La llovizna no mostraba intenciones de tomarse un descanso a medianoche.
- Hace frío –murmuró.
Saqué la mano del bolsillo del gabán y la atraje hacia mí. Palpé la carne trémula sobre la frágil armazón de su hombro. Seguimos andando por la calle estrecha y vacía, procurando evadir los charcos. La escasa luz no cooperaba.
- ¿Falta mucho? –indagó.
- No –contesté acercando el rostro al más próximo mechón de su cabello húmedo.
Olía bien. Toda ella. Y la sentía bien. Empezando por la premura en el ritmo de sus pasos.
- Realmente tengo ganas –balbuceó.
- Ya estamos llegando –afirmé, y reprimí el instinto de pasarle la lengua por todo el borde del mentón, habría sido una obra de arte lograrlo sin detenernos.
- No me lo parece… -masculló.
- ¿Acaso no sabes dónde estamos?- indagué a mi vez.
- Claro que no, nunca me has traído por aquí…
Miré a los lados. Ciertamente en la oscuridad no se distinguían ni los rótulos de los negocios. Los edificios eran apenas siluetas delimitando el asfalto.
- Sí has pasado por aquí –insistí por reflejo.
- Soy mujer… ¿lo notaste?
- Sería imposible no notarlo –contesté sonriendo.
Me observó de reojo y amagó otra sonrisa que no cuajó por completo.
Avanzamos en silencio un minuto, o dos, o tres. Ella apretando sus manos y yo apretando su cuerpo.
Doblamos la esquina.
- Es aquí… -comencé.
- No –dijo, y se detuvo en seco.
Mi brazo aferrado a su torso me obligó a frenar.
- Claro que sí… -intenté explicar, pretendía señalar el cercano portal de la casa de apartamentos.
- No… -me interrumpió contraída-. No puedo más…
Intuí como fluía el líquido tibio por el tejido de su jean. Llegó a unir las sombras de sus botines.
- Qué pena… -susurró-, nunca me había sucedido algo así…
- No es nada –respondí, y decidí de un golpe que no iba a reir, ni a contar o inventar peripecias solidarias, y que sería mejor así.
La tomé de la mano.
- Ven –añadí.
Fuimos hacia la casa acompañados por el chasqueo del cuero inundado de sus zapatos. La levanté en brazos al salir del elevador para no dejar huellas. Me metí en la ducha con ella. La bañé toda. Pero no la dejé secarse.
Debiste haberla secado antes de banarte con ella.
ResponderEliminarQué tierno, qué carga erótica desborda el Guicho!
ResponderEliminarCompadre y que paso??????
ResponderEliminarCuenta..
Jorge Luis
No me canso de repetirlo: Cuando sea grande quiero ser como Guicho Cronico!
ResponderEliminarNo está mal la observación de Lázaro González...
ResponderEliminarGüicho, un beso.