La gran armada de Castilla del Oro
La carabela de Pedro de Arbolancha, llevando las noticias de los nuevos descubrimentos de Balboa y el oro real correspondiente, alcanzó la desembocadura del Guadalquivir semanas después de que zarpara una flota con destino al Darién. El regente de Castilla Fernando de Aragón, asesorado por el obispo de Burgos, había designado al hidalgo Pedro Arias de Avila Pedrarias gobernador de Castilla del Oro con atribuciones para juzgar a Balboa por desacato y despojo respecto al adelantado Enciso.
De enjuta figura y escasa estatura, Pedrarias, pese a sus 73 años, aceptó el puesto. Era un veterano coronel de la real infantería que se había destacado tanto en el asedio de Granada como en la posterior campaña africana. Durante el asalto a Orán había comandado la famosa carga elegante de los piqueros reales. Con lo que obtuvo el apelativo de Pedrarias el galán. Posteriormente hizo destripar a los moros prisioneros, y se ganó el apodo de Pedrarias el galán justiciero. A pesar de ser vástago segundón de un conde, Pedrarias disponía de una considerable fortuna. Una parte la había heredado como sobrino favorito de su tío, el obispo de Segovia, mas la mayor cuantía provenía de la dote y la herencia de su esposa Isabel de Bobadilla, hija del Comendador de la Orden de Calatrava y sobrina de Beatriz de Bobadilla, quien fuera íntima de los reyes católicos: favorita de Isabel y concubina de Fernando.
Un hombre de su abolengo, el más alto que pusiera rumbo a las Indias hasta ese momento, no iría con tres carabelas. Pedrarias partió con 21 barcos y 1500 hombres. De esos expedicionarios cerca de 400, encabezados por el capitán Juan de Ayora, pertenecían a un tercio de alabarderos de la campaña de Italia. Por primera vez una unidad de militares profesionales se dirigía al nuevo mundo. Tampoco faltaban los prohombres. El bachiller Enciso, ávido de venganza, iba como Alguacil Mayor. El licenciado Gaspar de Espinosa portaba el cargo de Alcalde Mayor. El experto cronista Gonzalo Fernández de Oviedo viajaba en calidad de Oficial Real. Además de diversos clérigos, el séquito de Pedrarias lo completaban dos docenas de mujeres, incluyendo a su propia esposa.
El 16 de junio de 1514 la campana de la inconclusa catedral de Santa María tañó a deshora con inusitada fuerza. Era la hora de la siesta, y a nadie le gustó la gracia. Pero tras un corto intercambio con el oficial de guardia, que había ordenado las campanadas, vecinos y notables de la villa se apuraron en llegar al muelle.
Toda una flota castellana había entrado en el golfo.
- ¡La corona nos envía refuerzos para conquistar el Pirú! -exclamó Núñez de Balboa con el corazón arrullado de agradecimiento.
- ¡Viva Castilla, viva su majestad don Fernando! -gritó un conquistador del bulto.
- ¡Viva! ¡Viva! ¡Viva! -respondió todo el bulto.
- Nada más lejos de mi intención que presagiaros perjurios, excelencia, pero me temo que eso no es posible -dijo fray Cabezuela.
- ¿Qué queréis decir, padre? -inquirió Balboa.
- Digo, excelencia, que estas naves habrán partido del reino de Castilla antes de la arribada del bueno de Arbolancha -apuntó el fraile.
- De acuerdo, hermano, pero olvidáis a Colmenares, que salió de aquí mucho antes con el oro de Comagre -intervino fray Zumárraga.
- Es cierto, estimado padre -asintió Simón de Cabezuela, y añadió- Perdonad mi mal augurio, excelencia, empero no estaría mal que armaseis a vuestros hombres por si acaso.
- ¡Nada tengo que perdonaros, mi buen fraile! Os agradezco, más bien, vuestra prudencia -contestó el descubridor del Mar del Sur.- No tiene sentido, sin embargo, mostrar las armas a los enviados del rey. ¿Cuantos hombres vendrán en esos navíos? Al menos 1000, tal vez el doble. ¿Y cuantos somos en Santa María? Menos de 300 -concluyó con cierta tristeza.
- ¡No perdamos la fe, caballeros, el Señor nos ha llevado muy lejos y no nos abandonará en esta hora! -sentenció fray Zumárraga con la determinación de los vascongados.
