30 sept 2007

Manolitow o De Cómo La Envidia Nos Parió Al Comunismo


A comienzo de los años 80 las guardias del CDR las hacía siempre con Manolito. El tenía más de 60 años. Algunas de sus nietas pasaron la primaria junto conmigo. Para mí resultaba como un abuelo. En definitiva no conocí a mi abuelo materno, murió cuando yo estaba recién nacido.

Manolito era un negro flaco que no hablaba mucho, pero cuando lo hacía, lo que decía era muy inteligente. Nos sentábamos en el escalón de su casa, y nos quedábamos media hora sin hablar. Luego el contaba algo. Quince minutos después yo comentaba o hacía una pregunta. Veinte minutos más tarde Manolito respondía. Y así se iba la noche. Nunca perdíamos el hilo. Nunca había prisa. Manolito había vivido mucho, y lo que es mejor: entendía lo que había vivido. Su sabiduría de la vida estaba exenta de moralismo y de ilusiones. No sobraba nada. Aprendí mucho escuchando lo que me contaba. Creo que al menos comencé a intuir la naturaleza humana. No digo entender, porque eso demora toda la vida.

Manolito había sido soldado del Ejército Rebelde. Soldado raso. Entre el 59 y el 63 fue policía militar. Luego se quedó en el ejército, en la logística. Cuando se retiró a comienzo de los años 80, tenía el grado de Capitán de las FAR.

Era oriundo de un pueblo en el interior de Oriente. Empezó a trabajar con 17 años en el central Niquero, y allí estaba todavía cuando optó por unirse a los alzados en 1958 para intentar mejorar su suerte.

Entró al central, de propiedad americana, sin tener oficio. Por esos días el electricista del central necesitaba un ayudante, un mozo que le pasara las pinzas, cargara las cosas, lo ayudara con la escalera, etc. Y lo pusieron allí. Todos los técnicos e ingenieros eran americanos. El electricista naturalmente también. Manolito sólo veía hacer al americano, y le alcanzaba los instrumentos. Pero el negrito era una esponja. Hasta aprendió el inglés, o al menos a comprender lo suficiente para trabajar. Tres años después el americano acabó su contrato y no quiso renovar, había ganado bien en la jungla, pero ya estaba harto de Cuba. Se fue a Panamá. Al canal, que igual era jungla, pero pagaban más y habían más paisanos. También era zona militar, y los que prestaban servicio civil allí no eran llamados por el Army. Pocos meses antes los japoneses habían cometido el error de autoestima más grande de la historia y convertido en chatarra la mayor parte de la Flota del Pacífico de la US Navy, anclada en una bahía al sur de la bella isla hawaiana de Oahu.

La compañía dueña del central comenzó a buscar un sustituto en los EE.UU. y en la isla. Puso anuncios. Pero nada. Habían pocos hombres calificados disponibles. El ejército y la industria del armamento tenían más autoridad y más dinero respectivamente.

En eso se rompe algo en la planta eléctrica del central. Algo serio, de lo peor que podía pasar. Y se quedan sin energía las maquinarias. Se para la producción. En plena zafra de 1942. EE.UU. estaba comprando todo el azúcar. No la cuota. Toda. Y si sacaban más, también. Varias horas transcurren y el manager manda a buscar a Manolito. El americano le dice:

- Look, Manolitow, ya llamé al electricista del Preston y hasta al de Manatí, pero tienen mucho trabajo allá, demoran. Tu crees que puedas arreglar esto?
Manolito, que se había casado con Ofelia unas semanas atrás y estaba esperando el primer hijo, responde:
- Mister, yo creo que sí… que puedo…
- Look, Manolitow, si tú consigues arreglar esto, puedes quedarte con el puesto de electricista…
- Yo lo arreglo, Mister…
- Con el mismo salario del electricista, Manolitow, OK?
- OK, Mister.

Tres horas más tarde el central estaba moliendo otra vez… Y dos días después estaba parado de nuevo. Pero esta vez no había nada roto. Había una huelga. Unas horas antes los jefes de la CTC en el central habían tenido una audiencia con el manager. Le habían dicho que no podía ser que un muchacho, que llevaba apenas tres años en el central, estuviera en el puesto de electricista ganando mucho más que los otros obreros. Le presentaron una lista de sus trabajadores afiliados que llevaban veinte años de servicios. Podía escoger. El americano no cabía en su asombro. Trató de explicarles que ninguno de ellos sería capaz de hacer el trabajo, que sino tendría que traer a otro americano, que era una ganancia para los trabajadores cubanos si uno de ellos, igual un joven, ascendía… No hubo arreglo, y el americano se encabronó y los mandó a salir.

Pero la huelga, a la que se sumó furiosa la totalidad de los trabajadores cubanos del central, el americano sólo la aguantó una tarde. Era mucho dinero. De nuevo hizo llamar a Manolito:
- Look, Manolitow, no puedo cumplir lo que te dije. Me sale muy caro con esta huelga, es igual que si la planta está rota...
- No es culpa suya…
- Es tu gente, Manolitow, es tu país, yo no lo entiendo
- Yo tampoco, Mister.

Manolito siguió de asistente, cobrando como asistente, y haciendo el trabajo del electricista, hasta que llegó uno nuevo, un cojo de Lousiana.


– Manolito, que fue de aquellos mierdas, los de la CTC del central? –quise saber.

– Aún dirigen la CTC… y además el central –me respondió.

27 sept 2007

¿Pionero? ¡Socio!





A mi socio Julio César lo conocí en segundo grado. En primer grado tenía un amigo llamado Aníbal, pero era un tipo aburrido. Si le dabas un sopapo fuerte, enseguida lloraba. Y resultaba prácticamente inevitable darle algún sopapo. Era muy cabezón.

