22 oct 2007

El Protector De Los Cerdos II

Camino a las Indias

La orientación profesional ya era a principios del siglo XVI un problema serio para la juventud española. Especialmente entre los jóvenes vagabundos y sin vínculo social. Es sin duda el descubrimiento de América lo que permitió erradicar este mal por muchas generaciones. Surgiendo así una nueva y accesible profesión para su ejercicio en el nuevo continente: el honroso oficio de Español. Se trataba, además, de un quehacer que prometía ser lucrativo como pocos.
Llevado por el tenue instinto de seguir los pasos de su padre, Cabezuela había marchado a Barcelona con la intención de enrolarse en los tercios de la campaña de Italia. Deambulando por la ciudad condal escuchó de marinos y comerciantes fabulosas historias sobre las nuevas tierras de ultramar. Decían que el oro abundaba como en Aragón los guijarros. Y al desembarcar bastaba apartar a las indias, que yacían desnudas y ociosas en la playa, para recoger las preciadas pepitas, gruesas como guisantes. Simón era un mozo despierto y nada crédulo. Por tanto no creyó ese cuento de las indias. Supuso que estarían vestidas o cubiertas de algún modo. Eso haría más fácil la tarea de echarlas a un lado para recolectar el oro, pensó. El mozo se ilusionó mucho con las Indias y decidió marchar a por ese oro, mucho más abundante y menos peligroso de obtener que saqueando iglesias y villas italianas. Así que se puso en camino a Cádiz lleno de esperanzas.

Como no pudo reunir el dinero del pasaje, Cabezuela arribó a las Indias enrolado con un capitán de Contrata. En aquel mismo año de 1504, debido a la falta de intrépidos conquistadores y colonos entre aquellos súdbitos que podían financiarse el viaje a ultramar, y vista la escasez crítica de personal en las nuevas colonias, la corona había ratificado la institución de la Contrata, iniciada sin mucha legalidad en 1502 por Jacobo Pérez Jiménez, un ex-rabino sevillano.
Los llamados capitanes de Contrata podían embarcar a expensas propias un número determinado de hombres para las nuevas tierras. A cambio, los contratados debían firmar unas obligaciones que estipulaban el reembolso al contratista del precio del viaje más los intereses. Estos alcanzaban generalmente entre 20 y 30 veces el valor del pasaje. La corona había puesto tal coto máximo de 30 veces para evitar los abusos iniciales de Jacobo Pérez.
Curiosamente muchos siguieron prefiriendo viajar de polizón antes que contratarse. A pesar de que ser descubierto infraganti significaba ineludiblemente la gentil conminación castellana a abandonar el navío inmediatamente, dicho con otras palabras, ser arrojado por la borda. No fue sino en 1577 que Las Cortes emitieron una ley estableciendo un trato humano para los polizones. A partir de entonces hubo que transportarlos encadenados a régimen de pan y agua hasta el puerto de destino para ser destinados a trabajos forzados.

De los intereses recibidos cada capitán de contrata entregaba un quinto a las arcas reales y un décimo a las autoridades coloniales, las que a su vez velaban el cumplimiento de las obligaciones por parte de los contratados. Por otra parte, las obligaciones comprometían a aceptar la labor que tuviera gestionada el agente del contratista en la colonia a la llegada del navío. De esta manera quedaba asegurado que se pagase al contratista y que funcionase todo el esquema. También se tomó en cuenta, por último, la importancia de evitar en las colonias la vagancia tan difundida en la península.[2]

A bordo de la carabela La Calavera de San Iñigo, en la que el joven Simón se dirigía a Santo Domingo, los contratados escuchaban de los marinos fascinantes historias de las Indias. Aquellos hombres de mar describían los terribles peligros de las tierras desconocidas: tigres feroces, serpientes venenosas, armadillos leprosos. Pero se referían reiteradamente a los habitantes de las orillas sureñas y las islas menores del mar antillano: los fieros caribes. Eran aterradoras historias que llenaban de pesadillas los sueños de los contratados, haciéndoles olvidar las diligentes pulgas, los intrépidos piojos y las incansables ladillas en la estrechez de la asfixiante bodega donde dormían.




[2] Hay que reconocer que numerosos contingentes de andaluces hallaron camino a América gracias a la Contrata. Mientras que los extremeños y los vascos se ocupaban básicamente de funciones militares, se calcula que hacia 1550 los andaluces constituían el 90% de la población civil en América. No quedó más remedio que esclavizar a los indios y luego traer africanos. N.d.A.

2 comentarios:

  1. Es sin dudas interesante seguir la degeneración de oficio tan honroso: de Español a Peninsular a Gallego. Su equivalente socioeconómico supongo que va de Encomendero (o Adelantado) a Rayadillo a Bodeguero tarreado por una mulata con un negro

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  2. Clara visión evolutiva, General.

    Y, bueno, el siguiente estatus del ibero en Cuba es turista sexual: Cateto parado en Madrid, pero maceta erecto en La Habana.

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