Doblé por el segundo corredor. Empujaba el carrito distraído por no sé qué. ¿Qué se piensa en un supermercado vacío? De pronto algo blando y firme me impidió seguir. Le pedí perdón al bulto que se incorporaba. Era una mujer madura. Ligeramente entrada en carnes. Sobre todo en su proyección anterior. Busqué sus ojos entre los rizos castaños que le caían sobre el rostro redondo. Encontré dos, azules, sobre unos pómulos altos, familiares en estas latitudes. No había enojo en su mirada. Abrió la boca, de escasos labios, y la cerró sin pronunciar palabra, negando con la cabeza. Luego asintió. También asentí, apretando mis no tan descarnados labios. Reconfiguré la ruta del carrito y me dispuse a continuar.
Su mano me detuvo, agarrando mi antebrazo.
- Luis, ¡¿eres tú?!
Supongo que mi expresión respondió dos cosas por mí. Uno: sí, soy yo. Dos: y tú eres… ¿quién?
- Soy yo, Sabine, ¿no me recuerdas? ¡Sabine Schmidt! –exclamó.
Por poco le digo que con un nombre tan común era muy difícil. Schmidt es como Rodríguez, y Sabine… si al menos el nombre de pila fuera original, algo así como… Tetanka… Y entonces la reconocí. Era Sabine, sí, aquella Sabine, con 30 libras adicionales. Tal vez sólo 25.
Le sonreí con toda la dulzura que permite el otoño.
- ¡Sabine! –proferí abriendo los brazos.
Entró con voluntad. Y comprobé que seguían bastante firmes sus protuberancias. Un beso en cada mejilla me roció de un tenue perfume, no por decente menos barato. Y recordé más. La mayor virtud de Sabine no era frontal, sino genital. Estrecha y, sobre todo, aséptica, o casi…
- ¿Vives aquí? ¿Qué ha sido de tu vida? ¿Tienes familia? –fueron las tres preguntas que entendí de unas nueve que me arrojó Sabine.
En ese momento era yo quien asentía y negaba con la boca medio abierta. Mejor así, porque de articular mi pensamiento me habría tomado por un ginecólogo obsesivo: ¿Y cómo está aquella linda vulva de labios mínimos y aroma perfecto?
Supongo que Sabine ubicó mis movimientos de cabeza en algún orden de respuesta a su cuestionario.
- Bueno, yo me casé –pasó, sin más, a contarme su parte-. Y me divorcié hace un año y medio, tengo dos hijos: una niña de 6 y un chico de 4…
Se estropeó la primera virtud, pensé.
- Felicidades –murmuré.
- ¡Gracias! Son unos niños encantadores…
- Ah, claro, también te felicito por los críos… -mascullé.
- ¿Cómo?
- Primero me refería al divorcio…
Me tocó el antebrazo, a medio camino entre el suave golpe y el blando empujón, y se rió con sorprendentes ganas. De reir o de cualquier otra cosa.
- Había olvidado ese lado tuyo… -explicó.
- ¿Y de cuál lado te acordabas? –indagué curioso.
- No te lo voy a decir aquí –afirmó-, pero sí me acuerdo de algunas cosas.
- Vaya…
- Volviendo al tema –añadió-. ¿Qué hay de bueno en divorciarse para que me felicites?
- Pues claro que tiene sus ventajas -aclaré-. Por ejemplo, ahora puedes aceptar si te invito a beber algo.
Me miró fijo a los ojos. Bajó la vista despacio. La volvió a subir. Y me dijo serena:
- De acuerdo, ¿dónde?
Muy bueno.
ResponderEliminarVolvió el Güicho crónico de verdad, salud!
ResponderEliminarLOL! Ah! el divorcio! Horrible palabra durante la accion. Despues, alivio, paz, tranquilidad, contando los quilitos que quedaron para volver a empezar; y para colmo, volver a casarnos.
ResponderEliminarEsto sigue, no?
ResponderEliminarAlbricias!..Tres hurras para las damas a quienes el almanaque solo cambia un poco de delgadez y lozanía por confianza y certidumbre…
ResponderEliminarLucky dog! :)
Saludos buddy..JC
Excelente, imagino que viene una segunda parte.
ResponderEliminarTe confieso que los post del Diario de Antonio Castro me matan de la risa, sobre todo porque alguna vez lo saludé un par de veces cuando andaba con un amigo común.
Mucha de la Buena Suerte para ti y para los tuyos
Juanca
Gracias, amigos, por toda esa buena voluntad.
ResponderEliminarA donde, guicho, a donde? Espero la tercera parte ya, porque segundas partes nunca fueron buenas.
ResponderEliminarSaludos desde Londres.
London,
ResponderEliminartienes mucha razón.
Saludos
Estoy con la cubana de Londres....
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