El socio Julio, en cambio, se fajaba con entusiasmo por cualquier cocotazo. También era difícil no sonarle uno, pues iba siempre pelado al cero, o sea, rapado al coco. Y con una ignominiosa moñita encima de la frente. Siempre me pareció el corte de pelo más humillante posible. No por el rapado, desde luego, sinó por la moñita en la punta. Esa moñita era infamante. Mi propio pelado no era muy elegante tampoco. Generalmente me cortaban bajito por los costados y la nuca, pero me dejaban la parte superior, el techo, con una capa mayor de cabellos. Según la época sería el corte de un soldado medieval, un miembro de la Hitler-Jugend, un rapero, o un retrasado mental.

Julio, además de la moñita, con siete años ya usaba unos espejuelos que parecían los fondos de dos botellas de aquellas verdes de aceite. En realidad los cristales eran incoloros, pero él tenía los ojos verdes, y con el tremendo aumento parecía todo el cristal de ese color. Mucho no lo ayudaban aquellos lentes: Sacaba notas mediocres y era malo en casi todos los juegos. Encima de eso, nunca le daban permiso para salir hasta tarde a jugar. Pero el muchacho tenía el control absoluto del negocio de trueque en nuestra escuela y en otros tres colegios vecinos. Julio cambiaba de todo, y siempre con un provecho y una ganancia considerables: juguetes, animales, libros, herramientas, golosinas, prendas, instrumentos, piezas de lo que fuera, y si aparecía alguna otra cosa, también. Estoy convencido de que hoy día, donde quiera que se encuentre, será millonario.

El business lo llevaba en la sangre. Su abuela Eurípida –también eran viciosos a los nombres clásicos en esa familia– fabricaba y vendía caramelos de benadrilina. Tenían mucho éxito entre la chamacada del barrio. Algún tiempo después inventó unos merengues inflados con bicarbonato de sodio, que igualmente se vendían muy bien. Según me contaba mi amigo, su abuela soñaba con crear su propia fórmula de chicle. Experimentó con muchas cosas, y hasta casi lo consigue a base de alusil y queso proceso, pero nunca logró una elasticidad que persistiera lo suficiente.

En aquella familia sobraba la originalidad. Todos eran jabaos. Conocí cuatro generaciones, y por un lado o por el otro allí no habían blancos, ni negros, ni siquiera mulatos. No sé cómo lo hacían. La hermana mayor de Julio era bellísima. Tenía los ojos azules, la piel blanca ligeramente rosada, y las facciones de una diosa celta. Con su spendrum rojizo el contraste era alucinante. Unos años más tarde, yo hubiera traicionado a la patria por aquel ejemplar de la especie. El padre era marino mercante. Traía muchas cosas cuando regresaba de un viaje, y la madre las iba vendiendo. Cuando estaba en Cuba, entre un viaje y otro, siempre era de vacaciones. A veces eran varios meses seguidos de vacaciones. Era un tipo muy chévere que nos llevaba a cazar gatos. Se había traído un rifle de aire comprimido del extranjero. Ignoro como pasó la aduana. Aquellos safaris de gatos tenían lugar en los tejados y azoteas del vecindario. Eso sí, nunca nos comíamos los gatos. Aún faltaba mucho para el periodo especial.

Julio César tenía otra cualidad importantísima: era sumamente generoso con los socios. ¿Que querías? ¿Un lagarto? ¿Una rana? ¿Un chocolate? Pues Julio metía la mano en su mochila y te lo daba. Claro, a veces tenía primero que luchar con la rana para quitarle el chocolate.
También podías decirle:
-Julio, este sapo que me regalaste canta muy feo, cámbiamelo por un canario.
Si Julio no disponía de un canario, encontraba y convencía a alguien. De manera que un buen día ese alguien se aparecía feliz en su casa con un sapo nuevo, para asco de su afligida madre, cuyo canario se había escapado poco antes.

Para ayudar a Julio a mejorar sus notas abrimos con otros dos fiñes un círculo de estudio. El número de cuatro demostró ser ideal, sobre todo para jugar dominó y barajas. Luego la mamá de Julio se extrañaba de nuestros debates docentes:
-¡Cabeza de melón, no metas más forro!
-¿Tú eres ciego o socotroco? ¡¿No ves que yo paso?!
-¡Venga, capicúa!
El garito fue clausurado. Pero qué más daba, poco después, no sé de donde, llegaría un genial invento para disparar fósforos, y haría blanco en nuestros corazones.

25 sept 2007

Traficantes de Armas

Hace poco recordé que a mediado de los 70 entre los fiñes se pusieron de moda unas pistolas o catapultas para fósforos encendidos. Se hacían de palitos de tender ropa. Entonces me puse a probar con unos palitos pero no conseguí reproducir uno de aquellos artefactos. Sin embargo me acuerdo que fui un experto en mis días infantiles.

Mi socio Julio César y yo, al principio y como todos los demás, nos hacíamos las catapultas y salíamos felices a dispararlas. Como blanco usábamos la ropa ajena tendida en cordeles, o colocada en el cuerpo de su dueño, ventanas abiertas, otros chamas, etc. Luego descubrimos que era mejor, incluso lucrativo, fabricar las catapultas y venderlas.

