21 nov 2008
Dos De Pisco, Uno De Ron
- Cuidado con mi prótesis, cielo –murmuré inclinándome sobre su oreja-, esa pata de palo es muy…
Asustada separó su espalda de mi pierna. Se volvió como pudo en la estrechez del graderío de la plaza de toros y, con sus uñas rojas entre los senos, me dijo:
- ¡Ay, perdóneme, no sabía…!
Sonreí y coloqué las puntas de mis dedos en su hombro.
- Tranquila, era sólo un chiste… -aseguré.
Agarré su muñeca, y conduje suavemente su mano en dirección a mi pantorrilla.
- No es de palo, es de aluminio… –comenté a medio camino.
Previsiblemente retiró la mano de un golpe. De algo sirve el jiu-jitsu, conseguí que mi mano se fuera con la de ella. Cayó sobre sus acogedores pechos. Fue un instante nada más, pero la intimidad estaba iniciada, también de mi parte.
Sonreí.
- Perdona, no pude evitar seguir bromeando –expliqué-. ¿Cómo te llamas?
- Leyla –contestó apartando una porción de su larga cabellera negra que una cómplice brisa andina arrojó sobre su cara.
- Lucho… -susurré asumiendo previo al contacto físico de rigor.
- Y yo soy Lily –dijo de repente la chica a la derecha.
También se había apartado un poco de mi otra pierna para atender a nuestro interesante diálogo. Ahora acomodaba su codo izquierdo en mi rodilla. No era tan cómodo.
- Encantado, Lily, tú puedes seguir recostándote, que esta pierna es genuina y forrada en piel…
Nos reímos los tres. Levanté la vista un instante. Si antes ya me había llamado la atención la total negritud de todos los cabellos, ahora era todavía más impresionante con la ausencia de espacios libres. Por cierto, oscurecía rápidamente, o se nublaba el cielo, mejor dicho.
- ¿Quieres pisco? –preguntó Lily. No, era Leyla. Me mostraba el frasco de etiqueta blanca y roja con tal dulzura, que casi vi correr el aguardiente de uva sobre sus tetas hospitalarias.
Me dio una sed franca y tremenda.
- Claro, gracias –afirmé-. ¿Y cómo entraron esa botella?
- A las mujeres nos revisan menos -aclaró Lily.
Empezaron a caer gotas mientras bebíamos de la tapita metálica. De la nada apareció un tipo vendiendo capas de agua desechables. Lo llamé, y le compré tres. Mi desgano para pagarle no fue por el precio -eran baratas aún al triple o cuádruple de su valor en la calle-, sino por tener que molestar a los dos torsos, las dos axilas, los dos brazos y –si no me equivocaba- las dos bases de sendas tetas, que en su conjunto se apoyaban en mis piernas, rodillas y muslos. Aunque, en realidad, era un bienestar provisional. Apenas nos enfundamos en los ponchos de nylon, comenzó a sonar la cumbia. Y nadie quedó sentado.
[Continuará...]
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Eso suena a Brazil. Calientico.
ResponderEliminarY yo aqui medio congelado en el fin del mundo...
Saludos,
Al Godar
Requetebueno, regreso...
ResponderEliminarBueno, espero por la continuacion... asi no se vale estimado Guicho. Termina la historia a ver en que quedo (o como quedo) tu pata de palo.... LOL!
ResponderEliminarAl,
ResponderEliminardesde el polo todas las nueces parecen cocos, pero Brasil es un poquito más caliente.
Saludos
Gracias, Zoé.
ResponderEliminarEufrates,
ResponderEliminarpor favor, no apures al cojo que va y se cae...
Saludos
Güicho, compadre, qué música más mala has escogido para esto.
ResponderEliminarProtesto, protesto y vuelvo a protestar ;-)
Tienes razón, Ivita, pero es la que sonaba por aquellas latitudes andinas.
ResponderEliminaranacachingada
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