12 nov 2007

El Protector De Los Cerdos IX

La Orilla


Un nuevo entusiasmo se había apoderado de los expedicionarios. Aquella visión del anhelado mar, tras crueles privaciones y atroces peligros, renovó de un golpe las menguadas fuerzas. A sabiendas de la grandeza del descubrimiento marcharon hacia la costa.

El cacique Chiapes, que habitaba a los pies de la cordillera, les salió al paso. Intentaba cobrar peaje, pero fue desbordado rápidamente. Una salva inicial de los arcabuces y los proyectiles de las ballestas diezmaron la primera línea de guerreros. La segunda linea se dio a la fuga repentinamente. Y Chiapes, que conformaba la tercera línea con sus parientes y escoltas, se rindió por convicción.

La aldea de Chiapes no era tan grande como la de Comagre o la de Cuarecuá. Ya casi anochecía cuando la alcanzaron. Balboa explicó a Chiapes que respetaría vidas y bienes, si le entregaban todo el oro. Así como algunas indias jóvenes, pues abundaban las mujeres bonitas en la tribu. Aquí las indígenas poseían figuras y miembros más delgados y estilizados que las del lado caribeño. El cacique se apresuró en complacer a los conquistadores, que se reunieron en la cabaña ceremonial con las lindas nativas. Después de las fuertes emociones del intenso día, era preciso liberar la sobrecargada virilidad de aquellos nobles varones. Zumárraga, desprovisto de la sotana por el calor, propuso brindarles vino de Jerez a las indias. El resultado fue tan inesperado como satisfactorio. Entre alegres risas las esbeltas aborígenes se avalanzaron sobre los españoles. Pocas veces la espada cristiana fue provocada por la carne infiel con tanta saña. Todos, laicos y frailes, enfrentaron el reto con fe digna de mártires. Los bautizos duraron toda la noche.

Por la mañana, Balboa, consciente de la necesidad de descanso de sus hombres, comprendió que, mejor que disponer una agotadora marcha general, convendría proceder de otra manera. Decidió enviar a Alonso Martín, acompañado por auxiliares indios, a buscar el mejor camino hasta la costa. Escogió a este soldado por suponerlo el menos fatigado de la tropa, ya que en ningún momento se le vio tomar parte en las actividades de la cabaña mayor. Alonso era natural de Murcia, un individuo de escasa corpulencia y apacible temperamento, aunque tenía un carácter tal vez un poco extraño. En todo caso esa noche había preferido permanecer lejos de la gran cabaña, ayudando a Juan Agramonte, el fornido cargador africano devenido en capataz de los portadores indios.

Alonso regresó a los dos días. Había conseguido llegar hasta el mar.

- ¿Y entonces? -preguntó Balboa.

- ¡Capitán, sí que es mar! -contestó el explorador.- ¡Probé un buchito de agua y era saladita!

- ¡Hostias, verdad que sois prudente, Don Alonso!

- Luego no pude resistir la tentación de bañarme en el nuevo mar -continuó Alonso.- Tomé un baño con algunos indios. Y con Pichako nadamos hasta lo hondo incluso.

- ¿Quién es Pichako? -inquirió Balboa.

- Es ese indio de Careta con cara de bujarrón, don Vasco. El que siempre anda con el negro Juan -aclaró el secretario Rabanito, que tomaba notas de la entrevista.

- ¿Es que no pudisteis llevar indios decentes, don Alonso? -preguntó Balboa, riendo como todos los presentes.

- ¡Ay, qué infamia! Capitán, ese indio es muy buena persona. Rabanito, vos mejor no habléis, porque yo sé un par de cosas de vos, que si las buenas gentes se enteran...

- ¡Dejaos ya de cuentos! -lo interrumpió groseramente Francisco Pizarro.- ¿Es eso todo lo que tenéis que decir sobre el mar?

- Casi, porque tampoco resistí la tentación de ser el primer marinero del nuevo mar...

- ¡¿Cómo?! -se extrañó Vasco.

- Le pedí prestada una canoa a unos indios del lugar... -aclaró el murciano.

- ¡Joder, pero es que no habéis dejado gloria para los demás! Me dan ganas de daros una hostia en esa jeta -saltó un irritado Hernando Pizarro.

- Os doy la razón, don Hernando -dijo Balboa, y luego se dirigió al asustado Alonso.- Ciertamente sólo os ha faltado mearos de primero en el nuevo mar.

- Bueno... capitán, cuando estaba nadando... -balbuceó Alonso, pero no terminó, porque dos de los Pizarros le fueron encima y tuvo que correr para ponerse a salvo.

El 29 de septiembre la expedición arribó a las playas del nuevo océano junto a la desembocadura del río Sabán. Balboa ordenó detenerse en la orilla. Entonces él solo, de armadura completa, con una espada en la diestra y el invicto estandarte de Castilla en la otra mano, entró en el mar hasta las rodillas y tomó solemne posesión del mismo en nombre de la reina de Castilla doña Juana, de la que era regente su padre, el rey don Fernando de Aragón. Se levantó el acta por el escribano Andrés Valderrábano. Cuatro testigos oficiales: Francisco Pizarro, Miguel de Zumárraga, Simón de Cabezuela y Andrés de Vera probaron el agua, juraron que era salada y firmaron el acta. El nuevo mar fue bautizado por Balboa como Mar del Sur, por ser ésta la dirección que llevaban al arribar a sus costas. Para el golfo donde se encontraban Balboa escogió también un nombre: Golfo de San Miguel, pues era el día de San Miguel Arcángel.

Mas hubo algo que Vasco Núñez de Balboa no pudo prever. En aquel momento de máxima gloria, cuando el capitán, pendón y espada en mano, temblando loaba a Castilla dentro del agua, tras un promontorio rocoso de la orilla, agachado y fuera de la vista de todos, Alonso Martín aliviaba su vientre entre el vaivén de las olas del Mar del Sur.

6 comentarios:

  1. Güicho,

    como lograste la animación en el blogger? Está fantástica. Sí, es la frase del año!

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  2. Te la cogí prestada (claro poniendo la fuente).

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  3. La meada en el nuevo mar era un protocolo de ley. A Alonso debieron colgarlo por semejante desacato a la autoridad

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  4. Coño, esta serie tiene un gancho adictivo!!..Me lo he leido todo de un tiron!!...Mejor cierro el browser por que el trabajo se esta acumulando en el escritorio. Si sigo asi hoy no me voy a poder ir de la oficina hasta la medianoche!
    Gracias Güicho!
    Saludos

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  5. General,
    cierto, pero por entonces se prefería castigar inocentes. Hasta cuando penaba un delincuente era por delito ajeno.

    Juan Carlos, me alegro que te divierta el blog, gracias por la visita.

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  6. ¡Que solemne aguante había que tener para andar con esas armaduras Dios Mío!

    t

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