29 ene 2008
El Protector De Los Cerdos XVI
En 1519 la Conquista de América era apenas preliminar. Más de cinco lustros con posterioridad al primer viaje de Cristobal Colón todos suponían la existencia de otras tierras vecinas que descubrir y someter a Castilla, pero básicamente existían sólo cinco colonias: La Hispaniola, Cuba, Jamaica, Darién y Puerto Rico.
La Hispaniola constituía el centro administrativo con la sede de la Real Audiencia y del Virrey de las Indias. Borinquen, por su parte, era apenas un apéndice asociado. Por sus dimensiones y posición oriental tentaba a pocos. Los restantes tres territorios, en cambio, conformaban la base expansiva de la cristianidad en el Nuevo Mundo.
En Cuba y Jamaica gobernaban sendos veteranos de La Hispaniola: Diego Velázquez y Francisco de Garay respectivamente. El primero con más recursos y el segundo con más cualidades.
En el Darién, la colonia más prometedora por su condición continental única, la corona había designado gobernador a Pedro Arias Dávila, noble caballero, experimentado militar y celoso septuagenario. Pedrarias perduraría allí hasta su muerte natural a los 91 años. Gobernó aferrado al poder, y sin hacer otra cosa que liquidar a todo aquel que pareciera mejor. Un verdadero hispano. Dentro de su obra destacan, sin lugar a dudas, las ejecuciones de Vasco Núñez de Balboa, el descubridor del Mar del Sur, y de Francisco Hernández de Córdoba, el fundador de Nicaragua.
Así fueron Velázquez y Garay quienes emprendieron la carrera contrareloj para llevar más lejos el pendón español y más oro a sus arcas personales.
Velázquez iba ganando. Con la expedición de Cortés eran ya tres las que había organizado desde Cuba. Sin embargo, a diferencia de Garay, el Adelantado de Fernandina no estaba dispuesto a embarcarse a la cabeza de sus empresas. Los años en La Hispaniola no habían mellado su ánimo, pero le hicieron creer que podía enriquecerse con más gloria mientras otros hacían el trabajo. Precisamente ese había sido su destino en Quisqueya. Aunque visto a la inversa.
A las órdenes del gobernador Nicolás de Ovando en 1504 don Diego organizó la encerrona y posterior captura de Anacaona, la bella cacique de Jaragua. Fue un éxito. Unicamente se le escaparon Guarocuyo[25], un sobrino de Anacaona, escondido por los arteros frailes dominicos, y un jefe de batey llamado Hatuey[26], que huyó a Cuba. La conquista de Jaragua, el mayor cacicazgo haitiano al suroeste de la isla, trajo muchos beneficios. Sobre todo para el gobernador Ovando. Cómodamente sentado en su casa de Santo Domingo, y abanicado por un fornido negro, don Nicolás cobraba los oros sin salpicarse de sangre. Ese era el ideal que perseguía Velázquez.
En 1517 don Diego se dispuso a lanzar un primer proyecto para buscar nuevas riquezas al occidente de Cuba. Le asignó el mando al fiel colono Francisco Hernández de Córdoba[27], que financió él mismo dos barcos y recibió un tercero del gobernador. Hernández de Córdoba se llevó al piloto Antón de Alaminos y a 100 hombres. Regresó con 36 expedicionarios, así como buenas y malas noticias. Las buenas eran que habían oro y nativos en abundancia. Las malas, que el oro tenía dueño y los nativos, armas.
En realidad estaba decepcionado. Las indias yucatecas eran bizcas y patizambas. Los indios, por cierto, también. Mas eso no les impedía tener buena puntería. En Champotón don Francisco se llevó 10 flechazos. No pereció gracias a su cristiana armadura. Por desgracia, la mitad de sus hombres sucumbió a la maldad de los nativos. La otra mitad estaban heridos, todos menos el afortunado soldado Nicanor Berrio, quien se ahogaría poco después en el lodo cenagoso del sur de la Florida durante un ataque de los despiadados indios calusas. Allí Hernández de Córdoba sumó su oncena flecha, esta vez en el cuello, y una cuchillada de chaveta de concha en el hombro derecho, la cual típicamente nunca se cerró. Mas su muerte, pasadas algunas semanas y ya en Cuba, la causaron las flechas.
