28 nov 2007

Dos Generales, Una Guerra, Dos Destinos

San Eustaquio es el patrón de la ciudad de Sanlúcar la Mayor, cerca de Sevilla. También es el patrón de los cazadores.[1] Su fiesta se celebra el 20 de Septiembre, pues se supone que en ese día del año 118 d.c. fue asado junto a su familia en el circo romano.

Cuenta la leyenda que San Eustaquio originalmente se llamaba Plácido, y era un general romano que se había destacado en la pacificación de los judíos cirenaicos en la Libia actual. Como le gustaba mucho cazar, un domingo Plácido dio unas carreras por el bosque de Guadagnolo acompañado de su criado Luciano. El criado estaba un poco gordo, y siempre se quedaba atrás. Aquella mañana perseguían a un imponente ciervo. Sin aliento, Plácido se detuvo en un claro, cuando para su asombro el ciervo salió a su encuentro desde la espesura del bosque. Ahí el cazador pudo apreciar que entre los cuernos del animal había un pequeño Cristo crucificado. Un bello truco holográfico del ciervo.

Mayor aún fue su estupefacción cuando el Cristo en miniatura le habló:

- Plácido, ¿por qué me persigues a mí que quiero tu bien?

Cualquiera se hubiera quedado pasmado del susto, pero Plácido no lo hizo, sino que se convirtió al Cristianismo al instante y comenzó a rezar piadosamente.

En eso llegó Luciano todo sofocado. Al ver a su señor arrodillado frente a los cuernos del ciervo, pensó que estaba en peligro y le arrojó un flechazo al animal. El desconsolado Plácido no encontró el crucifijo entre los cuernos del ciervo muerto. Pero ya nada podía hacerlo mudar su nueva fe. Al regresar a Roma se hizo bautizar como Eustaquio, a su esposa Taciana como Teopista, y a sus dos hijos como Agapito y Teopisto.

Poco después, durante un acto público, los cuatro se negaron a hacer ofrenda a los dioses romanos y, lo que es peor, al nuevo emperador Adriano. Como es lógico fueron condenados a morir en la arena con los leones.

Aquel día salieron a la arena con los turnos del 73 al 76. De manera que los leones ya habían perdido el apetito. Sólo los rasguñaron un poco. Apenas algunos zarpazos de rutina. Entonces los crueles prelados romanos ordenaron encadenar a Eustaquio y a su familia sobre un enorme toro de bronce, que el emperador había recibido como regalo de sus paisanos béticos. Acto seguido hicieron una gran hoguera debajo del toro hasta calentarlo al rojo vivo.

Durante la represión de la sublevación judía el difunto Plácido había cooperado con otro brillante general llamado Lusius. Por aquellos mismos días de septiembre del 118 a Lusius lo degollaban por desacato al emperador. Hasta ahí las coincidencias. Plácido, que era blanco, subió a la luz, y Lusius, que era negro, bajó a las tinieblas.

Pero vayamos por partes.

Los judíos cirenaicos se habían sublevado en 115 d.c. a la zaga del mesías de turno, nombrado Lukuas. Tal mesías ordenó a sus seguidores la destrucción de los templos paganos de Apolo, Artemisa, Plutón e Isis. Griegos los tres primeros y egipcio el último. Todos muy populares por aquellos lares. Colateralmente se procedió al atropello de los respectivos creyentes. Esas medidas bastante poco tolerantes no alcanzaron popularidad entre los pobladores no judíos. En primer lugar hay que ver que Cirenaica era básicamente una ciudad griega, como Alejandría, aunque mucho más antigua. Por otra parte, la autoridad militar y judicial estaba en manos de un prefecto romano. El tercer grupo étnico presente, los egipcios, tampoco sentía atracción por el Adonay de los judíos.

Así que griegos y egipcios escapan hacia Alejandría, y una vez allí organizan un Proto-San Bartolomé con los judíos alejandrinos. Estos, por su número de 150.000, constituían la mayor comunidad urbana israelita de la época. Eso no podía salir bien. No porque estuviera organizado por griegos, sino porque los judíos eran muchos. De manera que los hebreos se agrupan, contraatacan, y destruyen los templos de Apolo, Némesis y Hécate. De paso destrozan la tumba de Pompeyo, el general que en su día conquistó Jerusalem para Roma.

La revuelta hebrea se extiende entonces a Chipre, Judea y Mesopotamia. Mientras tanto, los judíos cirenaicos han penetrado en el interior de Egipto. Atravesando el desierto llegan hasta Tebas, a 600 km de la costa. Esto es remarcable, pues cuando el 8 de octubre de 1973 los tanques israelíes se detuvieron a 40km de El Cairo durante la Guerra del Yom Kippur, sólo habían recorrido 200km de desierto, y estaban motorizados además.