Habíamos adquirido cierta habilidad artesanal. Se necesitaban dos palitos. Como es sabido, cada palito consta de dos piezas de madera y un resorte de metal. Una pieza hacía de deslizador; la segunda pieza, unida a la primera a la inversa de lo normal con un resorte, era el impulsor del fosforo; de mango servía la tercera pieza, que se ajustaba al deslizador y al primer resorte con ayuda del segundo resorte, el cual a su vez funcionaba de gatillo. La cuarta pieza de madera sobraba, pero en la fabricación a menudo se rompía alguna que otra y servía de repuesto. La materia prima no faltaba, pues todo el vecindario tendía su ropa lavada en los patios. Claro, algunos usaban palitos de plástico, y esos, aunque tuvieran la misma forma, no servían, pues las catapultas se trababan al disparar. Pero valían al menos para cambiarlos por otros de madera. Previo soborno de casi la totalidad de nuestros compañeros de aula, en sus respectivas casas de repente todos los palitos de tender de madera se convirtieron en plásticos. Una conversión tan masiva y exitosa apenas la habían logrado antes los padres jesuitas con los guaraníes del Paraguay.

Vendíamos las catapultas a diez centavos. No creo que haya llegado a ganar más que mis padres, pero mi madre a veces me pedía dinero prestado. Y ahora que lo pienso, ¡la vieja nunca me devolvió nada! Mas, en verdad, no teníamos un momento libre. Entre la producción y la venta no nos quedaba tiempo para jugar. Y era una condena, pues tampoco podíamos ya vivir sin la plata que ganábamos. En eso conocimos a unos negritos que también ensamblaban catapultas, pero las vendían a 5 centavos. Una maravilla. Inmediatamentes pasamos a ser sólo comerciantes. Renunciamos a fabricar. Comprábamos las catapultas a 5 centavos, y las revendíamos a 10 en la escuela y el barrio.

Luego nuestros suministradores también resultaron ser de cierta manera creativos, y descubrieron que más fácil y divertido que fabricar las catapultas, era quitárselas a sus propietarios. La denominación técnica del procedimiento era agitárselas. Así aprendimos nuestros primeros rudimentos sobre la imprevisible dinámica del mercado. Las víctimas de aquellos despojos, por su parte, necesitaban nuevas catapultas, y acudían a nosotros con mayor frecuencia. Mas, pese al buen negocio, Julio y yo no renunciamos a la ética. Pasamos a comprar con los correspondientes escrúpulos. Por las catapultas agitadas sólo pagabamos medio precio: dos por cinco centavos. Naturalmente que a menudo se rompían las catapultas, pero como ya casi no se producían nuevas, sino que más bien circulaban las mismas, empezaron a escasear, y con ello a subir los precios. Eran cada vez más caras y venían en peor estado. ¡Bienvenidos al Tercer Mundo! Ya las vendíamos a cuarenta centavos cada unidad, cuando la moda de las bolas chinas nos arruinó el negocio.

24 sept 2007

Las Bolas



Fue un fenómeno infantil en los 70. Las bolas eran chinas y generalmente se podían comprar en cualquier época del año. Apenas recuerdo tres juguetes no racionados: bolas, yaquis y un espantoso camión volqueta de plástico Made In Cuba. Más que eso sólo había en los seis días de Julio destinados a vender 3 juguetes a cada niño.

Siempre se jugó a las bolas como a otras veinte cosas más. Canicas las llamaban nuestros abuelos. Pero a mediado de los 70, de pronto, las bolas adquirieron una connotación extraordinaria. Fue un arrebato colectivo. Todo el mundo jugaba a las bolas en todo lugar y a toda hora posible. Se iba a la escuela con un puñado de bolas en la maleta para jugar entre clases, en el receso y a la salida. Se jugaba en los patios, en las calles, en los parques. Los niños enfermos jugaban entre los bancos de la salas de espera de las clínicas, olvidando la gastroenteritis o el asma. Los mejores jugadores se citaban a duelos directos, a torneos de barrio y entre barrios. Esos grandes juegos, pero también los de menor nivel, atraían a numerosos curiosos y a observadores expertos. Habían jugadores muy buenos que deambulaban solitarios de parque en parque y de barrio en barrio retando a jugar a los locales. En público naturalmente que sólo se jugaba al duro: los que ganaban se quedaba con las bolas de los perdedores. Las bolas chinas pasaron a ser la divisa, el valor de cambio y el bien universal. Todo se cambiaba contra bolas. Para hacer un negocio grande se definía el monto de la transacción en bolas. De manera que si un tipo quería cambiar el grueso anillo de oro con sello masónico de su abuelo por un excelente fusil de juguete Made In Hong Kong, que disparaba balas de plástico arrojando incluso el casquillo al recargar, pues tenía que entregar junto con el anillo 300 bolas adicionales para obtener el fusil. En fin, el valor social de cada individuo lo definían sus bolas...

Los grandes jugadores amasaban enormes fortunas: sacos de bolas. Para pertenecer a la clase media había que poseer por lo menos una lata de dos galones llena de bolas. Yo era malo jugando, y por tanto muy pobre. En mis mejores momentos solo llenaba una media de bolas. Y no me refiero a media lata sino a una media o calcetín. Luego iba a jugar y las perdía casi todas. Pero fue una etapa muy instructiva. Reinaba la paz social, pues los más humildes no tenían que envidiarle las bolas a los otros. Podían ganárselas jugando mejor. Y como imperaba el culto a la habilidad en el juego, los menos capaces respetaban y admiraban la prosperidad ajena.

