Lo digo con toda honestidad: aprecio al intelectual. Aunque mi origen pequeño-burgués me predispone casi genéticamente, he logrado razonar más allá de mis instintos. Aclaro que me refiero al intelectual natural, al verdadero, al silvestre. Pues, por ejemplo, el intelectual catedrático es un burgués. Un burgués bastante grande, en realidad. Tampoco pretendo escribir de burgueses menores, como somos los variopintos profesionales del intelecto. Realmente sui generis, e interesante -antropológicamente hablando-, es tan sólo el intelectual silvestre.
En la primera impresión nos parece que podría comer del suelo. Aún si está puesta la mesa. Ya que no lo haría por necesidad, sino por la diferencia. Esa singularidad es precisamente un leitmotiv de su existencia, la cual casi siempre colinda con la frontera de la marginalidad. Incluso, a veces, desde el lado interior. Y es que ser, pensar y actuar diferente es la confirmación más elocuente de la propia excepcionalidad. Sobre todo, si uno no puede hacer las cosas mejor. O ni siquiera bien. De allí a la extravagancia hay apenas un paso, es cierto, pero la excentricidad exige un mínimo de recursos materiales. Obviamente, el intelectual silvestre no invierte ahí, mas lo compensa con creatividad y con cultura colateral. Y así define y se queda en su propia clase. Esa instrucción limítrofe es otro marcador prototípico. Puede ser hasta el detonante original de su conducta. ¿Cómo? Acaso al leer las obras completas de H.P. Lovecraft a los 7 años. Y mejor si lo hace encerrado en una buhardilla durante dos semanas de castigo.
El resultado es un creador que circunda los confines de la relevancia recordándonos su ruta con destellos nada sutiles y, por ende, nada ignorables, una vez que lo hayamos ubicado casualmente. Ergo, el intelectual natural es -ni más, ni menos- un orientador. Desde luego, esto es solamente una utilidad, el verdadero mérito consiste en otra cosa.
Entonces, ¿en qué radica el valor del intelectual silvestre? Intrínsecamente, en su peculiar existencia. Esa perseverante presencia, pese a la ignorancia general. Sí, la generalidad lo ignora. Eso es un hecho. Y a él no le importa. Eso es una virtud.
Por eso, repito, yo lo admiro y lo respeto. Pero no me lo crean.
17 nov 2008
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La generalidad lo ignora hasta que alguien con relevancia lo pone de moda, pero eso de que a él no le importa no lo tengo tan claro...
ResponderEliminarBesos
Catikísima,
ResponderEliminarme encantan tu listeza y tu gracejo, adorables como un par...
Beso
Gracias Güichito, el encantamiento es mutuo!
ResponderEliminarLos "fenomenos" encuentran siempre al admirador de cirsos
ResponderEliminarSaludos GUICHO
circos
ResponderEliminar-error-
Chiqui,
ResponderEliminarun "fenómeno" podría ser también un espécimen, necesitamos otra palabra.
Saludos
Guicho, como se llama el tipo de la foto? hablamos esa noche pero no recuerdo el nombre. abrazos.
ResponderEliminarEnrique,
ResponderEliminaryo tampoco me acuerdo, tal vez Manuel lo sepa.
Abrazo