Juan de Grijalva fue el escogido para continuar explorando la supuesta isla de Yucatán. Tenía apenas 28 años, pero obtuvo el puesto gracias a la intervención de su tío Pánfilo de Narváez, lugarteniente general del gobernador. Grijalva dispuso de cuatro barcos, 300 conquistadores y el mismo piloto Antón de Alaminos. Zarpó el 1 de mayo de 1518. Era un tipo precavido, pese a su juventud, y estaba advertido por lo acontecido a su predecesor.
Arribaron primero a las bellas playas de Cozumel. Inmediatamente Grijalva prohibió los excesos con las patizambas. No fue una medida popular, pues el hispano aprecia la comodidad. Se limitaron a negociar trocando bolas de cristal y trapos de colores por oro, esmeraldas y rubíes. La expedición se acercó entonces a la costa yucateca caboteando hacia occidente y penetrando por algunos ríos. Los hombres intentaron convencer a Grijalva de establecer un asentamiento en alguna de las ricas comarcas descubiertas. Fue inútil. El joven capitán era disciplinado, y Velázquez, que temía perder el control de Yucatán, lo había proscrito expresamente. Lo que sí hizo fue enviar a Pedro de Alvarado de vuelta a Cuba con el oro y las piedras obtenidas en los trueques. Alvarado también dio cuenta de las ricas villas y cultivos descubiertos.
Grijalva continuó hacia el norte y alcanzó los dominios totonacas en el centro del golfo. Desde 1460 los totonacas eran tributarios de los aztecas. Por primera vez los hispanos escuchaban el aún lejano eco de Aztlán.
Concienzudo, el joven capitán siguió bordeando la costa del golfo. Se impresionó al llegar a una isla llena de horrores, empezando por su nombre: Chalchihuitlapazco, que denominó Isla de los Sacrificios, pues era ese el evidente uso que le daban los indígenas. Prosiguió hasta la altura del actual Tampico, y decidió aquí retornar a Cuba tras cinco meses de exploración y escaseando los recursos. Sin apenas pérdidas humanas ancló en Santiago de Cuba. Y para su asombro Velázquez le recriminó duramente no haber fundado una villa en los parajes descubiertos[28].
Mas todo eso era el pasado.
El hombre que se aproximaba ahora a Yucatán era de otro calibre. No temblaría ante el alucinante impacto de la nación más poderosa del Nuevo Mundo. Entraría firme entre aquel desbordante colorido: el rojo de la sangre, el azul de las vísceras y el verde del guacamole. Para quedarse.
Si el dios Quetzalcóatl hubiera decidido volver un día cual simple mortal, lo habría hecho como Hernán Cortés.
[25] Este sujeto, bautizado Enriquillo por fray Bartolomé de las Casas, se alzaría en 1522 con un piquete de taínos y negros en la Sierra de Bahoruco. Durante once años daría quehacer a las fuerzas del orden, hasta que la tuberculosis acabase con su vida.
[26] Como ya anotamos, este fallo Velázquez lo subsanó más tarde quemando vivo al fugitivo Hatuey junto al batey de Yara en el oriente cubano.
[27] Los hermanos andaluces, gemelos y homónimos, Francisco Hernández de Córdoba y Francisco Hernández de Córdoba, descubridor de Yucatán el uno y conquistador de Nicaragua el otro, eran naturales de... Córdoba. Sus padres, Francisco Hernández y Francisca de Córdoba, los bautizaron a los dos como Francisco por razones obvias. En casa los diferenciaban como Paco y Pacho. Cansados de confusiones, una vez adultos tomaron rumbos diferentes. Paco se fue a La Hispaniola en las Indias, y progresó como encomendero. Pacho, por su lado, se alistó en el tercio de infantería del coronel Pedro Arias, e hizo carrera como oficial en Italia. Se destacó en el sitio de Tarento. En 1514, ya de capitán, Pacho también llegaría a las Indias junto a Pedrarias. Sin embargo, los hermanos no se volvieron a ver. Paco murió en Sancti Spíritus en 1517, a consecuencias de heridas causadas por los indios poco antes, durante su expedición a Yucatán. Pacho tuvo otra suerte. Fue decapitado por Pedrarias en 1526 en la villa de León, cuna de los liberales de Nicaragua. Su nombre perdura en la moneda nicaragüense: el córdoba (NIO 18 = USD 1).