El comienzo del fin de esta próspera etapa llegó, como suele ocurrir, con un hecho violento. Generalmente resulta ser una revolución política o una catástrofe natural. En este caso fue una paliza doméstica. El mejor jugador del que yo tuve noticia vivía en nuestra calle -situada en una loma- tres casas más arriba. Se llamaba Reinaldo, estaba en sexto grado y era un negrito al que no se le conocía por ninguna otra razón que por jugar a las bolas magistralmente. Fuera de eso era muy tranquilo e introvertido. En su casa, sin embargo, imperaban el terror y la guerra civil.
Era muy ostensible el antagonismo entre las tres hermanas mayores del Rey y su madre. Y esta señora tenía la mano bien caliente. Las palizas que les propinaba a las hermanas del Rey eran conocidas en toda la manzana, pues iban acompañada de alaridos, gritos e insultos a toda voz antes, durante y después del castigo, vociferados tanto por el verdugo, como por las condenadas. Los insultos se caracterizaban por estar compuestos en gran medida de malas palabras. Mi hermano y yo, cuando se producía una de esas palizas, es decir, casi todos los días, escogíamos sendos epítetos y nos concentrábamos en contar las veces que eran usados. Quien al final tenía más, ganaba. Era un juego muy emocionante. A veces pasaba que tras varios minutos de silencio uno se creía vencedor, por ejemplo 17 pingas contra 16 cojones. De pronto había un epílogo en el drama familiar en la casa del Rey. Gritaban un par de cojones más, y cambiaban los resultados del juego.

Pues bien, el Rey escasas veces era el protagonista de aquellas acciones punitivas, pero en una de esas pocas ocasiones sucedió la tragedia. Mi hermano y yo escuchamos aquella terrible frase y olvidamos la cuenta de malas palabras:

- Te pasa to' el día jugando a la bola'e mieida esa... e má, te la buá botai, cojone! Aora mimo te la buá botai!

Corrimo asia la calle y bimo a... perdón, corrimos hacia la calle y vimos a la madre del Rey en la puerta de su casa cargando un saco de bolas y al Rey llorando y forcejeando con ella. No éramos los únicos testigos, otra media docena de menores de edad se habían arrojado a la calle también. Horrorizados comprendimos lo que iba a pasar. Observamos incrédulos como aquella mujer abrió el saco y lo vertió en la cuneta. Las bolas corrían cuesta abajo, y nos lanzamos a salvarlas. Pero nuestras manos y bolsillos apenas alcanzaban para una pequeña parte de aquel diluvio de cristal, y ya la negra venía con el segundo saco... y el tercero... Por un momento levanté la vista y observé al Rey junto al marco de la puerta. Ya no se resistía ni lloraba. Miraba en silencio lo que pasaba. Ese día murió su alma. Quizá hoy día sea un asesino, un loco peligroso o un policía de tránsito.

Fue una infamia. Seis sacos de bolas. La mayor fortuna fruto del mayor esfuerzo del mayor talento. Estuvimos horas buscando y pescando bolas. En cada ranura del pavimento. En las zanjas calle abajo. En los portales. Juntamos lo reunido por todos, apenas lata y media, y se lo llevamos al Rey. Luego de días todavía aparecían bolas aquí y allá. Después de aquello en el barrio ya nada fue igual. Jugar a las bolas perdió rápidamente su atractivo. Estuvimos incluso casi una semana sin contar las malas palabras.

16 sept 2007

La Otra Música


Yo tenía 11 años cuando descubrí la otra música: rock, blues, pop, soul, beat, funk.
En la Radio oficial de entonces apenas se escuchaban los géneros que venían del Norte enemigo. Sólo algunas pocas emisiones medio vanguardistas conseguían con dificultad algo de espacio radial. A finales de los 70 eso empezó a cambiar poco a poco, pero hasta ahí la música importada que más se difundía era pop español, cosas como Formula V y Eva María se fue con su bikini de rayas, que uno se preguntaba: pero este imbécil que hace cantando, por qué no se va también pa’ la playa detrás de Eva María y su bikini?! No sé por qué, pero siempre me imaginé que Eva María estaba muy buena.
En mi familia no había cheos, mis primos mayores eran todos pepillos. Pero en su vida habían escuchado un disco de blues o rock progresivo, sino sólo astillas de gaita: Mustang, Barrabás, Brincos, Diablos, Angeles, y por ahí.
Yo estaba en una escuela seminternado y allí tenía un amigo llamado Vladimir. El Bla. Un negro tinto con muchos dientes blanquísimos, que resplandecían entre dos gruesos labios liláceos cuando reía por una boca que iba de oreja a oreja. Se reía mucho. El Bla tenía un hermano mayor que era corredor de 400 m con vallas en el equipo nacional de atletismo. Fue Campeón centroamericano y del Caribe. Se parecía al Bla y cuando salía de la ultima curva y entraba en los 80 metros finales, donde cada pierna lleva atado un invisible saco de arena, y cada valla parece 30 cm más alta, y los pulmones se niegan a seguir con tan poco aire, en ese tramo del dolor, el tipo abría la boca buscando más oxígeno, y entonces salían a relucir todos aquellos dientes, mientras entre el público cundían el asombro y la admiración:
-¡Mira eso, los demás van reventándose y el negro va riendose como si nada!

Gracias a que ese hermano viajaba a competencias en el extranjero, en casa del Bla había un LP de los Beatles, un LP de James Brown y un LP de Barry White. Representaban una especie de Trinidad en su templo sonoro de marca Sanyo. La primera vez que fui a casa del Bla nos escapamos de la escuela al mediodía para que me enseñara esas tres reliquias de las que tanto hablaba. Aún retengo en la memoria el espectacular momento cuando empezó a sonar el tocadiscos. Era el álbum Revolver. Fue como llegar virgen ante las huríes del Profeta.