Pronto sabrían que la voluntad divina no les era muy propicia que digamos. Efectivamente, aquella armada era producto de la misión de Colmenares, así como de la gestión de Enciso contra Balboa. La corona había decidido armar una poderosa escuadra para conquistar el nuevo mar. Pero la gloria de dirigir tan importante expedición no la pondría en las manos de un aventurero rebelde. El honor de la hazaña pertenecería a un noble y rico hidalgo.
Tanto mayor fue la decepción de Pedrarias al desembarcar y enterarse de que los hechos estaban consumados. El mar había sido descubierto, nombrado y conquistado para Castilla por el aventurero de marras. Así que procedió a arrestar al jerezano y someterlo a un juicio de residencia como estaba planeado. Sin embargo, no podía sentarlo en el garrote vil cual vulgar malhechor. Los veteranos del Darién eran fieles a Balboa casi en su totalidad. Aún en clara inferioridad numérica, podían causar mucho daño. A diferencia de los recién llegados, conocían el terreno y tenían aliados indígenas.
El licenciado Gaspar de Espinosa dictó entonces sentencia. Núñez de Balboa habría de pagar una indemnización a Fernández de Enciso, pero era declarado inocente de la muerte de Nicuesa y liberado para ejercer de simple colono en el Darién. Balboa pagó a Enciso y aceptó la autoridad de Pedrarias. Esperaría una nueva oportunidad.
A diferencia de oscuros soldados como Pizarro, Almagro o Belalcázar, salidos de las más bajas capas sociales, Vasco Núñez de Balboa, como Nicuesa, Ojeda, Cortés, Ponce de León o Alvarado, pertenecía al grupo de cuadros básicos de la Conquista. No buscaban apenas oro, sino gloria y honores también. Y sabían esperar la ocasión propicia. Salvo el Perú, conquistarían todo el núcleo del nuevo mundo para Castilla. Aquel grupo de 60 jóvenes hidalgos desesperados, exclusivamente segundones, tercerones y cuarterones sin herencia, había sido organizado en 1501 por el sevillano Rodrigo de Bastidas, quien seguía instrucciones directas de la reina para mejorar la ralea de los colonos de las Indias.
Doña Isabel la católica se había alarmado al leer una crónica de los frailes dominicos de La Hispaniola. El dossier de los monjes informaba sobre el linaje y la conducta de los colonizadores. Se titulaba Muchos Truhanes, Y Los Demás, Bribones.
La carabela de Pedro de Arbolancha, llevando las noticias de los nuevos descubrimentos de Balboa y el oro real correspondiente, alcanzó la desembocadura del Guadalquivir semanas después de que zarpara una flota con destino al Darién. El regente de Castilla Fernando de Aragón, asesorado por el obispo de Burgos, había designado al hidalgo Pedro Arias de Avila Pedrarias gobernador de Castilla del Oro con atribuciones para juzgar a Balboa por desacato y despojo respecto al adelantado Enciso.
De enjuta figura y escasa estatura, Pedrarias, pese a sus 73 años, aceptó el puesto. Era un veterano coronel de la real infantería que se había destacado tanto en el asedio de Granada como en la posterior campaña africana. Durante el asalto a Orán había comandado la famosa carga elegante de los piqueros reales. Con lo que obtuvo el apelativo de Pedrarias el galán. Posteriormente hizo destripar a los moros prisioneros, y se ganó el apodo de Pedrarias el galán justiciero. A pesar de ser vástago segundón de un conde, Pedrarias disponía de una considerable fortuna. Una parte la había heredado como sobrino favorito de su tío, el obispo de Segovia, mas la mayor cuantía provenía de la dote y la herencia de su esposa Isabel de Bobadilla, hija del Comendador de la Orden de Calatrava y sobrina de Beatriz de Bobadilla, quien fuera íntima de los reyes católicos: favorita de Isabel y concubina de Fernando.
Un hombre de su abolengo, el más alto que pusiera rumbo a las Indias hasta ese momento, no iría con tres carabelas. Pedrarias partió con 21 barcos y 1500 hombres. De esos expedicionarios cerca de 400, encabezados por el capitán Juan de Ayora, pertenecían a un tercio de alabarderos de la campaña de Italia. Por primera vez una unidad de militares profesionales se dirigía al nuevo mundo. Tampoco faltaban los prohombres. El bachiller Enciso, ávido de venganza, iba como Alguacil Mayor. El licenciado Gaspar de Espinosa portaba el cargo de Alcalde Mayor. El experto cronista Gonzalo Fernández de Oviedo viajaba en calidad de Oficial Real. Además de diversos clérigos, el séquito de Pedrarias lo completaban dos docenas de mujeres, incluyendo a su propia esposa.
