24 oct 2007
El Protector De Los Cerdos IV
Zumárraga ejercía una enorme influencia sobre Cabezuela, que le admiraba hasta el punto de seguirle en peligrosas empresas de conquista al continente, que por lo común solía eludir. Pero era sin duda una relación de aprecio recíproco, pues si Cabezuela no tenía las impetuosas iniciativas de su amigo, mucho impresionaba a éste, en cambio, con sus ideas prácticas.
Así por ejemplo, fue Cabezuela quien resolvió el dilema de los Requerimientos, una proclama que según la ley de 1513 debía ser leída a los indios antes de iniciar las hostilidades. En ella se requería la sumisión voluntaria al rey de España y la admisión de la misión cristiana. De paso se amenazaba con la guerra implacable, el sometimiento y la esclavización en caso de negativa. Con este documento se daba un fundamento legal a las acciones de la conquista, y al llegar a cada aldea indígena se debía proceder a su lectura por parte de un fraile o capellán militar.
En un principio los indios no contestaban nada. Al menos nada comprensible. Ellos, por supuesto, no entendían una palabra de castellano, y menos aún de derecho católico español. Así los soldados cristianos podían dedicarse con toda tranquilidad de conciencia al saqueo, al pillaje y al exterminio de los infieles. Se sabían amparados por la ley. Sin embargo, aquellos endemoniados indios pronto descubrieron que con exclamar "¡Sí!" al finalizar la lectura de los Requerimientos evitaban lo peor. Los franciscanos siempre estuvieron convencidos de que aquello era obra de los dominicos. Al arribar a los poblados los españoles se veían imposibilitados de actuar por la desvergonzada respuesta de los indios. Sin esperar a que acabase la lectura del documento, los indígenas irrumpían sonrientes en un coro de afirmaciones. Indignados, pero irresueltos a desobedecer la ley, los conquistadores perdían la motivación, colocando a la conquista en serio peligro de estancamiento.
Al explicársele el problema, Cabezuela propuso leer los Requerimientos de noche y a media legua de las aldeas indias. Esta idea tuvo una gran acogida y se convirtió en un rotundo éxito. Como pudo apreciarse entonces, con este método la actitud indígena no sólo dejaba de ser cooperativa, sino que resultaba incluso ofensiva hacia España y hacia la fe cristiana, por el menospreciante e ignominioso silencio que seguía a la lectura de la proclama.
En aquel momento Cabezuela había acudido junto a Zumárraga y otros franciscanos a Santa María La Antigua, fundada por Enciso en Castilla del Oro, la costa oeste del golfo de Darién. La idea de nombrar así al nuevo campamento era de Vasco Núñez de Balboa, quien era el favorito de Enciso desde el día en que fue descubierto cuando iba de polizón de La Hispaniola al Darién. Antes de ser lanzado al mar el despierto Vasco recitó un popular poema titulado La niña de la peineta carmesí que he visto sonreir esta tarde tras las rejas de un balcón en Sevilla mientras sus manos estrujaban un pañuelillo de seda blanco. Con ello logró conmover al sensible capitán y ganarse la simpatía de la tripulación. Sobre todo por los hilarantes pasillos de sevillana que intentó mientras recitaba. Acto seguido, al ver que no lo habían echado por la borda todavía, Balboa se arrojó a los pies del capitán, jurando fidelidad si le perdonaba la vida.
El nombre de Santa María La Antigua era fruto del particular sentido español para salvaguardar la honra. Pretendía borrar la memoria de un fuerte homónimo anterior, y de su desastroso final. Aquel Santa María La Nueva quedaba del lado este del golfo, la Nueva Andalucía, territorio de indios galibí[8]. Allí fracasaron Ocaña y Alvarado de Vaca, y luego Alonso de Ojeda y su sucesor Enciso. Después de arrasar las aldeas costeñas, aquellos ingenuos conquistadores habían mordido el polvo -o el humus, según el caso- una y otra vez al penetrar en la selva, pues los crueles caribes de tierra adentro emponzoñaban arteramente sus flechas con curare[9].
El valeroso soldado español estaba acostumbrado a avanzar matando indios con toda tranquilidad. Cubierto por una cota de malla o una coraza de metal y cuero reforzado, recibía apenas rasguños de las flechas en aquellos sitios donde la protección era más débil y el proyectil lograba hendirla un poco. O en las extremidades, siempre menos protegidas. Aquellas saetas de punta de madera afilada y endurecida al fuego eran inofensivas para el ecuánime cristiano. Mas en la selva del Darién bastaba que una flecha caribe al rebotar en la coraza arañase el dorso de la mano. El soldado caía al suelo a los pocos segundos, y perecía horrorosamente, presa de las desesperadas convulsiones de la asfixia.
Era esa forma vil de hacer la guerra por parte de los indígenas lo que hacía imposible expandirse hacia el sur. El recién llegado Martín Fernández de Enciso, luego de ser informado por Francisco Pizarro, que encabezaba a los sobrevivientes de la expedición del Adelantado Ojeda, dirigió a los conquistadores a la orilla occidental del golfo -al sur del istmo panameño-, denominada Castilla del Oro, donde encontraron indios mansos y reemprendieron la conquista, evitando una vergonzosa retirada a La Hispaniola.
En realidad aún quedaba un temor. La concesión administrativa de explotación para Ojeda, Enciso y los suyos se limitaba a la Nueva Andalucía, mientras que Castilla del Oro estaba asignada a Diego de Nicuesa. No obstante, al desembarcar, Enciso y Pizarro no hallaron rastro de Nicuesa.