Por cierto, el Bla se acreditaba a sí mismo otro mérito: era el único de nosotros que había presenciado un acto sexual, como testigo incógnito de un lance carnal entre su hermano y la novia. Pero, pese a la vehemencia con la que el Bla sostenía su testimonio, los otros no estabamos muy convencidos, pues la descripción gráfico-anatómica de los hechos exigía un miembro de por lo menos unos 40 cm con la forma de una herradura. Algo así como la herradura para un elefante adulto. Esas condiciones –argumentábamos en contra en el Casino Atlético– conducirían no sólo al derribo, sinó también al arrastre de las vallas, con lo cual es imposible ser campeón. LQQD.
Los otros miembros del Casino eran Francisco La Pulga, Boris La Baba, y Leonardo El Gordo. Teníamos toda la tarde hasta las 4:30 PM, sin clases, para pasarla en el seminternado. Era entonces cuando funcionaba el Casino, que tenía dos actividades básicas: el Juego y el boxeo. El Juego lo inventamos nosotros, y el boxeo fue su consecuencia directa. El Juego era genial, se basaba en unos atlas alemanes formidables que habían en la escuela –de ahí el nombre de Atlético–. Escogíamos un continente y echábamos a suerte los turnos. Luego cada uno en su turno, con el atlas abierto en la parte política, escogía un país. Una y otra vez hasta que se acababan las naciones. Luego íbamos a la parte económica y contábamos los recursos de los países de cada cual. Quien tuviera más de un recurso –petroleo, uranio, hierro, etc- recibía un punto. Al final cada cual podía golpear a todo aquel que tuviera menos puntos que él. O sea, sólo aquel con el mayor número de puntos se quedaba sin ser golpeado. No sé como será ahora, pero para nosotros entonces era fundamental no quedarse da’o. Golpes permitidos eran un piñazo en el hombro o un yiti –un repellón con los dedos en la coronilla del cráneo usando mucho impulso y velocidad–. Nos convertimos en un grupo de expertos en recursos minerales del mundo entero. Como ocurría a menudo que alguno consideraba que el golpe recibido había sido muy fuerte y eso resultaba en una pelea, introducimos el boxeo como actividad oficial al final del juego. Hacíamos un minitorneo de boxeo incorporando tambien a Ariel El Loco, que peleaba bien, pero era incapaz de distinguir a China de Cabo Verde.
En el verano de ese año, en la playa, descubrí a Miriam, que era de mi edad, bella e increiblemente bien educada –aristocrática pese al sol y al socialismo-. Su padre, que tenía toda una colección de discos de rock, me permitía estar continuamente en la vecindad de su hija, pues yo ya era todo un iniciado en los ritos de la música moderna.

Alvarez Guedes - Obras Casi Completas 1-16

Guillermo Alvarez Guedes nació hace muchos años. El dice que en 1927. Personas más serias, sin embargo, indican que entre 1897 y 1917 el mundo sufrió más. Lo cual no quiere decir que Guillermo tuviera una infancia feliz. A los 5 años comenzó a trabajar en un circo. Hacía de enano, a cambio de la comida. Pero ya entonces se tomaba en serio su trabajo. Desarrolló un cierto sobrepeso, por aquello de la autenticidad, que ya nunca lo abandonaría. También que, cuando traían la comida, por su juventud resultaba más ágil y conseguía agarrar más que el viejo león y el mono tuerto. Cuentan que éstos fueron sus primeros mentores en el arte de las malas palabras. Pero exageran, porque Alvarez Guedes es, ante todo, un autodidacta.

Aprendió a actuar solo, aprendió a moderar solo, aprendió a producir solo, y hasta aprendió inglés solo. Anteriormente había aprendido el sexo en solitario. Lo único que no ha aprendido todavía es a cantar. Tal vez porque no ha probado a cantar donde nadie lo escuche.

También fue un pionero de la television cubana. Que es lo mismo que decir de la televisión hispana. Ya antes era un conocido ladrón y asesino en la radio nacional. Sin embargo en la televisión se convierte básicamente en un borracho. Hay quien dice que su hermana Eloísa actuaba mejor. Mas los papeles de Guillermo eran, como puede apreciarse, más contundentes.

Esta etapa llega a su fin en 1960, cuando el Castrismo auyenta a tantos artistas de la hasta entonces fructífera isla. No es que sin Alvarez Guedes se acabaran las frutas en Cuba, lo que se acabó fue la irreverencia. Esa se la llevó para Nueva York. Y se la decomisaron al llegar. No obstante, se dijo, si hay boricuas, se resuelve. Y con el mismo entusiasmo con que su hermano Rafael inventaba el Gran Combo, Guillermo se puso a hacer chistes en Puerto Rico.

Hacia 1973 ya conseguía hacer reir a auditorios hispanos muy disímiles. Panameños, españoles, dominicanos o venezolanos. Sólo los argentinos se le resistían. Y hasta hoy se resisten, pues Alvarez Guedes aún no aprendió a hablar italiano. A partir de este año empieza a grabar discos humorísticos. Uno por año. Todos best-sellers que causan el deleite del exilio cubano, del público hispano en general, y del alto mando de las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior castristas, dónde se escuchan con morboso placer. En 1989 Castro fusila a cuatro de ellos. Fue por otra razón, pero inmediatamente los generales y coroneles pasan a ser más cuidadosos a la hora de escoger los discos en sus fiestas y orgías. Alvarez Guedes será escuchado apenas en el más estricto círculo familiar de la jerarquía insular. Aunque sigue prohibido, de entonces para acá el número de grabaciones del Maestro del Ñó en posesión de la población común en la Antilla Mayor se ha incrementado enormemente. Allí constituye, al igual que el filete de res, una venerada entidad legendaria.

Un total de 32 discos de chistes han salido a la venta desde aquel primer LP. (Los hallarán todos en este blog.) Además ha publicado seis libros y actuado en más de una docena de filmes. En pleno año 2007 don Guillermo no ha desistido. Sigue en pie. Con el mismo ánimo de antaño, cuando le disputaba al mono tuerto una galleta con dulce de guayaba, aparece hoy frente al micrófono en su programa radial de Miami. Los cubanos y muchos otros hispanos se lo agradecemos.

