8 nov 2007

El Protector De Los Cerdos VIII

Visión de la Mar

Mientras esperaban por los recursos y los mil hombres solicitados a la corona para acometer la conquista de la otra mar, Balboa se dedicó a la exploración de las márgenes del río Atrato. Intentaba encontrar más indios con oro. Pensaba que si Comagre les entregó tanto metal, los otros caciques también tendrían algo que ofrecer. Principalmente el tal Dobaiba. De manera que organizó una incursión a las tierras del rico jefe, pero no dio con él. Para compensar saquearon todas las aldeas que hallaron. En un sitio llamado Murindó casi los sorprende mortal peligro. Cachita, que había hecho amistad con nativas del lugar, informó a su amado Balboa que los jefes locales se habían unido para vengarse de los abusos españoles. Tenían 5000 hombres armados en las inmediaciones de la aldea del cacique Ponca.

Vasco no dudó, y Zumárraga, único fraile que lo acompañaba esta vez, bendijo el plan. El capitán entró raudo en la aldea de Ponca con sus 50 hombres, y agarró a los caciques complotados debatiendo a quién le tocaría su cabeza. No perdió tiempo con ceremonias. Los hizo ahorcar en los jagüeyes que rodeaban el centro del batey. Nueve caciques se zarandeaban de sus respectivas cuerdas, y miles de aborígenes armados rodeaban a los escasos españoles. Era una situación de colosal tirantez. Los indios corrían ululando de un lado a otro entre casas y árboles, mas no avanzaban. Podían haber aplastado y sacrificado fácilmente a los conquistadores. Pero no acurrió así. Espantados ante el arrojo hispano y los cuerpos colgados de sus caciques, primero 100, luego 500, y al final los 5000 guerreros acabaron huyendo al fondo de la selva.

El siguiente peligró lo auguró un mensajero que llegó de Santa María enviado por Cabezuela. Del emisario Colmenares en España aún no habían llegado buenas nuevas, pero sí malas desde Santo Domingo. Se rumoraba que un juez había partido de Cádiz con la orden de retornar a Balboa en cadenas para España. No obstante, el conquistador no perdió el ánimo. Volvió a Santa María decidido a descubrir el otro mar antes de que llegaran a juzgarlo y sin esperar refuerzos. Tras la misa del siguiente domingo, celebrada en la aún incompleta catedral de Santa María, Balboa se dirigió a los colonos anunciando su decisión de conquistar el otro mar. Preguntó quienes querían acompañarlo. Muchos se ofrecieron. Los cuatro aguerridos hermanos Pizarro de primeros. Luego los tres piadosos padres de confianza. Prácticamente todos los soldados. Pero también civiles, como el introvertido Santiago Telatrava, arquitecto de la villa y constructor de la primera catedral en tierra firme. Judío converso por más señas.

El 2 de septiembre de 1513 salieron 190 españoles de Santa María la Antigua buscando un nuevo océano. Todos a pie, pues la selva no da visa para caballos. Llevaban casi mil portadores de la tribu de Careta, y una jauría de mastines para mantener la disciplina de dicho personal. Tomaron el camino que recomendara el cacique Comagre, o sea, dieron una vuelta enorme e inútil.

Fue un trayecto repleto de insoportables horrores para los expedicionarios. Los mosquitos no superaban a los pájaros en tamaño, pero sí en su peso total. Aunque tal vez molestaban menos que las flechas de nativos pendencieros. Cuando no llovía en forma diluvial, el calor era simplemente insoportable. No pocos tramos de pantanos, llenos de cocodrilos y serpientes venenosas, tuvieron que cruzar lentamente. Sin embargo, allí donde el suelo era firme emulaban en agilidad con los fieros escarabajos, los agresivos escorpiones, los belicosos cienpiés, las violentas garrapatas y las feroces hormigas.


Muchos soldados se enfermaban y morían. Numerosos indios desertaban y morían, si los cogían. A cuatro conquistadores enfermos e impedidos los dejaron atrás en un cobertizo improvisado. Y al tener que retroceder dos días después, empujados por las flechas de indios hostiles, encontraron muertos a los cuatro enfermos. Las hormigas se los habían comido vivos. Para evitar tan espantoso tormento Balboa ordenó degollar a quien no pudiera caminar. Fue ese día cuando los guerreros rastreadores del peleador cacique Torecha encontraron varias muletas abandonadas.


El 22 de septiembre quedaban 69 cristianos. El 23 de septiembre estaban cercados por guerreros nativos. El mismísimo cacique Torecha encabezó el ataque final, que resultó en su propio final cuando el arquitecto Santiago lo trabó con la alabarda. Al verse sin jefe, los indígenas se dieron a la fuga sin titubear un instante. Luego muchos regresaron para ofrecer sus servicios al gallardo conquistador, que aceptó generoso.

El 24 de septiembre, ya en la aldea del difunto cacique, pudieron descansar y recomponer algo sus maltrechas constituciones.

- ¿Cómo se llama esta aldea? -preguntó Balboa a un nativo que había asumido el papel de jefe de los asistentes locales.

- Cuarecuá, duro señor -repondió el indio.

- ¿Cuarecuá? ¿No es ese el nombre de un famoso cacique? -indagó el español.

- Un hombre se llama como el lugar donde manda, duro señor -sentenció el nativo.- El cacique Torecha, que habéis matado, era Cuarecuá.

- Pero si esto es Cuarecuá, entonces sólo estas montañas aquí en frente nos separan de la mar -reflexionó en voz alta Balboa.

- Esa es la Sierra de Chucunaque, duro señor -dijo el cuarecuano y luego señaló a una elevación- Si ascendéis sobre aquel pico, veréis la mar del otro lado.

