Tras el cuarto cognac yo no paraba de reirme, ni José Carreras de hacer chistes. Creo que fue con el octavo cognac cuando me propuso algo indecente. Me lo dijo y luego le arrancó un pedazo a una servilleta con los dientes. De paso olfateó la servilleta con placer. Curiosamente la servilleta tenía el mismo color que mi blúmer. Y el mismo bordado. Me toqué entre las piernas. Era mi blúmer. No sé cómo ni cuándo, pero me había sacado las bragas. Quise bajarme de la banqueta. Mas no era una banqueta, sino la pierna de José. No me soltó. Volvió a repetir la pregunta. A tanta insistencia, y por tratarse de él, dije que sí.
Creí que me llevaría a una habitación, a una oficina o, al menos, a un baño. En definitiva, estábamos en el hotel Habana Libre. Pero no, en aquel cuartico sólo había algunas escobas y trapeadores, varios cubos y un vertedero. Lo vi más claro con el dolor. Sólo eso me faltaba, otro más que se equivocaba de orificio. Es la desventaja del exceso de vellos, la herencia materna. Y suerte que no saqué el bigote de abuela. Dolía bastante. Tuve que aferrarme a un tubo de agua. José bramaba. Quise imaginar que cantaba un aria. No lo conseguí.
De repente José se zafó. Me dio la vuelta y me colocó de rodillas.
- Déjame ponerme arri… –intenté decir, mas no pude terminar la frase con la boca llena.
- ¡Chupa, muñecona, chupa! –exigió José mientras sujetaba mi cabeza y movía la pelvis.
Hice un esfuerzo y me liberé.
- Ugrrh –protesté, por lo visto tenía otro pedazo de croqueta pegada al cielo de la boca.
José se aproximó nuevamente.
- Uglp –grité exasperada.
El tenor resultó ser todo un caballero. Aceptó mi deseo y se detuvo, me puso en cuatro y volvió a las andadas. La combinación del dolor, el sudor y la croqueta era realmente desesperante. Más que nada, la croqueta. Yo sacudía la cabeza y chasqueaba la lengua continuamente. Sin otro efecto que el de excitar a José. Parecía dispuesto a perforarme el estómago. Sentí un gran alivio cuando acabó.
Me volteó y agarró mi mentón. Se trataba, evidentemente, de un hombre tierno.
- ¡Potranca de pura raza! –dijo lisonjero propinándome un par de cachetadas en la mejilla.
¡Qué mano bendita! Percibí como la porción orgánica se soltaba del cielo de la boca y caía en mi paladar. No sabía a jamón. Ni a nada bueno. No me atreví a masticar. Hice otro esfuerzo y también me la tragué.
- ¿Quieres beber algo? –preguntó galante el tenor, en tanto se subía los pantalones.
- Alcohol de 90… –murmuré.
Alejandro regresó a la fiesta una hora después. Me encontró sola en mi mesa, sonriendo feliz y discreta con el undécimo cognac.
- ¿Cómo la has pasado? –indagó, dejándose caer en la silla a mi lado.
- De lo mejor –afirmé.
- ¿Ves?, era mejor venir que aburrirte en casa –sentenció mi hermano.
- Claro que sí, acá estoy bien y en buena compañía –anuncié radiante.
- ¿A quién te refieres? –inquirió Alejandro.
Le señalé a José Carreras, que conversaba con dos sujetos de guayabera unos metros más allá.
- ¿Sabes quién es ese? –pregunté.
- Sí, ese gallego es Nicolás –contestó indiferente-. Trabaja aquí, en la administración del hotel.
Antológico, Güicho.
ResponderEliminarMore, please.
Ay, el final es de arrastrarse, aunque ya yo estaba destoletada de la risa.
ResponderEliminarLOL!!!!!
ResponderEliminar(En mi epoca tropical le hubiesen llamado "El Palo de la Croqueta" o "La Croqueta Ruisenora".)
Compadre, te la comiste otra vez. Casi no pude terminarlo producto de las carcajadas...
ResponderEliminarMejor que esto, namá que el encule aquel de Paradiso en que el tipo muerde la tubería y le deja la marca de los dientes...
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