Aquí vienen los primeros 16 LPs de chistes del Maestro del Ñó. Formato: mp3, 256 kbit/s.

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14 sept 2007

Chapucinski

Una Biografía Soviética

Una figura muy notable de la ciencia y la cultura soviéticas fue sin duda alguna Mijail Efímovich Chapucinski, el padre de la arquitectura socialista soviética.

Chapucinski nació en Bielorrusia occidental durante el glorioso año de 1917 en el seno de una humilde familia campesina bielorusa. Aunque algunos vilipendiadores afirman que se trataba de artesanos judíos, algo que el propio Chapucinski siempre rechazó enérgicamente. Su padre, Efim Abrahámovich Chapucinski, pereció en 1921 durante la guerra civil en las filas del heroico Ejército Rojo, al cual se había incorporado voluntariamente cuando una unidad de combatientes rojos lo fue a buscar a su casa. Los otros hombres de la aldea no tuvieron ese honor, ya que casualmente habían ido todos al bosque. Iban a cazar a un oso que oyeron gruñir mientras trabajaban en los campos poco antes de la llegada del pelotón de reclutamiento. Una reacción muy comprensible, si se tiene en cuenta que desde hacían casi dos siglos no se había visto un oso en aquella región. Versiones occidentales de que Efim Abrahámovich más tarde desertó y se marchó a Estambul, ciudad donde fallecería décadas más tarde en posesión de una casa de empeños, son completamente infundadas. Las útimas investigaciones confirman la existencia de un inmigrante llamado Effin Chapucinsky, radicado en la ciudad del Bósforo, pero que procedía probablemente de Polonia oriental, parte del Imperio Ruso antes de la primera guerra mundial. Su hijo Lev Chapucinsky (Estambul 1923 - Jerusalem 1983), ex-director del Instituto Nacional Agropecuario de Israel, fue famoso en su día porque dirigió los desafortunados proyectos de irrigación del desierto del Sinaí y de aclimatación del salmón en el Mar Muerto.

Pero volvamos a nuestro héroe soviético. El pequeño Mijail tuvo, al igual que toda su generación, una infancia difícil. Como cuarto de seis hermanos no recaían sobre él las mayores responsabilidades, aunque tampoco las consideraciones. En la aldea habían pocos hombres y mucho trabajo. Micha, por tanto, se ocupaba de los caballos del vecindario. Debido a esta razón su madre lo envió, apenas cumplió los 14 años, a una escuela de carpintería en Minsk. Temía que algún vecino enfurecido lo fuera a matar. Eran tiempos muy rudos. Un tío de Mijail, Isaac Abrahámovich, había sido linchado por especular con harina.

En 1935 terminó el mozo la escuela y pasó a cumplir su sagrado deber militar con la patria en el mismo cuerpo armado proletario donde sirviera su padre: el Ejército Rojo. Allí fue destinado Chapucinski a una unidad constructora de fortificaciones, en la que se especializó en juntas, sistemas de juntas y juntas soviéticas. Esta será años después su ocupación en los días de la Gran Guerra Patria, cuando le toque combatir en una unidad de zapadores, construyendo bajo las balas enemigas.
De no menos importancia para el futuro resultó la preparación política de Mijail en esta etapa: pasó a formar parte del Komsomol, y las sanciones ejemplarizantes en su comité de base forjaron los cimientos de una gran personalidad comunista sovietica. Sus notas en el curso político-militar fueron siempre las mejores de la unidad. No hubo asignatura en la que no sobresaliera: Historia del Movimiento Obrero y Comunista (Bolchevique) Ruso-Soviético, Historia del Partido Comunista (Bolchevique) Ruso-Soviético, Vida y Obra del Camarada (Bolchevique) Stalin, Etc (Bolchevique) etc. Al ser licenciado en 1938, entró a la vida laboral un joven preparado para la confrontación con el enemigo de clase.
Chapucinski pasó a trabajar en una fábrica moscovita de clavos, calificándose muy pronto de Carpintero-Probador de Clavos Ligeros y Puntillas B. En julio de 1939 contrajo matrimonio con Svetlana Topova, quién trabajaba en la misma fábrica. Cuatro meses después nació su hijo Vitia. En agosto del 40 le seguiría Nikita, y en mayo del 41 Liuboshka. Tras el nacimiento del segundo hijo, la joven familia se mudó, por asignación del Partido, de la habitación comunal, en la que ya empezaban a estar estrechos, para la casa de un enemigo del pueblo, que había denunciado el propio Chapucinski.
En septiembre de 1940 ingresa Mijail Efímovich en el Partido y pasa a ser Secretario General del Komsomol Leninista en la fábrica. Cuando se preparaba para calificarse de Carpintero-Probador de Clavos Ligeros y Puntillas A y de Carpintero-Probador de Clavos Gruesos B, así como de Carpintero-Probador General de Clavos y Puntillas B, se produce la artera agresión de la Alemania hitleriana a la URSS y Chapucinski es llamado a filas. Se incorpora al 5° Regimiento de Zapadores del 2° Ejército Bielorruso, que combatiera en el 3° Frente Ucraniano bajo las órdenes del general Retrosenko. Chapucinski sirvió un año en esta unidad, se desplazó con ella desde el centro de Ucrania hasta las cercanías de Stalingrado. Aquí hizo valer sus conocimientos de juntas, sobre todo de juntas soviéticas.
Se cuentan innumerables anécdotas de sus hazañas, su obra asombraba hasta al enemigo, como es el caso del general alemán Werner von Pechstein. La división al mando de éste había ocupado una localidad ucraniana poco después de la retirada del 2° Ejército Bielorruso. Al examinar las juntas de una rampa que construyera la unidad de Chapucinski, el oficial alemán exclamó perplejo:
- "Wie um alles in der Welt ist es nur möglich, dass dieser Scheiß hier nicht zusammenbricht? ("¿Cómo consiguen los soviéticos construir rampas tan bonitas?")
En ese preciso instante se derrumbó la rampa sobre él, quebrándole el cráneo. Por esta acción fué condecorado el sargento de zapadores Mijail Chapucinski con la Orden de la Bandera Roja de Primer Grado.

