comprobarlo antes en minúscula escala. Por ejemplo, convirtiendo una asamblea comunista de depuración de estudiantes infieles en todo lo contrario mediante algo tan simple como una emotiva confrontación al margen por elocuentes desavenencias personales con un intransigente y antipático fiel del sistema.

Cada dictadura que pretenda durar está obligada a evitar los tumultos descontrolados.


Ahora podemos pasar a la práctica.

Las primeras protestas populares en El Cairo fueron en la época de Anwar as-Sadat. En 1977 hubo dos días de disturbios tras una detonante subida de precio del pan. Sadat había cortado los subsidios apremiado por el FMI, y tuvo que matar a 80 pobres y lastimar a otros 800 para recomponer el orden en el país.

Resulta que los árabes pobres también son rencorosos. Incluso a largo plazo. En 2004 sobrevivientes de 1977, ya jubilados, fundaron Kifaya –que en árabe significa Basta- para hacer algo útil en su abundante tiempo libre. Una vez al mes entre 30 y 100 viejitos de Kifaya, encabezados por George Ishaq, salían a protestar por las calles del casco histórico de El Cairo. Como muchos iban armados con bastones y hasta algunos con muletas, Mubarak les enviaba regularmente 500 policías con sus cascos, garrotes y escudos para disuadirlos de tan peligrosa actividad.

Los ancianos apaleados fueron ganando simpatías, como se podía esperar. Gente joven se fue incorporando a Kifaya. Como el bloguero Ahmad Maher, que fundó el movimiento 6 de Abril después de que ese día de 2008 los tipos con cascos, garrotes y escudos disolvieran de poco gentil manera una huelga en Mahalla al Kubra. Por entonces comenzó la colaboración vía Facebook entre egipcios y tunecinos. También algunos miembros del 6 de Abril viajaron a Belgrado a estudiar.

Cuando los policías de Alejandría mataron a golpes al bloguero Chaled Said, allá por junio de 2010, se hizo evidente que la afinidad entre la juventud secular y el régimen de Hosni Mubarak, además de no ser demasiado grande, no iba a mejorar.

Los jóvenes egipcios ensayaron durante el resto de 2010 diversas formas de agruparse y marchar hacia la céntrica plaza Tahrir de El Cairo, como aconseja Gene Sharp. Fracasaron una y otra vez ante los brutales contingentes antimotines de la policía.

Sin embargo, en el año 2011 se precipitaron las cosas. El 14 de enero Ben Ali y su insaciable consorte tuvieron que abandonar Túnez. El 18 de enero los activistas 6 de Abril y otras 9 organizaciones agrupadas en la Coalición de la Juventud por la Revuelta Egipcia se reunieron en una casa privada de El Cairo y acordaron actuar una semana después combinando las nuevas tecnologías de comunicación, las previas experiencias subversivas propias, serbias y tunecinas, las tácticas de Gene Sharp, así como los esfuerzos y recursos de la diáspora egipcia en los emiratos del golfo.

Lo hicieron de forma brillante. El 25 de enero de 2011 era el Día de la Policía, un día nada más y nada menos que feriado en Egipto. Partiendo de la periférica favela de Nahya, los opositores encontraron una vía que les permitió envolver a tiempo a varios miles de participantes, para evitar ser disueltos con facilidad, y llegar con unos 20.000 manifestantes al centro de la ciudad. También adoptaron el truco tunecino de untarse vinagre con cebolla en el rostro para anular el efecto de los gases lacrimógenos. Se surtieron de bolsas con tinta para arrojarlas contra los parabrisas de los vehículos y escudos de la policía. Y, finalmente, convencieron a más de 10.000 curtidos barras bravas del club de fútbol al-Ahli para que asumieran la defensa del crítico flanco oriental de la plaza Tahrir. A esas alturas la expectativa de castigo había bajado a un rango irrisorio. La única forma de restaurarla era incrementando el factor severidad mediante una masacre, como haría más tarde Muammar al-Gaddafi en la vecina Libia.

En verdad, la suerte ya estaba echada cuando el ejército egipcio traicionó temprano al tirano. Que las detenciones de revoltosos durasen por lo general apenas 48 horas dejó claro que el Servicio Secreto también había abandonado a Hosni Mubarak.

Y es que existe una diferencia fundamental entre una revolución y una guerra civil. En una guerra se combate para derrotar al enemigo. En una revolución todo es cuestión de convencer a elementos claves del régimen de que es mejor traicionar.

9 comentarios:

  1. un dia feriado tambien como cuando el carnaval en santiago??? eso si que no se le ocurrio a sharp.

    por cierto, los nietos de los viejitos siguen con lo del pan?

    magistral bro.

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  2. Como siempre, entretenido y a la vez dando información. En Libia parece ser que también se han organizado bien para derrocar al otro tirano. ¿Será el de Marruecos el próximo en caer?

    Ojalá así lo quiera Alah.

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  3. Muy bueno. No obstante me habría gustado un eufemismo para la palabra "traicionar" del final (sin que ésta dejara de ser cierta). Algo así como "cambiar de bando o pasarse al bando del pueblo", jejeje. ¿No te parece?

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  4. Lázaro, al menos yo no recuerdo otra dictadura con un día feriado para la policía. Si acaso, para los chivatos.
    Saludos

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  5. Epiro, en Libia es cuestión de días, si bien podrían ser horas si la OTAN cierra el aire para los cazas de Gaddafi. En Argelia hay potencial, pero la gente tiene miedo de repetir las matanzas de los años 90. En cambio, me temo que en Marruecos no pasará nada. La monarquía marca la diferencia en la sicología de las masas.

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  6. Ingenuo, tienes razón. De hecho, así lo escribí primero; pero luego, en un deje de maldad, cambié de terminología.

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  7. ¡Hay que ver qué bien se explica este chico, véMaría...!

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  8. Brillante. Las teoría, tal como se define, es brillante, pero el número de variables es infinito, lo que le resta efectividad y credibilidad. El gobierno, presuntamente a derrocar, puede aumentar el número de chivatos e inclusive reformular la política pública.

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