Mas volvamos a la antigüedad. En aquel momento de la rebelión judía Roma estaba en el apogeo de su fortaleza militar. Es decir que para Lukuas, como para cualquier mesías, el timing no era un factor importante. El emperador Trajano era bético -hoy se diría andaluz- y bravo. Acababa de conquistar Armenia y Mesopotamia, convirtiéndose en el único César que consiguió botar una chalupa en el Golfo Pérsico. Pronto los judíos rebeldes tuvieron que vérselas con las tropas de los dos mejores generales romanos: Marcius Turbo y Lusius Quietus. Curiosamente el primero era muy metódico, y el segundo muy impulsivo.

Turbo comandaba la Legión VII Claudia. Quietus estaba al mando de las tropas auxiliares mauretanas, que constituían los green berets de Roma en aquellos días. Fue el único negro que logró una carrera verdaderamente grande en el Imperio Romano.

Marcius Turbo con su legión hizo tábula rasa en Egipto. Miles de los desordenados rebeldes judíos fueron pasados por las armas. Lukuas se dio a la fuga y hasta el sol de hoy no se ha sabido de él. Turbo también procedió a confiscar las propiedades hebreas para financiar la reconstrucción de los templos griegos y egipcios. Así como de su finca en Campania, que ya estaba precisando una remodelación.

Por su parte, Lusius Quietus, uno de los favoritos del emperador, puso orden en Chipre, Mesopotamia y Siria. Conmovido por el enérgico proceder de su subordinado, Trajano lo nombra cónsul de Judea. Los registros romanos hablan de él como el primer y único cónsul negro. Los libros israelitas, en cambio, lo llaman un negro cónsul. Quietus gobernó con mano dura. Forzó la helenización de Palestina, obligando a los judíos a hablar en griego en todos los edificios públicos. Las crónicas judías llevaron su animosidad contra el nuevo cónsul hasta el punto de afirmar que Quietus se apropiaba de las jóvenes vírgenes para satisfacer a sus soldados mauretanos. Imaginar a sus hijas mancilladas por los crecidos e impetuosos morenos, siempre con el torso medio desnudo y los miembros largos y fibrosos, cargados de argollas doradas, era motivo de neurosis colectiva en aquel pueblo amante de la siquitrilla. Sin embargo, no existe fuente romana o neutral que confirme esos horrores talmúdicos.

Poco después, era 117 d.c., el emperador inesperadamente enferma y fallece. Su viuda Plotina atestigua que en el lecho de muerte Trajano adoptó a Adriano. Este hijo repentino era también bético, primo del emperador, y muy querido de Plotina, pues la acompañaba siempre que Trajano salía de campaña. Muchos dijeron que aquello era una farsa, pero Adriano fue coronado. Lo primero que hizo entonces fue destituir a Quietus y a los otros tres cónsules de confianza del difunto emperador. Y como no había razón para enjuiciarlos, pues al cabo de unos meses simplemente los manda a asesinar por sendos comandos pretorianos.

Los judíos declararon una fiesta nacional el día del triste fin de Quietus. Adriano les permitió reconstruir el templo y hablar en hebreo en las dependencias oficiales romanas. Y ahí mismo resurgió de nuevo el mesianismo, que acabaría en la revuelta de 135 d.c., donde los romanos decidieron arrasar el templo definitivamente y expulsar a los judíos de Palestina: la Diáspora.

Por lo demás, Adriano, para evitarse guerras, devolvió la Dacia transcarpática a los sármatas, y Mesopotamia a los partos, anulando las últimas conquistas de Trajano, y perjudicando a dacios y mesopotamios, que pasaron de la Ley Romana al despotismo nómada y a la satrapía respectivamente. Por su parte, las tropas mauretanas regresaron al noroeste de Africa y desencadenaron un motín que no fue sofocado hasta 123 d.c. con el concurso de la mayor concentración de legiones hasta esa fecha, encabezadas por el propio emperador Adriano.



[1] Existe otro santo patrón de los cazadores, que era el que conocía mi abuelo, llamado San Huberto. Este era belga y también vio un ciervo con un crucifijo entre los cuernos allá por el siglo VIII. Su fiesta es el 3 de noviembre. Para mí eso es plagio.

4 comentarios:

  1. Güicho, me ha encantado este post, todo, y qué manera de reírme en algunos pasajes. Pero, ¿por qué llamas, como los romanos, "Palestina" al territorio?

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  2. Qué bueno que organizaste las series en etiquetas. Si te soy sincero, la que yo más vacilo es la del Embudo de Mayarí (gustos personales, claro) y algunas picardías del niño ingenuo y cabronazo, como aquella memorable partida de ajedrez

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  3. los santos de hoy en dia son menos originales ... pero estos que nos has contado estan para de verdad hacerles promesas y hasta ponerles una velita...

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  4. Isis,
    ¡me alegro de que te guste! Palestina sólo por variar de sustantivo, desde luego.

    General,
    el Embudo tiene más, como su decisiva participación en la toma de Las Tunas, cuando burla la dura defensa española a través del sótano de una bodega, pero se queda enganchado de los barriles de ron hasta el final del sangriento combate. La musa cubana es lenta, pero cuando se calienta... En cuanto la coja, redacto el capítulo.

    Grieguita,
    por esa devoción creo que voy a poner una etiqueta de Santos y Pecadores. ¡Hay cada santo!

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