En ese año de 1942 recibió dos heridas. La primera acaeció en los alrededores de Dniepropetrovsk. Mientras clavaba gruesas cuñas bajo el bombardeo enemigo, la onda expansiva de una granada de mortero caída a unos pasos hizo que se golpeara con una mandarria la mano izquierda, fracturándose varios dedos. La segunda herida se produjo durante una detección de minas. La orden inicial del Estado Mayor General del 3° Frente había dispuesto la colocación de minas en el propio camino de retirada para levantar el espíritu combativo de la tropa. Unas horas más tarde, cuando el combate se hacía inminente, se ordenó apresuradamente desactivarlas, esta vez por parte del general Retrosenko. Por fortuna se trataba de una mina soviética y explotó no exactamente al pasarle Chapucinski por encima, sino luego de unos minutos, cuando el zapador ya buscaba varios metros más allá. Estuvo 6 meses en un hospital de Gorki. Fue entonces que pudo conocer a su hija Natacha, que había nacido en febrero de 1942 y ya tenía 8 meses. En julio de 1943 nacerían Seriosha y Aliosha. Mijail Efímovich habría de esperar hasta el final de la contienda bélica para ver a los gemelos por primera vez.

Al reincorporarse al frente, Chapucinski fue ubicado en el 8° Cuerpo de Zapadores del 3° Ejército Ucraniano en el 2° Frente Bielorruso, que comandaba el general Sanákov. El 2° Ejército Bielorruso, ya terriblemente diezmado, había sido dividido, tras el fusilamiento del general Retrosenko, entre el 3° Ejército Ucraniano y el 1° Ejército Siberiano. En el 3° Ejército Ucraniano transcurrió la mayor parte de la acción combativa de Mijail Chapucinski. Con esa unidad avanzó desde la profunda retaguardia rusa hasta Berlín, dejando por doquier su huella. De este periodo llama la atención de sus difamadores burgueses un casual suceso que ensombreciera por un tiempo la imagen del suboficial zapador Chapucinski en el Ejercito Rojo. Junto al crecido río Pereja, que hacía peligrar el avance de la 4° ofensiva del 2° Ejército en el 3° Frente, el 8° Cuerpo recibió instrucciones de construir tres puentes: dos para la infantería ligera y uno para la artillería y los vehículos blindados. Este último se le asignó al batallón de Chapucinski. Inesperádamente en medio del cruce del río se soltaron las juntas, perdiéndose así 6 tanques con sus tripulaciones y teniendo que ser postergada toda la ofensiva.
A mediados de 1944 Mijail sustituyó al comisario de su batallón, caído en combate, y pasó a dedicarse por entero a la labor política. Desde ese momento desaparecieron los frecuentes descalabros ocasionados por la unidad. Un mérito indiscutible del trabajo político del comisario. Por esta razón Mijail Chapucinski fué condecorado con la orden Comisario de Batallón Distinguido de Primera Clase, ascendido a Comisario de Compañía, y seleccionado en las diversas instancias emulativas Comisario Destacado de Compañía, Comisario Vanguardia de División, Comisario Ejemplar de Cuerpo, Comisario Emérito de Ejército y Comisario Modelo de Frente. Con ello recibió Chapucinski el sello de Comisario de la Guardia Roja y el diploma de Comisario Siempre Listo. Al acabar la guerra era el Comisario de Ejército Mijail Chapucinski acreedor del título de Comisario de la Victoria y escogido para tomar parte en el Encuentro Nacional del Trabajador Político con la presencia del camarada Stalin y los miembros del Buro Político del PCUS Beria y Kalinin, entre otros.

Llegó el momento de pasar a la reconstrucción del país. Chapucinski fue designado Director del Combinado Soviético del Clavo en Gorki. Este empezó a construirse en febrero de 1946 y fue culminado en abril de 1947. En tiempo récord, pues la reconstrucción de la victoriosa patria soviética requería con urgencia de clavos. En ese tiempo cursó el director del Combinado la Escuela Superior de Cuadros del PCUS en Moscú. Algo imprescindible para llevar adelante la tarea encomendada. Toda la experiencia acumulada Mijail Efímovich la virtió en su nueva responsabilidad. Reconocido es no sólo su aporte a la economía soviética, sinó también su enriquecimiento teórico-práctico del Leninismo. Entre sus logros resalta el establecimiento de nuevos parámetros productivos, como resulta la producción de 2,2 toneladas de clavos con 1 tonelada de acero. La negación occidental de tal hazaña productiva se hace añicos ante la existencia de los informes de Chapucinski a los organismos superiores soviéticos, la veracidad de los cuales está fuera de toda duda: son auténticamente de Chapucinski.

Data también de esta época el aporte de Mijail Efímovich Chapucinski a la Teoría del Socialismo Científico. En el combate industrial desarrolló Chapucinski su conocida Tesis del Clavo: "Un clavo es siempre un clavo, pero si pincha, ahí está la mano del imperialismo; y si se dobla, es sabotaje." Esta Tesis le valió el título de Dr. en Ciencias de Construcción de Maquinarias de la Universidad de Gorki por recomendación del Partido, en cuyo Comité Central fue elegido.

