6 oct 2008

El Protector De Los Cerdos XXI


Ante Potonchán

- Caballeros, ha llegado la hora de partir a Yucatán –anunció el caudillo ante su estado mayor, congregado bajo las frescas palmeras de Cozumel.

Las barbas de sus hombres asintieron con firmeza. Una larga siesta, estimulada por un suculento guiso de tortuga de carey, no había aletargado sus ánimos.

- ¿Cuándo zarpamos? –preguntó el íntimo amigo y paisano Portocarrero.

- Mañana al amanecer, don Alonso, porque esta tarde tenemos mucho que hacer.

- ¿Cuáles son vuestras órdenes, Excelencia? –inquirió Pedro de Alvarado.

- Ha sido la voluntad del Señor la que nos trajo de vuelta a esta ínsula –reflexionó Cortés en voz alta-. Y hay una razón: antes no cumplimos nuestro sagrado deber.

Algunos ceños se fruncieron con moderación. El almirante continuó.

- Señores, ésta no es una vulgar incursión de reconocimiento o comercio…

- Con vuestra licencia, don Hernando, pero no tenemos instrucciones de Velázquez, ni de la Real Audiencia, ni del… -interrumpió Diego de Ordás, un seguidor del gobernador de Fernandina.

- ¡Conozco perfectamente nuestro mandato, don Diego! –replicó enojado el caudillo, y detuvo a Ordás con un ademán-. Estoy hablando de otra voluntad, ¡una superior!

Se podía notar la tensión entre los oficiales. El capitán salmantino Francisco Montejo, otro partidario de Velázquez, acariciaba nervioso el mango dorado de la daga que colgaba de su cintura. Alonso Hernández de Portocarrero se colocó discretamente a sus espaldas. Portaba un agudo estilete veneciano escondido tras la manga del jubón.

- ¿Qué… qué… queréis de… de… decir, don Hernán? –preguntó con áspera voz Juan Velázquez de León, el fornido sobrino gago del administrador de Cuba.

- Por mi conciencia, os digo –contestó, ya sereno, Cortés-, que ésta es una empresa de Dios. ¡No lo olvidéis ni en aciaga hora –añadió enérgico-, cristianos, somos una santa compañía!

Asintiendo casi convencidos, los castellanos se relajaron ostensiblemente.

- Bien –exclamó el caudillo con autoridad-, si ya lo tenéis claro, pues poned manos a la obra: Destruid los ídolos paganos. ¡No partiremos mientras aún los haya en esta isla!

En menos de cuatro horas no quedó un solo tótem en Cozumel. A los más grandes no pudieron demolerlos, pero al menos los derribaron, y destrozaron sus infames facciones. Fue una extraordinaria muestra de eficiencia por parte de los castellanos y de sus indios cubanos, pues los cozumeleños no cooperaron. Por fortuna tampoco hicieron resistencia. Salvo dos sacerdotes del supremo Hunab, a quienes hubo que arrojar desde lo alto del templo. Apenas se quebraron algunos huesos. Sin embargo, sí que hubo un muerto maya aquel atardecer: un servidor del templo de Itzam Ná al que golpearon con una maza por error. Era un anciano desdentado, y sentado inmóvil allí con el atuendo ritual se parecía demasiado a su bondadoso dios. Además de que ya estaba oscureciendo. El culpable fue uno de los hombres de Gonzalo Sandoval. Como compensación por ese accidente, el justo Sandoval hizo pintar una gran cruz blanca sobre el zócalo mayor de Itzam Ná.

Partieron a la salida del sol. El viento no era propicio para superar el cabo Catoche, así que se detuvieron en la Isla Mujeres. Desafortunadamente, desde la incursión anterior se habían ausentado las vírgenes mayas. Esperaron dos días en vano. Luego el viento cambió, y zarparon nuevamente. Siguieron la ruta de Hernández de Córdoba y de Grijalva por el norte y oeste yucatecos. Caboteando con prudencia acabaron hallando el navío extraviado de Juan Escobar.

La undécima nave de la expedición de Cortés había ido a parar a la bahía de Campeche, llamada Puerto Deseado por Grijalva. Allí, mientras cargaba agua potable en un riachuelo, Escobar había encontrado a Leona, la enorme perra mastín que se le escapara a Grijalva un año atrás. Leona no había perdido tiempo. Al parecer se había apareado con un perro techichi[38], continuando el mestizaje iniciado por Guerrero poco tiempo atrás. Tenía tres cachorros chaparritos, regordetes y de rojiza pelambre. Gracias a las habilidades de la perra, Escobar cazó docenas de venados y conejos. Había acumulado mucha carne salada y forrado el barco de pieles. Eso aplacó el disgusto del caudillo.

Reunificada, la flota continuó el bojeo de Yucatán. Aunque evitaron Champotón más al suroeste, dada la consabida insana conducta de los indios del renegado Guerrero. Pronto alcanzaron un río al que Grijalva había denominado con su propio nombre para celebrar su buena fortuna, pues los mayas chontales[39] de la región le habían regalado algunas piezas de oro para que continuara su camino sin demora. El jefe local se llamaba Tabasco[40], y esta vez no fue tan amable.

Cortés avanzó río arriba con los barcos menores y algunos botes. Divisaron muchos indios en la ribera derecha. Las plumas y los gritos no parecían muy cordiales. Ni tampoco aquella forma de levantarse los taparrabos reiteradamente. Unas leguas más adelante vieron una ciudad con casas de piedra. Era Potonchán, que albergaba la residencia de Tabasco, y las de veinte mil de sus súdbitos. Varias canoas se aproximaron a negociar con los castellanos.