– Habrán más devoradores de hombres al oeste –se burlaba el popular Balboa.
No tardaría mucho en verificarse esta terrible sentencia.
Gracias a sus maneras desembarazadas e insolentes, Balboa se había convertido rápidamente en el líder indiscutido de los colonos. Hasta los veteranos de Ojeda le prestaban más atención que a su jefe Pizarro, quien hubo de seguirle la corriente al más joven para mantener su posición. Por el contrario, el gobernador Enciso, hombre de alta instrucción -era bachiller-, con sus modales educados y su afán de mantener organizados a sus impetuosos subordinados -un empeño que en la práctica significaba la mayor inactividad posible-, era francamente impopular y considerado un estorbo.
En estas circunstancias Zumárraga como confesor de Balboa le trasmitió a éste una sugerencia de fray Cabezuela. Se trataba de convertir aquel campamento militar, donde la autoridad de Enciso era irrefutable, en un asentamiento colonial fijo, una villa, y a los expedicionarios en colonos residentes. Si Enciso estaba de acuerdo, se constituiría un cabildo, que una vez electo reconocería el mando de Enciso como gobernador y jefe militar de Nueva Andalucía. Una autoridad, naturalmente, no válida en la nueva entidad civil, por estar ubicada en Castilla del Oro, cuyo gobernador designado por la corona era Diego de Nicuesa. La autoridad en la nueva villa incumbía a un alcalde elegido por los residentes.
Enciso, que apreciaba el orden y la institucionalidad, no percibió la maniobra y hasta se entusiasmó cuando una comisión de conquistadores se presentó con la propuesta de fundar una villa en el lugar del campamento. El cabildo instalado eligió inmediatamente a dos alcaldes o magistrados para ejercer el gobierno de la villa y de la colonia en ausencia del legítimo gobernador Nicuesa. Se seleccionó a Balboa y a Pizarro, quienes rápidamente informaron a Enciso su nuevo estatus. Se le consignó un navío para dirigirse a Nueva Andalucía o a dónde le pareciese. Por lo que éste, con unos pocos fieles, se encaminó a Santo Domingo a quejarse.
De momento el litigio de gobierno estaba resuelto. Balboa tenía el papel de primera figura y lider innegable. Francisco Pizarro era nominalmente su igual, una concesión a su antigüedad y prestigio, pero de hecho sólo el segundo hombre de la villa. Segundo de Ojeda, segundo de Enciso, segundo del co-alcalde Balboa. En su día, el capitán Pizarro no vacilará en traicionar al co-capitán Almagro en la expedición al Perú para apoderarse del mando único. Temía terminar a la larga de segundo otra vez. De paso hizo que le aplicaran a Almagro el garrote vil y, para estar más seguro, que le cortaran la cabeza al cadaver. Luego un comando almagrista asaltó a Pizarro y lo decapitó en su propia casa. Juan de Rada, que dirigía a los asaltantes, había dicho, mientras le pasaba el sable a un un fornido extremeño, alzando la voz sobre los gritos de don Francisco:
– ¡De prisa, señores, que no hay tiempo para torniquetes!
A Pizarro lo enterraron en la segunda cripta de la Catedral de Lima.
Pero continuemos, que ésta es la historia de Simón de Cabezuela.
[8] El gentilicio arahuaco original galibí aún perdura en sus dos derivados castellanos: caribe y caníbal.
[9] El curare paraliza la musculatura del pecho y el diafragma.
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Chico esto de aqui es fenomenal. NO me alcanza el tiempo pa tanto blog. Voy a empezar a leer el Protector en toda su serie (es como La Guerra de las Galaxias).
ResponderEliminarOye, te prompongo hace un dominio. O sea, juntar unos cuantosa blogs para salir a internet con algo mejor que lo que tiene este muchacho, el Rey ese.
Deja ver si se motiva la gente.
Eso si, debemos prescindir de las donaciones o nos caen arriba a joder.
La verdad que "La niña de la peineta carmesí" antes que la salvación debió haberle costado al Vasco que lo lanzaran por la borda de una buena vez. Es difícil a veces entender a los Antiguos...veamos por dónde viene el número 5
ResponderEliminarPepe:
ResponderEliminarNo estaría mal el dominio, en el circuito tenemos fotografías, gráficas y textos originales y no cobramos na'.
General:
Así mismo es. Yo lo hubiera tirado al agua. El número cinco se llama Caníbales.
pues con ese título promete
ResponderEliminarYo estoy aqui callado, pero he devorado los cuatro primeros capitulos como si fueran pan caliente.
ResponderEliminarMuy bueno.
Me he dado banquete con estos Memoriales, Güicho. La verdad que estudié historia en la Universidad, pero los macutos que tenía que bajarme eran superindigestos. Imagínate que lo más pasable era el Manual de Ramiro Guerra... Si hubiera tenido libros escritos como estos artículos tuyos me la habría pasado mucho mejor.
ResponderEliminarGuicho, leyendo entre líneas tú relato adivino de donde viene ese grito ternario de ¡Cuba Si!
ResponderEliminar¿Nuevos Requerimientos?
¡Si!
¿Intervención del 26 de Julio?
¡Si!
¿Picadillo de soya?
¡Venceremos!
AlgoDar, gracias, man, vamos a ver si el horno no me falla.
ResponderEliminarSaludos!
Cleger, así mismo es, sólo se salvan los libros del viejo Ramiro Guerra. Tengo cuatro o cinco, comprados en los rastros de libros de la calle Obispo.
Asere, es fatal pero es así, el indio siempre asiente.