El 16 de junio de 1514 la campana de la inconclusa catedral de Santa María tañó a deshora con inusitada fuerza. Era la hora de la siesta, y a nadie le gustó la gracia. Pero tras un corto intercambio con el oficial de guardia, que había ordenado las campanadas, vecinos y notables de la villa se apuraron en llegar al muelle.
Toda una flota castellana había entrado en el golfo.
- ¡La corona nos envía refuerzos para conquistar el Pirú! -exclamó Núñez de Balboa con el corazón arrullado de agradecimiento.
- ¡Viva Castilla, viva su majestad don Fernando! -gritó un conquistador del bulto.
- ¡Viva! ¡Viva! ¡Viva! -respondió todo el bulto.
- Nada más lejos de mi intención que presagiaros perjurios, excelencia, pero me temo que eso no es posible -dijo fray Cabezuela.
- ¿Qué queréis decir, padre? -inquirió Balboa.
- Digo, excelencia, que estas naves habrán partido del reino de Castilla antes de la arribada del bueno de Arbolancha -apuntó el fraile.
- De acuerdo, hermano, pero olvidáis a Colmenares, que salió de aquí mucho antes con el oro de Comagre -intervino fray Zumárraga.
- Es cierto, estimado padre -asintió Simón de Cabezuela, y añadió- Perdonad mi mal augurio, excelencia, empero no estaría mal que armaseis a vuestros hombres por si acaso.
- ¡Nada tengo que perdonaros, mi buen fraile! Os agradezco, más bien, vuestra prudencia -contestó el descubridor del Mar del Sur.- No tiene sentido, sin embargo, mostrar las armas a los enviados del rey. ¿Cuantos hombres vendrán en esos navíos? Al menos 1000, tal vez el doble. ¿Y cuantos somos en Santa María? Menos de 300 -concluyó con cierta tristeza.
- ¡No perdamos la fe, caballeros, el Señor nos ha llevado muy lejos y no nos abandonará en esta hora! -sentenció fray Zumárraga con la determinación de los vascongados.
Pronto sabrían que la voluntad divina no les era muy propicia que digamos. Efectivamente, aquella armada era producto de la misión de Colmenares, así como de la gestión de Enciso contra Balboa. La corona había decidido armar una poderosa escuadra para conquistar el nuevo mar. Pero la gloria de dirigir tan importante expedición no la pondría en las manos de un aventurero rebelde. El honor de la hazaña pertenecería a un noble y rico hidalgo.
Tanto mayor fue la decepción de Pedrarias al desembarcar y enterarse de que los hechos estaban consumados. El mar había sido descubierto, nombrado y conquistado para Castilla por el aventurero de marras. Así que procedió a arrestar al jerezano y someterlo a un juicio de residencia como estaba planeado. Sin embargo, no podía sentarlo en el garrote vil cual vulgar malhechor. Los veteranos del Darién eran fieles a Balboa casi en su totalidad. Aún en clara inferioridad numérica, podían causar mucho daño. A diferencia de los recién llegados, conocían el terreno y tenían aliados indígenas.
El licenciado Gaspar de Espinosa dictó entonces sentencia. Núñez de Balboa habría de pagar una indemnización a Fernández de Enciso, pero era declarado inocente de la muerte de Nicuesa y liberado para ejercer de simple colono en el Darién. Balboa pagó a Enciso y aceptó la autoridad de Pedrarias. Esperaría una nueva oportunidad.
A diferencia de oscuros soldados como Pizarro, Almagro o Belalcázar, salidos de las más bajas capas sociales, Vasco Núñez de Balboa, como Nicuesa, Ojeda, Cortés, Ponce de León o Alvarado, pertenecía al grupo de cuadros básicos de la Conquista. No buscaban apenas oro, sino gloria y honores también. Y sabían esperar la ocasión propicia. Salvo el Perú, conquistarían todo el núcleo del nuevo mundo para Castilla. Aquel grupo de 60 jóvenes hidalgos desesperados, exclusivamente segundones, tercerones y cuarterones sin herencia, había sido organizado en 1501 por el sevillano Rodrigo de Bastidas, quien seguía instrucciones directas de la reina para mejorar la ralea de los colonos de las Indias.
Doña Isabel la católica se había alarmado al leer una crónica de los frailes dominicos de La Hispaniola. El dossier de los monjes informaba sobre el linaje y la conducta de los colonizadores. Se titulaba Muchos Truhanes, Y Los Demás, Bribones.
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