- ¡Iros de aquí… vamos, fuera, fuera! –tradujo fray Aguilar.

- ¡Pero qué hijos de puta son estos indios! –exclamó alguien con voz ronca como la de Portocarrero.

- Dicen que Grijalva prometió, a cambio de oro, que los castellanos jamás volverían –añadió el fraile.

- ¡Qué hijo de puta es ese Grijalva! –dijo la voz ronca.

- ¡Joder, callaos de una vez, que no me dejáis razonar! –exclamó el caudillo, y luego se dirigió al traductor-. Padre, decidles que sólo queremos comprar comida, y que pagaremos bien.

Los emisarios de Tabasco volvieron con la respuesta.

- El jefe maya manda a decir que mañana debemos presentarnos en la explanada frente a la ciudad –interpretó don Gerónimo.

- Indios arteros –masculló Cortés-, os venís ahora con argucias, pero ya veréis… Padre, decidles que allí estaremos para agradecer la gentil hospitalidad del cacique.

Una vez terminado el parlamento con los indígenas el caudillo requirió la presencia del capitán Juan Gutiérrez Escalante, un fiel veterano de Grijalva que comandaba un chinchorro en aquel comando fluvial.

- Don Juan, bajaréis por el río hasta la flota, y retornaréis con otros 100 hombres, incluyendo a todos los ballesteros y arcabuceros disponibles.

- Así se hará, vuestra merced.

- Y traed a fray Díaz y a fray Cabezuela también, que fray Aguilar, de tanto andar con salvajes, se olvidó de oficiar…

- ¡Hostia, sí! –intervino Portocarrero-. Que el otro día le hemos pedido una misa, y ya quería sacrificar a un taíno…

Incluso Cortés tuvo que reir. Un triste Gerónimo de Aguilar protestó desolado:

- Me hacéis injusticia, caballeros. Tal vez he perdido la palabra divina, pero no la fe. Si aún vivo, es por ella.

- Vamos, vamos, don Gerónimo –contestó don Alonso en tono conciliador y sacudiéndole un manotazo en el espinazo-, que entre cristianos viejos bien podemos holgarnos.

Escalante, cuya madre era judía conversa, no quiso darse por aludido, e interpeló al generalísimo.

- ¿Y los caballos, vuestra merced?

Los 15 caballos de la compañía no habían pisado tierra desde Cuba. Eran el mayor secreto y la mejor baza en el juego del conquistador. Cortés caviló un instante, y luego decidió:

- Todavía no.

Cometía su primer error en suelo mexicano.

En tanto, Tabasco ordenaba la evacuación de la ciudad. Se fueron las mujeres, los niños y los ancianos. Y se llevaron todo el oro, y toda la comida.

- Si en verdad quieren comida, aquí tampoco hay –sentenció Tabasco.

En Potonchán quedaron únicamente los guerreros. Menos los de la legión Chich Nal[41], que acechaban escondidos en las acequias detrás de la ciudad.



[38] El perro techichi, antepasado del chihuahua, tenía tres funciones en las culturas precolombinas mexicanas: religiosa, nutritiva y doméstica. Estos diminutos canes compartían con el pavo la modesta actividad pecuaria de los antiguos mexicanos. Se usaban para sacrificios menores. Por ejemplo, solicitando salud para un pariente enfermo. En la cocina superaba ampliamente al conejo en popularidad. Y como animal de compañía era especialmente apreciado entre las damas toltecas. Una usual amenaza para una niña displicente de buena familia solía ser: ¡O te portas bien, o te haré un estofado con el techichi!

[39] Los chontales,
chontalli en nahuatl, eran aquellos mayas vecinos del Imperio Azteca. En la lengua de los mexicas ese apelativo denota lo “extraño.”

[40] Tabasco -
Taabscoob en maya chontal- era el halach uinik, un título traducible como “hombre verdadero”, y gobernaba el kuchkabal (cacicazgo maya) más occidental.

[41] La legión
Chich Nal -“mazorca dura” en castellano- se componía de dos regimientos: el blanco, con los mejores guerreros de Tabasco; y el azul, con los guerreros de las mejores familias de Potonchán.

11 comentarios:

  1. Bueno, aqui me imagino que viene una carniceria.
    Tiene que haber sido de ampanga esa conquista!
    Saludos,
    Al Godar

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  2. Cono, ojala será que Gonzalo Sandoval no se parezca demasiado a su Dios.

    ;) empinG, como siempre.
    nos pillamos, t.

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  3. Qué curro, Güicho, si nos dieran así las lecciones de historia qué otra cosa sería. Un saludo.

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  4. Sí, Al, me temo que la carnicería será inevitable. Si caes en la máquina del tiempo, te recomiendo alistarte del lado castellano. Aunque habrá diversión para ambas partes.

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  5. Tony, yo creo que todos aquellos varones eran parecidos a Jesús. OK, sin la bondad ni los milagros, pero con la fe y la barba.

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  6. Cierto, Catik, ojalá encuentre un colegio donde pueda enseñar estas cosas a los niños.

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  7. ¿Para cuándo "El Protector de los cerdos" editado como novela?

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  8. Isis,
    más probable 2009 que 2019.

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  9. Super interesantes todas los capitulos estos. Es una manera muy sutil y divertida de contar, la suya, y que le admiro. Y lo bellas que son Cozumel e Isla Mujeres ahora! Paraisos, paraisos a visitar...
    Saludos desde Mexico
    Verónica

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  10. Verónica,

    es Ud. muy generosa. ¡Gracias!

    Estuve una sola vez en Cancún, apenas un fin de semana, hace 6 años. No crucé a las islas, pero le creo perfectamente.

    Saludos

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