1956 marca el inicio de una nueva, no menos rica fase en la vida de Mijail Chapucinski. Siguiendo instrucciones del Partido pasa a presidir la Comisión Federal para la Cuestión de la Vivienda Soviética (KOVIJA) anexa al CC del PCUS. En el desempeño de sus funciones Mijail Efímovich concibió entonces lo que sería el pilar estético-funcional de la construcción de viviendas socialista: el Proyecto Panel. El análisis de Chapucinski partía de que a una sociedad de obreros y campesinos le era necesario un medio residencial masivo y multitudinario. ¿Y cual ejemplo más perfecto que uno brindado por la sabia madrecita naturaleza rusa: un panal, una colmena? Sobre este fundamento y bajo sus instrucciones se realizó el diseño de las nuevas viviendas soviéticas: cortes rectos y compartimentación proporcional. Surgían así los edificios Panel, baluarte de la sociedad socialista, cuya forma de vida se hizo manifiestamente superior al arcaico y retrógrado comfort burgués. Asombrosa es además la extraordinaria variedad de estos edificios: Panel 1, Panel 2, Panel 3,...Panel A, Panel B, Panel C,...Panel A1 (para miembros del CC del PCUS), Panel A2 (para altos oficiales),...Panel B1, Panel B2,...Panel C1, Panel C2,...Panel KGB1 (sólo se construía en prisiones), Panel KGB2 (sólo se construía en escuelas),...Panel KGBX (con sistema de escucha y vigilancia implementado, fácilmente permutable con los Panel KGB1),...Panel A1.1, Panel A1.2, etc. ¡Y todos con igual diseño! ¿Podría otra sociedad crear algo así? ¡Jamás!

En 1959 obtuvo Mijail Chapucinski, como reconocimiento a su eminente labor científica, el grado de Profesor en la Escuela de Arquitectura e Ingeniería Civil de la Universidad de Gorki. Bajo su indirecta tutela docente se formarían generaciones de arquitectos e ingenieros soviéticos, entre los que sin lugar a dudas destacan Svetlana Kitschíkova, pricipal figura del arte decorativo soviético, y Anatoli Tupiciev, creador del Sistema Soviético de Desagüe. En 1961 al profesor Chapucinski le fue conferido el título de Héroe del Trabajo Socialista; en 1963, la Bandera de Forjador del Socialismo y un automóvil de la marca Volga; en 1965, de manos del propio Leonid Brezhnev, una dacha en las afueras de Moscú; entre otras numerosas condecoraciones.

El destino, sin embargo, quiso que Mijail Chapucinski nos abandonara tempranamente. En 1970, con motivo del 25 Aniversario de la Victoria en la Gran Guerra Patria, el profesor soviético fue invitado a las celebraciones en la aldea ucraniana de Narodna Rubiala, en la región del Dniepr. Lugar donde su unidad, comandada por el general Retrosenko, se batiera desesperadamente contra el enemigo durante casi 20 minutos, antes de retirarse. En el transcurso de la visita al museo de la aldea, instalado en el antiguo refugio del Estado Mayor del 2° Ejército Bielorruso, y que fuera construido por el 5° Regimiento de Zapadores, se zafó la junta que sostenía una viga del techo, causándole la muerte a Mijail Chapucinski y a su chofer Serguei Trafikin, quien, pese a percatarse del peligro a tiempo, no pudo moverse con rapidez al portar un saco con viandas que había obtenido en la aldea a cambio de baterías de radio traídas desde Moscú.

La muerte no logrará borrar nunca la obra del eminente profesor soviético. El Instituto Central Ruso de Arquitectura en Moscú lleva su nombre, al igual que escuelas y fábricas de clavos. Pero, sobre todo, por doquier se levantan aún los edificios Panel, recordando con sus bellas siluetas cuadradas y uniformes a su genial creador, Mijail Efímovich Chapucinski.

12 sept 2007

El padre de la distopía

Eugenio Zamiatin es el padre de la distopía. Este sujeto con cara de co-fundador de la Cheka y expectativas burguesas -quería estufas, o al menos leña, en el invernal Petrogrado soviético- fue el fundador del género de la anti-utopía, también conocida como distopía o трахнутый utopy (utopía jodida), que llegaría a ser popular mucho más tarde con Aldous Huxley y George Orwell.

Yevgueni, nacido en 1884, fue bolchevique. Al menos mientras duró el zarismo. Pero ya en 1918 chocó con la bola. La bola era bien dura. En 1920 estaba tan claro del prometedor futuro del socialismo que escribió la opera prima de la distopía, su novela My. Eso en ruso no significa un canto a la propiedad privada (My, Mi, Meu, Mon, Mein), sino todo lo contrario: "Nosotros". No lo designaron co-fundador del Gulag de milagro. Sobre todo porque era socio de un tal Máximo Gorki, un tipo comprometido con el partido y con los amigos, que contaba con muy buenas conecciones en el Kremlin rojo. De todas maneras le prohibieron sucesivamente escribir My II, El regreso de My, y sobre todo La Venganza de My. En 1929 le dijeron incluso que no podía usar máquinas de escribir, ni plumas, ni lápices, y papel sólo si iba al baño. En 1931 Gorki, un tipo comprometido con Stalin y con los socios que le quedaban, le consiguió una carta blanca para salir de la Unión soviética, y Eugenio se fue con su mujer a París. No vivió mucho para disfrutar de la calefacción francesa, falleció de muerte natural en 1937.

Aquí están su seminal novela Nosotros, que inspirara el 1984 de Orwell, y el relato La Cueva, una convincente descripción del comfort bolchevique. Ambos textos de 1920.


Yevgueni_Zamiatin_Nosotros.zip

Yevgueni_Zamiatin_La_Cueva.zip
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