[28] Juan de Grijalva se marchó disgustado al Darién, y ofreció sus servicios a Pedrarias. Poco después, al comprobar la baja espectativa de vida de la oficialidad pedrarista, se retiró a Jamaica, poniéndose a las órdenes de Francisco de Garay. Acompañó luego a éste en su fracasada expedición mexicana. Cuando los hombres de Garay se pasaron en masa a Cortés, sólo los soldados del disciplinado Grijalva permanecieron leales. El caudillo de México se reunió con Grijalva en Cempoala y le ofreció tres opciones: aceptar su mando, cobrar 2000 piastras para retirarse, o la guerra. El joven tomó las piastras, y se fue a conquistar Honduras. Murió allí, a manos de una mara de indios olanchanos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Te sigo atentamente, pero aún no veo la luz al final del tunel....
ResponderEliminarSaludos,
Al Godar
No cabe dudas: Pedro Arias Dávila es antepasado gallego del Comandante.
ResponderEliminarPero no sabía sabía que Nicolás Ovando era cherna y se dejaba dar por un negrón. :-)
Al,
ResponderEliminarla verdad es que yo tampoco la veo, así que sigo tanteando...
Saludos!
Analista,
ResponderEliminarhay un paralelismo por ahí, sí, esa gaitudumbre implacable.
Lo de don Nicolás no está completamente claro. Cierto es que fue él quien ordenó la introducción de los negros en América. Y también para el servicio doméstico, pues tenía un negrón ladino que lo acompañaba a todas partes e intimidaba con su enorme presencia a los colonos más insolentes. Era el único negro armado en La Hispaniola. Ovando se lo llevó de vuelta a España en 1509 al ser sustituído por el primer Virrey Diego Colón.
Otro aporte duradero de Ovando fue la caña de azúcar, que mandó a traer de Canarias.
emping, estoy en la pincha, paso luego. ;)
ResponderEliminarMe cuadra el relato histórico una pila. La deuda de escribir mAs sobre las mambises aun sigue en pie.
ResponderEliminarGuichon, ya que pasas de soslayo por la Florida, dime si te embullas a subir un poco y haces la historia de los mocasines ‘Apaches’ y de los sioux, estos últimos como su nombre lo indica, fueron la tribu mas callada de América. ; )
Bueno dale man, nos pillamos...
Tony.
Tony,
ResponderEliminarla deuda mambisa está en pie, y hay pólvora, sólo falta la chispa, pero ya llegará.
Los indios norteamericanos favoritos son los comanches y los chochones, especialmente los chochones. Hay pocas imágenes tan acojonantes como la del cowboy que huye acosado por una horda de chochones peludos cabalgando entre alaridos.
me imagino que los comanches se jamaron al cowboy y de paso a los chochones...
ResponderEliminar-huye el pan, que te coge el diente-
;)
La verdad que la entrada de Cortés al escenario rodeado por ese cortinaje de rojo sangre, azul vísceras y verde guacamole promete un montón. Yo sí creo ver la luz, no al final, pero sí en una próxima incursión: tiene que aparecer la Malinche y a la primera escena en que se camela al Cortés hay que sazonarla con los ingredientes del caso. Qué? Vas a sacar a la Malinche o no? Por cierto, era bizca también ella? Qué decepción de ser cierto
ResponderEliminarAsere,
ResponderEliminarme temo que los comanches y los chochones nunca se enfrentaron, pero, si alguna vez sucedió, debió ser impresionante, porque los comanches eran los más duros (resistencia, agresividad, crueldad) y los chochones, los más espectaculares (cabelleras, tatuajes, piercings)... ¡coño, ese día la pradera sí que estaba caliente!
Esto hay que investigarlo.
Osvaldo,
ResponderEliminarclaro que la Malinche participa, no faltaba más. Y no era bizca, no, pues doña Marina no era maya, sino una olmeca de Coatzacoalcos. Si no me crees, fíjate en Salma Hayek, que es de allí y tampoco es bizca (e igual se da bien con los blancos poderosos.)