Mayareño genuino por su condición de hijo del aguatero del pueblo, este ilustre varón y patriota tuvo dos grandes amores en su vida: su caballo Saeta y el aguardiente. Aunque en un corazón tan generoso siempre hubo lugar para otras pasiones menores: el lechón asado, las barajas, las criollas, los puros, el boniatillo asado en hojas de plátano, los tamales de maiz tierno, la patria, y otros.
Estaba dotado de un carisma sin igual. Su sola presencia contagiaba a la tropa de un apasionamiento irrefrenable. En aquellos momentos el aguardiente corría por las gargantas insurrectas antes, durante y después del grito de ¡Cuba libre! El nombre Monzón aterrorizaba a los bodegueros del oriente cubano. Así como a las unidades de avituallamiento del ejército español, en cuyas guarniciones se hablaba con espanto de "las hordas borrachas del titulado brigadier Monzón." Era fraternal con sus hombres, pero recto y estricto como ninguno. Especialmente a la hora de repartir el ron. ¿Que se le daba plan de machete a algún campesino poco cooperativo? ¿Que se jugaba al gaito colgaíto con los prisioneros peninsulares? ¿Que los primeros días de cualquier nuevo recluta eran conocidos como la pasión del guao? Sí, de todas esas cosas se contaba. Con exageración, sin duda. Pero nunca, ¡jamás!, de que en su tropa se maltrató a un caballo.
Aunque la brigada de Monzón pertenecía formalmente al Cuerpo Oriental del Ejército Libertador, estaba directamente subordinada a la Cámara de Diputados de la República en Armas, en funciones de abastecimiento. De esa manera no respondían a las órdenes de ningún jefe de región, y podían moverse libremente por todas las prefecturas. Si bien el general Manuel Calvar le había prohibido entrar en su jurisdicción por aquel asunto con el comandante Rubio.
El jefe de la vanguardia del general Calvar era un vizcaíno muy sincero llamado José Manuel Rubio. Vino a Cuba al heredar la bodega de un tío en Bayamo, y se incorporó a las fuerzas insurrectas al considerar justa su causa -la causa de cierta bayamesa de color incierto y pasiones definidas. Rubio no podía perdonarle a Monzón que lo llamase a gritos "gaito renegao" ante la oficialidad insurrecta reunida en los potreros de La Catalina. Y sólo por haber impedido, como Oficial de Día, que el cubano se bebiese el alcohol del botiquín de campaña. Toño Monzón, por su parte, tampoco podía olvidar que allí mismo Rubio lo arrojó al suelo de una trompada, y le propinó además media docena de patadas, sin considerar su avanzada embriaguez. Así que le había prometido una "macheteada de ley" al vizcaíno. Nunca se la dio. Por patriota que era. Y también porque Tomás Estrada Palma, entonces Secretario de la Cámara y responsable de los suministros, le dijo que había mucha gente esperando que lo hiciera para llevarlo ante un consejo de guerra como a su tío Juan Monzón. Toño siempre tuvo oídos para aquel joven inteligente. Y Estrada Palma nunca lo olvidó. Ni los paquetes personales que Monzón le reservaba de las vituallas capturadas. Por eso, ya fallecido Toño, su hijo Fernando Monzón fue designado teniente general de la Policía Nacional por el Presidente Estrada Palma al inaugurarse la República en 1902.
Fernandito era como su padre, un patriota. Debido a ello, y no por ser amigo personal de Yarini, fue que intervino y decidió la guerra chulicida que se desató en La Habana entre los guayabitos cubanos y los apaches franceses tras el asesinato del popular proxeneta criollo. Resultando los franceses de esta manera vencidos. Y si los guayabitos le garantizaron servicio gratuito desde entonces, fue precisamente en reconocimiento a esa acción patriótica de Fernandito Monzón para que San Isidro, por entonces la mayor zona roja del hemisferio, se hiciera definitivamente nacional.
Toda una pléyade de valientes peleaba bajo el mando del Embudo de Mayarí. Individuos forjados por la disciplina y el carácter de su jefe al calor de innumerables combates. Parcos y sencillos, pero inolvidables por su arrojo formidable. Hombres como Gervasio Serrano. Un enorme negro que cargaba siempre el primero. A pesar de ello sólo recibió una herida en toda la guerra: perdió dos dientes, los incisivos superiores, en el asalto al ingenio Nueva Galicia, cuando cayó de bruces del alazán que montaba. Había cargado presa de una terrible fiebre, producto de un empacho de jicotea, y nublado por la medicina, dos litros de agua de cañón, el aguardiente semielaborado de la destilería de campaña. Luego su voz adquirió un silbido particular, que al abalanzarse machete en mano y gritando como siempre "¡a coltai cabesssssa!" resultaba especialmente aterrador para los españoles.