En esa hora se reunieron los principales de la expedición y acordaron subir a la sierra al día siguiente.

Ascendían penosamente ya casi cuatro horas y apenas faltaba el último trecho para alcanzar la cumbre del pico serrano, cuando la vanguardia, comandada por el propio Balboa, se detuvo para una corta pausa.

- Ya falta poco, señores -balbuceó Francisco Pizarro, aún sin aliento.

- ¡Animo, que la gloria nos espera! -exclamó más alto su medio hermano Hernando.

- Y vosotros esperaréis por ella -intervino Balboa.- ¡Que nadie me siga! ¡Hasta que yo os avise, aguardaréis aquí! Dispararé desde la cumbre, y entonces os juntaréis conmigo.

Eran las 10 de la mañana del 25 de septiembre de 1513 y Balboa escalaba solitario la última pendiente que tapaba el mar. A las 11 alcanzó la cima bajo un sol radiante. El cielo era azul, y más profundo que el horizonte... No, eso era mar. Quedó absorto mirando tanta grandeza, y asimilando la bondad infinita del Señor, que le dio el tesón y la fuerza con qué descubrir este nuevo mar para la cristianidad. Era cierto lo que conjeturaban algunos cartógrafos, estaban en un Nuevo Mundo. Sintió un temblor recorrer su espina dorsal hasta el cuello, para causarle allí gran escozor... No, la picazón era más bien de... Se dió un manotazo en el cuello. Efectivamente, fue una de aquellas terribles mosquitas de cabeza verde, atraída por el sudor. Tendría que pedirle a Cachita que le desenterrara otra larva del cuello. Pero ya habría tiempo para eso, esas larvas sólo empezaban a crecer y comer penetrando la carne anfitriona después de 72 horas. Ahora lo importante era otra cosa. Cargó el arcabuz sólo con pólvora. Era un modelo alemán nuevo, más corto. Se podía usar con una sola mano. Era el único en Santa María. Se lo había cambiado por cuatro onzas de oro a un oficial de Enciso. En eso lo distrajo un gran lagarto marrón tomando sol sobre una piedra. Cambió de idea y le puso un plomo al arcabuz de mano. Destrozó al reptil.

Al mediodía arribaron sus hombres a la cima. La emoción fue tan grande que parecían niños a la llegada de un padre pródigo. Se abrazaban. Saltaban de alegría. Unos comenzaron a montar una pirámide de piedras para conmemorar. Tres o cuatro tallaban sus nombres en una ceiba solitaria. En medio de todos Santiago Telatrava no paraba de besar un crucifijo. Ver ese arranque de fe en aquel judío converso embargó tanto a los tres frailes que cayeron de rodillas. Santiago no lo notó, pues embelesado besaba la negra cruz. Para el neocristiano ese mar en el horizonte tenía un azul diferente. Era el azul de los ojos de Milena, aquel ensueño sefardí que, por no convertirse, partió de Segovia veinte años atrás con sus largas trenzas negras cruzadas y su piel tan blanca. Telatrava extendió los brazos y cantó bajito mirando el lejano azul. Los arrobados padres rezaron al verlo, y el capellán Vera entonó entonces el Te Deum Laudamus.

Te Deum laudamus:
te Dominum confitemur.
Te aeternum patrem,
omnis terra veneratur.


Fray Cabezuela y fray Zumárraga lo acompañaron con fervor. Y en pocos segundos todos los hombres estaban de rodillas cantando entusiasmados.

Sanctus, Sanctus, Sanctus
Dominus Deus Sabaoth.
Pleni sunt caeli et terra
majestatis gloriae tuae.


Apenas Santiago Telatrava seguía en pie con los brazos abiertos en cruz. También él cantaba. Pero lo que salía de sus labios, inaudible para el resto, era una tonada ladina que solía entonar para Milena en sus lejanos días segovianos:

Si la mar era de leche
Yo m'haria un peshkador
Peshkaria mis dolores
con palabrikas d’amor


Acabaron todos llorando. Menos los portadores indios, que no entendieron nada.

Faltaba tomar posesión de la mar, y Balboa ordenó el descenso hacia la costa.

11 comentarios:

  1. Un amigo estuvo allí y dice que todavía se pueden leer en el tronco de la ceiba solitaria algunos de los graffitis que talló la expedición. Hay uno que dice "Milena y Telatrava" parece que hubo algo entre esos dos...

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  2. ¿Por qué tenía que ser negra la cruz?

    Además, a veces hablas del Telatraba y a veces de Núñez de Balboa. SOn dos o uno sólo?

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  3. Analista,
    son dos tipos diferentes. Reedité el pedazo. Mira y dime si está claro así cuando es que reflexiona cada cual.

    Sobre la cruz negra... pues no sé, habría que preguntarle al ex-judío. Tal vez como el color del mar le recordó los ojos de su judía perdida, y la cruz era negra como las trenzas de aquella... O quizá sólo era lo primero que tenía a mano...

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  4. guicho vengo manana asere, para leerlo con calma.
    nos pillamos. t

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  5. Guichon, tremenda descarga man. Hubo un momento que me hiciste pensar que Rocky se iba del aire, pero no..., claro, como proseguir con la conquista.
    Acaso llegara el momento en que a 'Teladejaadentro' se le despierta el judío y le pasa la cuenta al jefe, a los frailes y al copon divino...
    Bueno, la cosa es que disfruto la historia de verdad.
    Nos pillamos, Tony.

    p.s. ¿Oye, en Dic. te llegas a Miami o no? Si es así tendremos que reunir a toda la pandilla.

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  6. Me gusta, lo disfruto mucho.
    Saludos,
    Isis

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  7. Tony,
    a Rocky se lo cargaron sus propios paisanos, pero más tarde.

    Oye, sí, nos vemos en Miami.

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