Otros eran apreciados por su humildad y abnegación, como Feliciano Chang, un culí que era ayudante del brigadier, cocinero y organizador de la charada interna de la tropa en una persona. Había nacido en una aldea de la provincia de Quingnang, y desde los 8 años empezó a trabajar en los arrozales. Más tarde su familia perdió el arrendamiento de la parcela de pantano. Chen –su nombre de pila chino original– se dedicó entonces con varios de sus 26 hermanos al honroso oficio culí por excelencia: remolcador de barcos en el gran Rio Amarillo o Yang-tse. Una profesión perteneciente al Tao Sing Gao, como aparece muy bien descrito en el Capítulo 82 del Tao Te Ching -el libro canónico del Taoísmo. Cantando bellas melodías, como aquella sobre la blanca flor de loto que se ponía colorada de pudor si la tocaban, aquellos infelices remolcaban los juncos río arriba tirando de gruesos cables desde ambas orillas. A cambio de su esfuerzo diario recibían apenas unos puñados de granos arroz, que después vendían para comprar cáscaras de arroz, con las cuales alimentaban a sus familias. Por el precio de un puñado de granos se podía adquirir medio saco de cáscaras del mismo cereal. Lo duro de esta vida hizo que Chang Chen –los chinos dicen primero el apellido– y tres de sus hermanos se decidieran a abandonar el oficio. Con el pequeño capital reunido a costa de enormes sacrificios abrieron un reducido local, donde ofrecían opio de menor calidad a los culíes del Yang-tse. Conocían ya a algunos mal pagados marineros de los juncos que transportaban el opio por el río. De noche estos marineros dejaban caer algunos bultos al agua, que Chen, sus hermanos Chao, Chong y Lao, así como Liong, el arrendero del bote asociado, pescaban rápidamente. Este modesto negocio permitió subsistir por un tiempo a las familias Chang, Liong, y a las de media docena de marineros fluviales, y mejorar en algo sus ingresos al submandarín municipal Wong, así como a varios agentes de la policía local. Pero en 1861 los ingleses empezaron a transportar el opio por el Yang-tse empleando vapores. Los juncos, los culíes y Chang Chen empezaron perdiendo clientes y terminaron perdiéndolo todo. Tenía 36 años y había quedado completamente desposeído: de sus ahorros para comprarse una concubina, del negocio, y de la esperanza. Fue en estas circunstancias cuando supo que en Macao un chino de Manila, encomendado por las autoridades coloniales españolas, reclutaba culíes para trabajar en Cuba. Firmó un contrato no cancelable de 8 años a razón de 4 pesos al mes, pagaderos al concluir los 8 años, previo descuento por alimentos y alojamiento. No sabía que en Cuba, trabajando 16 horas en lugar de las 12 contractuales durante 7 días a la semana y bajo el eficiente maltrato de fornidos negros mayorales, la esperanza de vida un chino culí eran justo 7 años. Pero lo salvó la guerra.
Muy valorado era igualmente el ánimo emprendedor del capitán José María Pepe Flores, el Jefe de Operaciones de la brigada. Un hombre de acción que abandonó su próspera barbería La Realísima en el pueblo de Banes para marchar, armado únicamente de su fe en Cuba, a vender telas en la ciudad de Holguín. Allí no le fue bien, por lo que regresó, hallando a su local convertido en depósito de pertrechos de la Guardia Civil. El jefe español en Banes, capitán Bebelagua del Pozo, apoyándose en sus plenos poderes por el estado de guerra, se negó a devolver el inmueble. Por lo que la noche siguiente Pepe Flores, usando el disfraz de bucanero del último carnaval, acuchilló a la posta del almacén militar. Demoró un poco, pues el cuchillo de falso pirata era de palo. Luego, con lágrimas en los ojos, Pepe le prendió fuego a su antigua barbería, y se echó al monte tras arrancar, pisotear y escupir repetidamente la placa de la Guardia Civil ante el ya ardiente edificio. Pocos días después, en un acto de osadía increíble, entró a la hora de la siesta por el sur y atravesó a todo galope el pueblo saliendo al noreste. No sin antes haber arrojado un bulto por la ventana del cuartel de la Guardia Civil. Antes de que pudiera ordenarse una patrulla para perseguirle, el jinete había desaparecido, quedando en poder de las fuerzas de España sólamente aquel paquete, que al caer se había abierto derramando su interior. El envoltorio se identificó inmediatamente como un pabellón español robado dos días atrás de su asta frente al Casino Español -el cabo responsable aún estaba castigado. Y aunque el jefe de la plaza prohibió que se informara a la población del contenido de aquel bulto, desde entonces los baneses suelen excusarse diciendo "voy a la Guardia Civil". Cuando una semana después Toño Monzón y los suyos lo encontraron y reclutaron, Pepe estaba preparando una nueva acción patriótica con una jauría de perros sarnosos pintados a brocha gorda con los colores de España.
De gran popularidad gozaba también Genovevo Valdés, un temerario negro liberto que nunca se lo pensaba dos veces antes de actuar. Procedía de Santiago de Cuba, de donde había tenido que escapar en enero de 1869. Poco antes, durante la procesión de la virgen había gritado a todo pecho "¡Viva Cuba libre!". Por lo cual fusilaron a otro, a su compadre Cornelio, que hasta el último instante trató de disuadir al Bebo de la descabellada idea, y que sólo atinó a echarse a correr cuando un grupo de enfurecidos soldados y voluntarios se arrojaron sobre el segmento de la procesión de donde provenía el grito. Fue un grave error que lo convirtió en el culpable buscado. El Bebo no se movió de su sitio, pero queriendo ayudar a su cúmbila se atrevió a espetarle al militar que le pasó más cerca "yo creo que ese estaba borracho, mi capitán." El español, que era un sargento, creyó que se burlaban de él y, deteniendo su carrera por un instante, le propinó un brutal culatazo en la cabeza al Bebo Valdés. Cuando despertó estaba en casa de su tía Ñica la manisera, a donde lo habían transportado sus amigos. Allí, mientras lo reconfortaba el aroma del maní tostado por su tía, anciana alcahueta que vendía cacahuetes, supo que el desdichado Cornelio, tras una feroz cacería, había sido atrapado al otro extremo de la ciudad. Entre puñetazos que ahogaban sus "yo no fui", lo habían conducido hasta el cementerio de Santa Ana, donde inmediatamente fue fusilado contra la tapia. Aconsejado por sus amigos el Bebo permaneció varios días escondido, para en la primera oportunidad marcharse de la ciudad. Deambuló por el monte hasta juntarse con otros alzados y luego unirse todos a la tropa de Monzón en las inmediaciones de Baire.
Unos tragos después todos ellos, con el Embudo de Mayarí a la cabeza, caerían sobre el enemigo español cual enjambre de... leones.
Coño Güicho, de dónde sacaste eso.
ResponderEliminarLa próxima vez ya lo sé, no corro cuando alguien grite algo peligroso. :-)
Ya veo por que te tomo una semana volver a postear. Vale la pena esperar, carajo. Que buenas aproximaciones a la intrahistoria. Los retratos de Gervasio Serrano y Feliciano Chang estan de super lujo.
ResponderEliminarSeria interesante tambien ver una aproximacion a estos heroes desde una perspectiva erotica. He escuchado a mas de una mujer decir que Ignacio Agramonte estaba buenisimo... tras esos guajiros sudorosos y llenos de cicatrices hay algo tambien que decirle a la livido... no?
Obvio también que la historia de Feliciano Chang es una jodedera, pero es más interesante que las que se cuenta en los libros de historia y, por lo tanto, más real, al menos para mi...
ResponderEliminarcomo le diría el Inspector Lonrot al comisario Trevinarus al inicio de La Muerte y la Brújula: "usted piensa que la realidad no tiene la menor obligación de ser interesante. Yo le replicaré que la realidad puede prescindir de esa obligación, pero no las hipótesis".
Analista:
ResponderEliminarA un negro liberto llamado Cornelio lo fusilaron efectivamente por el susodicho grito en 1969. Sucedió así como lo cuento. Y él decía sin parar que no había sido, pero fue el único que corrió y se jodió.
guicho usted es un master, dediquese a esta vaina, haga el favor.
EliminarGeneral:
ResponderEliminarLonrot tenía muchísima razón. De hecho, las hipótesis aburridas nunca trascienden.
Estos culíes fueron opacados en su peso histórico por la posterior y numerosa inmigración china republicana. Los nuevos chinos dejaron mucha más descendencia. Tal vez 60 o 70% tuvo hijos cubanos. Cada chinita! Recuerdo aquella Tamara Wong, que estudió conmigo en el Pre, pero se negaba rotundamente a hacer kung-fu.
Los culíes con vástagos criollos, en cambio, no llegarían a uno de cada treinta. No obstante fueron muy apreciados. Por los latifundistas, y por los jefes insurrectos. Para que te hagas una idea: de los 24 hombres de la escolta personal de Antonio Maceo 14 eran chinos.
cono, Maceo confiaba mas en las habilidades de los karatekas que en la macheteada de los criollos. je je je. usted es un profesional en esto de contar la historia de manera agradable. publique un libro.
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